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Arqueología en el Valle de Tafí (provincia de Tucumán): algunas miradas sobre el pasado-presente de su gente

Archeology in the Tafi Valley (province of Tucumán): some glances abaut the past-present of its people.

Arqueologia no Vale de Tafi (província de Tucumán): algumas visões sobre o passado (presente) de seu povo.

Bárbara Manasse
Universidad Nacional de Catamarca, Argentina
Universidad Nacional de Tucumán, Argentina

Arqueología en el Valle de Tafí (provincia de Tucumán): algunas miradas sobre el pasado-presente de su gente

Revista del Museo de La Plata, vol. 4, núm. 1, 2019

Universidad Nacional de La Plata

Resumen: En este artículo nos proponemos exponer una mirada del “pasado – presente” de la gente nativa del Valle de Tafí en la provincia de Tucumán. Lo abordaremos desde la arqueología, de la mano de los saberes de la población indígena trazando una historia que, partiendo de los datos científicos más antiguos que disponemos, llega a la actualidad en sus intereses, sus urgencias y sus luchas. Dos ejes concentran nuestra atención: el Valle como territorio ancestral y la continuidad histórica de su uso y percepción como tal. Las Comunidades Indígenas de Tafí encuentran en la arqueología una herramienta de colonización, pero también de reconciliación, reconocimiento y lucha. En un ir y venir de intereses y conocimientos venimos trabajando en una práctica que se articule con ellos y se configure en nuevos sentidos“otros”.

Palabras clave: Historia, Pueblos Originarios, Investigaciones Científicas, Articulación de Saberes.

Abstract: The purpose of this article, is to think about the “past-present” of Tafi Valley people (province of Tucuman, Argentina. We will approach it from the archeology, from the hand of the knowledge of the indigenous population drawing a history that, starting off of the oldest scientific data that we have available, arrives at present in its interests, its urgencies and its fights. Two axes concentrate our attention: the valley as ancestral territory and the historical continuity of its use and perception as such. The Indigenous Communities of Tafí find in archeology a tool of colonization, but also of reconciliation, recognition and struggle. In a coming and going of interests and knowledge we have been working on a practice that articulates with them and configure new "other" senses.

Keywords: History, Pre-existing People, Scientific Investigation, Knowledge Articulation.

Resumo: Neste artigo propomos apresentar um olhar sobre o "passado – presente" do povo nativo do Vale de Tafi, na província de Tucumán. Iremos abordá-lo a partir da arqueologia, associada aos saberes da população indígena, traçando uma história que, desde os dados científicos mais antigos que dispomos, alcança a atualidade em seus interesses, suas urgências e suas lutas. Dois eixos concentram nossa atenção: o Vale como território ancestral e a continuidade histórica de seu uso e percepção como tal. As comunidades indígenas de Tafí encontram na arqueologia uma ferramenta de colonização, mas também de reconciliação, reconhecimento e luta. Em um ir e vir de interesses e conhecimentos, temos trabalhado numa prática que se articula com eles e se configura em novos sentidos "outros".

Palavras-chave: História, Povos nativos, Pesquisas Científicas, Articulação de saberes.

Introducción

Tafí del Valle cuenta actualmente con una población estable de varios miles de personas[i], un número que llega casi a triplicarse en época estival, y algo menos en el período de receso invernal. Se trata de familias oriundas de este lugar y, también, de otras personas que - como la autora - fueron arribando al Valle por causas diversas y se quedaron, forjando allí sus hogares; otras, que se constituyen como migrantes transitorios, veraneantes y, también, familias terratenientes. Sin dudas, es una población heterogénea en su conformación, en sus orígenes e inserción en la vida social, económica y política de Tafí. Al momento, me vi interesada / interpelada por las familias nativas de Tafí; es alrededor de ellas que realizo mis investigaciones científicas y sociales; son los sujetos colectivos que nos convocan con un grupo también heterogéneo de colegas y estudiantes. Son éstas las familias con las que también actuamos e interactuamos en el día a día de mi vida personal y familiar[ii]. Nos interesa particularmente estudiar el pasado (presente) de esa gente, sin por ello presuponer que podamos abordarlo como una historia independiente, que se pueda explicar por sí misma; antes bien, lo que buscamos es correr el foco de atención más corriente en los estudios históricos de la región, en los que ellos suelen desaparecer como actores protagónicos (cf. Zavalía Matienzo 1982, Páez de la Torre & Cornet 2011)[iii].La categoría de pasado (presente), como idea o modo de referir y, antes bien, pensar, nos permite abrirnos a otros modos de percibir y entender ciertas temporalidades que escapan o no calzan en las construcciones históricas lineales propias de nuestros sistemas de conocimiento.

Algunas décadas atrás un conjunto de personas y familias tafinistas[iv] se proclamaron públicamente como descendientes de pueblos originarios; otras, recién lo estuvieron haciendo después. Se identificaron diaguitas y, como tales, se reconocen pertenecientes a un mundo abigarrado de identidades, de historias y territorios[v]. “Churqueños”, “carreristos”, “tacanistos” o “mollaristos”, según el lugar del Valle en el que han nacido y se han criado[vi], se identifican como tucumanos y tucumanas, como argentinos y argentinas, pero también se sienten diferentes[vii]. Aunque su ascendencia indígena fue y es cuestionada, al igual que su presencia / existencia en el Valle en tiempos de la invasión española, ellos declaman una continuidad en el tiempo, así como su carácter de herederos de una cultura muy profunda en el tiempo. Cuando iniciamos nuestras investigaciones y nuestras prácticas profesionales en el Valle de Tafí, éste no era considerado territorio indígena; ahora, y desde hace unos años atrás, sí lo es. Un territorio indígena que se caracteriza por contener tanto objetos, como lugares y también seres humanos (sus restos), que pertenecen a su pasado y son parte de su presente. Hoy comprendemos la historia de este lugar como parte de su presente, pasados y memorias que están constitutivamente inscriptos en el presente de su gente, en nuestro presente (Grüner 2010). Como arqueólogos, como científicos sociales, no nos está alcanzando, ni sirviendo la vieja y tradicional unidad de estudio del “pasado”; nuestras investigaciones dan cuenta de la imperiosa necesidad de trascenderla. Hace ya tiempo mostrábamos nuestra inconformidad al respecto (cf. Manasse 2012), siendo que cada nuevo dato, cada interpretación se observa impactando en el presente de la gente. Nos vimos interpeladas, a su vez, por la revisión que la propia gente de estos valles hace de sus modos de concebir las materialidades ancestrales: en contraste con las narrativas creadas desde el estado nación, aquellas ya no son solo referentes de pasados que culminaron mucho tiempo atrás – por lo pronto, antes de la invasión española de estos territorios –, son pasados presentes; son pasados que, lejos de ser parte de un tiempo ya inerte, pasivo en su finitud , forman parte del “ser hoy” en este territorio. Apelando a la propuesta realizada años atrás por Raymond Williams (1977) podríamos referirlas como parte de procesos culturales residuales que, aunque conformados en el pasado, cuentan con vigencia (y agencia) en la actualidad. Avanzando en esta línea de interpretación, interesa remarcar el carácter de reserva de interpelación, oposición e impugnación a las concepciones y los discursos dominantes que le atribuye este autor.

La controversia sobre la existencia de poblaciones nativas en tiempos de la invasión española del Valle (primeras décadas del siglo XVI) fue un importante disparador en la elección de mi tema de tesis doctoral defendida en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata hace unos años atrás (Manasse 2012). Es nuestro objetivo en este artículo seguir ampliando la mirada, extendiendo los tiempos y espacios, y ahondando en problemáticas de interés en la región. Procuraré retomar dos ejes que guiarán este texto: el Valle de Tafí como territorio, y su vínculo (actualizado) con la población nativa. Para ello, en primer término, presentaremos a manera de esbozo, ciertas coyunturas socio-culturales y políticas actuales que consideramos imprescindibles para abordar aquellos temas pero, también, para evaluar e intentar comprender algunos aspectos de nuestra propia práctica profesional – científica. Seguidamente presentaremos el Valle desde el punto de vista territorial, apostando a trabajar desde y sobre una espacialidad más próxima a cómo la vive y concibe la gente nativa del Valle. A partir de ello realizaremos un recorrido que, partiendo de los datos científicos más antiguos que disponemos, llega a la actualidad en los saberes, intereses y urgencias de los pueblos originarios del Valle de Tafí, en la información elaborada desde la arqueología y los sentidos de sus luchas. Dos ejes concentran nuestra atención: el Valle como territorio ancestral y la continuidad histórica de su uso y percepción como tal por la gente nativa de estas regiones.

A propósito de las bellezas de Tafí del Valle (A. Bolsi 1992)

Parto del título de un breve artículo escrito por el geógrafo santafesino Alfredo Bolsi[viii] para un diario tucumano, en el cual se presenta una mirada diferente y polémica sobre el fascinante paisaje tafinisto. El autor se detuvo a exponer el drama que es encubierto por aquellos encantos. Un cuarto de siglo después de este escrito esa situación subsiste y fue tomando formas que, a pesar de cierto grado de imprevisibilidad, dan cuenta de la persistencia de una tremenda inequidad social que es alimentada y sostenida con nuevas-viejas herramientas y políticas.

Pensar sobre ello, hablar (o escribir) de ello como arqueóloga es algo imperiosamente necesario. De otro modo, podría caer en el lugar de representante de una ciencia que se autopresenta como ascéptica, y no podría reconocer, al menos en forma explícita, que lo que estoy investigando, lo que estoy interpretando y lo que produzco, tiene origen, condicionamientos y finalidades que no se condicen con lo que se espera desde una arqueología “neutra”. Siguiendo la propuesta de Bolsi, ello es un ejercicio de responsabilidad y ética que, donde falte, puede dar lugar a que “sobren” o no los tafies (los diaguitas) del hoy (Bolsi 1992).

Tafí presenta hoy, al igual que desde centurias atrás, un escenario sumamente conflictivo. En el contexto de un complejo proceso de re-elitización[ix], se busca generar un nuevo despoblamiento - en el sentido utilizado por el sociólogo francés J.P. Garnier (2017) - en el Valle. Cuando la población nativa de Tafí se empodera, tomando toda serie de acciones para que se le restituyan (reconozcan) derechos sociales, culturales, políticos y territoriales (cf. Arenas 2003, Manasse 2017) varios de los terratenientes de la oligarquía tucumana encuentran en la mercantilización de tierras una salida para no quedar entrampados en el reclamo indígena. Ciertamente, este es solo uno de varios procesos que incidieron en el desarrollo de un intenso proceso de enajenación de las tierras, que viene promovido por un tercer actor, el sector inmobiliario, e implica un cuarto, que podríamos denominar como “pequeña burguesía”[x].

Lo que observa la mirada descuidada es un hermoso paisaje, con manchones de bonitas (y hasta fastuosas) viviendas, algunas de las cuales están disponibles para ser alquiladas en época de veraneo, permitiendo a la gente disfrutar por unos días de un lugar paradisíaco con los servicios básicos cubiertos. Ciertamente es un lugar bello, cuyo paisaje es construido de tal modo que cada vez menos se puedan observar las casas de adobe de los lugareños, los corrales de sus animales, sus chacras que, en su momento fueron reemplazadas por extensos campos de papa semilla (Manasse 1988).

Con una serie de mecanismos de presión social, laboral, jurídica y económica actualmente se promueve la expulsión de los, hoy ya muchos (demasiados), tafinistos y tafinistas que habitan este espacio apetecido para el turismo residencial y de veraneo, para el negocio y la especulación inmobiliaria. Parte de este proceso de elitización (gentrificación) implica la imposición de discursos que deslegitiman cualquier pretensión de derecho al territorio ancestral por parte de las poblaciones nativas. La puja ya se ha llevado heridos de consideración, casas lugareñas quemadas, amenazas con armas de fuego, como breve muestra de los atropellos. Se fueron cerrando escuelas, se realizaron cambios desfavorables a la población local en el ámbito de la salud, se manipula la oferta laboral, siendo que gran porcentaje de los empleos no-estatales son en negro, sin ningún tipo de reconocimiento ni obra social. La población local compite con un contrincante muy fuerte, que tiene el capital político, jurídico y económico como para afrontar cualquier tipo de demanda o reclamo.

El Valle de Tafí como territorio

En términos que, de algún modo, escapan a los mandatos e interpretaciones de disciplinas que vienen estudiando, historiando y cartografiando el Valle de Tafí, nos propusimos intentar un acercamiento (una comprensión) de orden fundamentalmente cultural, histórico y social para delinear este (estos) territorio(s). Procuramos entenderlo desde una perspectiva que atienda a la percepción nativa local, a las observaciones y apreciaciones de la población oriunda de esta región las cuales, lejos de ser homogéneas, aún coinciden en diferenciarse de cartografías tradicionalmente elaboradas para el área.

 Imagen del Valle de
    Tafí y alrededores.
Figura 1
Imagen del Valle de Tafí y alrededores.

Constituido por una cuenca tectónica que separa las Cumbres Calchaquíes del sistema montañoso del Aconquija, este Valle comprende (más que verse delimitado por) cordones como las Cumbres de Mala Mala o las Calchaquíes, el Ñuñorco y el Cº Muñoz[xi]. Los ríos y las quebradas convocan y articulan. La quebrada del Infiernillo es un nexo con el valle de Yokavil; la quebrada de Los Sosa y del Diaguita Calchaquí (del Portugués) lo son con el piedemonte oriental, las yungas; el río La Puerta, con el valle de La Ciénega y desde allí, con el de Anfama y Chasquivil. Desde el valle de Las Carreras, los ríos del Rincón y El Mollar vinculan por la quebrada Diaguita Calchaquí (o quebrada del Portugués) al llano. Podemos culminar esta breve definición espacial con el cerro Pelao -o el Alto como lo llama la gente de Tafí- que preside el Valle desde el centro, pleno de evidencias de su uso y ocupación a lo largo de más de 3000 años (Figura 1).

Ahora, prestando atención a los sentidos y las percepciones de la gente, a los espacios definidos por las relaciones (interpersonales, con los animales, con el campo, con el cerro, con la tierra y los ancestros)[xii], queda manifiesto que el territorio no se ajusta a la definición geográfica del Valle: lo desborda, pero también lo sectoriza. Se lo ha ido configurando desde una pluralidad de narraciones, que pueden dar cuenta de historias de lucha que, como ya vimos, continúan hasta la fecha.

La instalación de los conquistadores europeos del siglo XVI en adelante es mejor conocida a partir de la compra de estas tierras por la Compañía de Jesús (1716), la que impondrá una dinámica territorial muy peculiar, con una serie de potreros que reflejan una organización que apostaba a la mayor productividad ganadera con mano de obra esclava, al menos para una parte de las tareas. No sabemos mucho de su vínculo e interacción con los pueblos nativos. La “historia oficial” parte de un supuesto vacío poblacional, tal como también se infiere para los tiempos de los primeros propietarios europeos. Se supone (ciertas narraciones históricas así lo dictaminan) que hubo un reemplazo poblacional muy importante; se crearon nuevas configuraciones territoriales. Los jesuitas lo diseñaron en función del comercio altoandino; los estancieros que adquirieron estas tierras por remate una vez que ellos fueron expulsados de América, la fueron adecuando para su progresiva incorporación al capitalismo liberal. Utilizaron la vieja división jesuita en potreros para definir propiedades de explotación ganadera extensiva, que se verá transformada con la introducción de cultivos de mercado en la segunda mitad del siglo XX.

Uno de los hitos importantes en la transformación territorial está dado por la dinámica que generó su introducción en la industria de producción azucarera. Aunque la misma se desarrolla en el piedemonte oriental y llanuras adyacentes, involucró a importantes sectores de la población tafinista. Los terratenientes de Tafí también detentaban la propiedad de fincas e ingenios azucareros, y usufrutuaban la fuerza de trabajo cautiva de la población que habitaba en las estancias. Así, se conformaron territorios que rotaron su vector de Oeste a Este: del comercio altoandino de la época jesuita a la posterior explotación industrial cañera del llano. Hay muchos miembros de familias tafinistas que hoy viven en terrenos de los antiguos ingenios azucareros; es el caso del San Juan, por ejemplo, o, más cerca, en el de Santa Lucía[xiii].

Mas, aún en el marco de esos contextos es necesario señalar que la población nativa se maneja en estructuras territoriales que contemplan prácticas y saberes pre-existentes, incluso previos a la invasión y conquista española de estos territorios. Tal como se puede observar actualmente en las carpetas técnicas elaboradas en el marco del relevamiento territorial indígena[xiv] realizado hace unos pocos años atrás, la gente del Valle se maneja en una territorialidad que denota resistencias a la configuración de estancias, primero, y de la organización estatal posterior[xv]; es decir, aquellas, impuestas por los sectores hegemónicos. Hay que destacar que estas cartografías indígenas reconstituyen una integridad territorial que soslaya la desarticulación generada en el transcurso de la historia postcolonial; fueron adquiriendo un sentido contra-hegemónico al momento de reivindicar, demandar y defender el derecho a sus tierras, su territorio ancestral[xvi]. Su configuración se parece a lo que describimos anteriormente, con esta particularidad, en cierto modo reciente, de reconocerla como propia, denunciando su apropiación ilegítima desde la época de la invasión y conquista europea del Valle.

El Valle es territorio, dijimos, de gente que en su mayoría se reconoce como diaguitas en la diversidad que conformaba esta macroetnía en tiempos de la invasión y conquista de estos territorios (cf. Lorandi 1999). Tomando como referencia los datos recabados en el Relevamiento Territorial Indígena se cuenta con más de dos mil familias censadas en las distintas Comunidades del Valle de Tafí (Arenas & Ataliva 2017). Como todo proceso íntimamente vinculado a los vaivenes de la política nacional, su número se viene incrementando y su constitución va sufriendo modificaciones en estos últimos tiempos[xvii]. ¿Cómo se entiende esta situación en un contexto que siempre obvió a la población originaria? De hecho, una de las razones por las que solo recientemente la gente decidiera reconocerse indígena la encontramos en la relevancia de las narrativas históricas que se imparten en el ámbito educativo y/o en los discursos que se transmiten en los ámbitos oficiales y del turismo, refiriendo a un Valle sin pueblos originarios (cf. Manasse 2017).

La documentación colonial temprana habla de tafíespara esta región (cf. Cruz 1990-92, Noli 2007); la información arqueológica permite, como expondremos en próximas páginas, establecer su estrecho vínculo cultural y sociopolítico con regiones como los valles de Yocavil y Calchaquí, así como con otras regiones localizadas inmediatamente al Norte y al Este; y, también con quienes habitaron la región con anterioridad. La discusión sobre el desarrollo histórico (prehispánico y colonial) y territorial (en su historicidad) de los pueblos diaguitas – calchaquíes cobra relevancia a la hora de construir el pasado indígena más reciente de la región y, con ello, sus presentes y futuros (Manasse 2012 y 2017).

Utilizando la arqueología para…

En el marco de un proceso social y político del Valle de Tafí signado por las luchas por la tierra, los espacios con restos arqueológicos han pasado a ser mucho más que recursos culturales de valor científico. Como arqueóloga, junto a nuestro equipo de investigación, optamos por participar en esta coyuntura social, política e histórica construyendo conocimientos que puedan constituirse en recursos, saberes y respuestas estratégicas para la población nativa local. Nuestro trabajo aportó a nuevas concepciones que fueron atendiendo a los restos, las evidencias de la vida indígena pretérita en estas tierras como parte constitutiva del espacio ocupado – gozado – vivido, conformando y distinguiendo territorio indígena. Se fueron constituyendo en símbolos de la existencia de profundas raíces en estas tierras, en evidencias de ancestralidad y herramientas de resistencia.

Así, con la certeza de que las investigaciones científicas que venimos encarando hace ya más dos décadas se inscriben –en permanente actualización– en las realidades locales aún más allá de lo que podamos proponernos, trabajamos en una permanente reflexividad de nuestras prácticas y objetivovs[xviii]. Hace más de una década que venimos trabajando en articulación con los pueblos originarios del Valle de Tafí, los que, viviendo procesos socio-políticos de magnitud significativa, definen prioridades y delinean estrategias en cada uno de los pasos que van tomando. De igual modo sucede con el trabajo que realizamos en interacción con el Estado municipal y el provincial. En vaivenes no siempre sencillos de acondicionar a las pautas que se imponen desde las instituciones científicas y académicas, trabajamos procurando articular tiempos y objetivos (Manasse 2015b, Manasse & Korstanje 2011).

Hemos centrado nuestras investigaciones en temas relevantes a los derechos de los pueblos originarios locales; problemas que pudieran ser factibles de ser analizados desde la arqueología. Así, por caso, hemos dedicado mucho tiempo a contrastar aseveraciones instaladas desde la historia oficial sobre la inexistencia de población indígena en el Valle en tiempos de la conquista española de la región (cf. Manasse 2012). Actualmente, la gente de Tafí sabe que, más allá de argumentos interesados en legitimar derechos al acceso y usufructo de la tierra, el Valle se hallaba poblado por un número importante de familias. Una cantidad que hacía muy apetecible su dominio por parte de los encomenderos de los siglos XVI en adelante. Actualmente, entonces, cayó en descrédito el argumento de un espacio deshabitado para acceder a la Merced de tierras otorgado por la corona española a comienzos del siglo XVII, apenas unas pocas décadas después de haber pasado por primera vez por este Valle[xix]. Se volvió a poner sobre la mesa de discusión el reclamo indígena por un territorio que fue enajenado compulsivamente centurias atrás.

En un contexto nacional de reivindicación de los derechos de pueblos originarios con la Reforma Constitucional (1994) la población nativa del Valle de Tafí fue retomando las apuestas de los Parlamentos Indígenas realizados décadas atrás[xx]. Los reclamos se fueron haciendo cada vez más sustanciales[xxi] y las prioridades locales a trabajar desde la arqueología fueron virando, buscando nuevos desafíos como la continuidad de ocupación de las tierras, la antigüedad de las mismas y, también, sobre la gestión patrimonial. En ese rumbo fuimos realizando estudios y actuaciones.

Arqueología: “Hace mucho tiempo que estamos….”

La historia del Valle de Tafí se fue retrotrayendo cada vez más en el tiempo, hasta llegar a comienzos del Holoceno medio. Los estudios científicos han sido contundentes: hace más de 7500 años atrás la gente habitaba los cerros del extremo NO del Valle, más específicamente en la Quebrada de Los Corrales en el Abra El Infiernillo, y los conocían muy bien (Martínez et al. 2013). Las evidencias dan cuenta de que este lugar siguió siendo habitado a lo largo del tiempo (Oliszewski et al. 2015). De hecho, la gente volvía a esos espacios, reutilizando lugares plenos de sentidos o valores naturales y/o culturales que, a su vez, estarían estructurando aquellos paisajes. Esta reiteración en la ocupación de lugares previamente habitados es algo que se repite a lo largo del tiempo, desde el Holoceno medio, y probablemente el temprano, hasta épocas recientes. Los pueblos habitan, transitan y dejan marcas de su paso, de su territorialización. Así también lo interpretan para el Oeste vallisto autores como Somonte, Baied y Adris[xxii] (Figura 2).

Desde el Holoceno medio hay poblaciones habitando y creando paisajes y territorios en la región. Podemos ver su continuidad en evidencias registradas en la falda oriental del Cº Pelao, en la localidad de Los Ojitos. El punto de referencia es un importante afloramiento de cuarzo blanco localizado a poco menos de 2000 msnm[xxiii](Manasse & Dlugosz 2013). El lugar –una localización estratégica que permite visualizar gran parte del Este del Valle y la posibilidad de uso de cursos de agua primarios y secundarios – fue aprovechado a lo largo de muchas generaciones desde al menos unos 3500 años atrás. Por centurias y, posiblemente milenios, en este lugar se reunía la gente para obtener materia prima y confeccionar artefactos. Es muy importante la cantidad de vestigios materiales del canteo y talla; se generaron estratos en los que se superponen miles de lascas, esquirlas y piezas incompletas (Figura 3). En excavación, unos 25m más abajo, al pie de la cantera, hemos hallado restos líticos en casi toda la estratigrafía; sin embargo es de destacar que ese tipo de restos se presentan en los estratos más profundos sin asociación alguna con material alfarero. En ese contexto aparecieron artefactos de talla bifacial cuya morfología se corresponde con lo que se conoce para el Arcaico en el valle de Yocavil (Funes & Martínez com. pers.).

Localización de las
    áreas de relevancia arqueológica referidas en el texto. 1. Quebrada de Los Corrales; 2. Carapunco - La Bolsa; 3. La Quebradita; 4. Los Cuartos; 5. Villa de Tafí; 6. La Costa y Bº Malvinas; 7. La Costa 2; 8. Cº Pelao – Los Ojitos; 9.
    Casas Viejas; 10. El Rinconcito;
    11. El Mollar – El Potrerillo; 12. Cº Pelao Norte; 13. Cº Pelao Este; 14. La Angostura; 15. Cº Muñoz – Fuerte Viejo; 16. Las Carreras – Molle Solo; 17. Pucará de las Lomas Verdes.     Importar tabla
Figura 2
Localización de las áreas de relevancia arqueológica referidas en el texto. 1. Quebrada de Los Corrales; 2. Carapunco - La Bolsa; 3. La Quebradita; 4. Los Cuartos; 5. Villa de Tafí; 6. La Costa y Bº Malvinas; 7. La Costa 2; 8. Cº Pelao – Los Ojitos; 9. Casas Viejas; 10. El Rinconcito; 11. El Mollar – El Potrerillo; 12. Cº Pelao Norte; 13. Cº Pelao Este; 14. La Angostura; 15. Cº Muñoz – Fuerte Viejo; 16. Las Carreras – Molle Solo; 17. Pucará de las Lomas Verdes. Importar tabla

Artefactos líticos hallados en excavación
    (a la izquierda) y en superficie (a la derecha) en proximidad del
    afloramiento de cuarzo en territorio indígena de “Los Ojitos”
Figura 3
Artefactos líticos hallados en excavación (a la izquierda) y en superficie (a la derecha) en proximidad del afloramiento de cuarzo en territorio indígena de “Los Ojitos”

Son primeros indicios, pero coincidimos con miembros de la Comunidad Indígena, que son muy significativos, dado que permiten seguir achicando brechas temporales para la construcción de una historia profunda del Valle de Tafí.

Hacia el Holoceno tardío el Valle ya habría sido colonizado en su totalidad. En los últimos años, las regiones próximas también fueron brindando información sustancial para conocer un lapso temporal de gran complejidad como lo es la transición de una economía básicamente extractiva a otra, de producción[xxiv].

Arqueología: “Lo habitamos por mucho tiempo…”

Las evidencias arqueológicas son indiscutibles: el Valle fue habitado desde hace mucho tiempo atrás. En realidad, eso ya se sabía desde que a fines del siglo XIX Juan B. Ambrosetti determinara una filiación tiahuanacota de los monolitos o huancas que él denominara “menhires” (Ambrosetti 1897). Desde lo más profundo de la tierra se erigen, distinguen y destacan esos enormes y majestuosos testigos de pasado pero también, es necesario señalarlo, de un presente que va recreando memorias.

Esos monolitos testimoniarían la existencia de una cultura más antigua que la que encontraron los españoles al llegar a Tafí[xxv]. Coherente con las propuestas distópicas de los intelectuales de la época, esta interpretación – con poblaciones que habitaron estas comarcas en tiempos suficientemente lejanos como para dejar expresa la distancia con los moradores de los tiempos de la conquista y colonia –, será avalada y sustentada sucesivamente por otros científicos como Lafone Quevedo (1901), Bruch (1911) y Jaimes Freyre (1915) o, aún tiempo después, por Barbieri de Santamarina (1945), por ejemplo.

Dispuestos en todo el Valle así como en las quebradas al Este del mismo, los monolitos fueron interpretados como ancestros vueltos piedra, protectores de las siembras, del ganado y de los hogares, unificadores del mundo de los vivos y de los muertos, según los saberes de la gente andina de antaño y de hoy (Duviols 1978). Con un alto impacto visual, además de su función tutelar – guardiana, las piedras largas instituían principios, jerarquías y responsabilidades que podían referir al género, a las edades, a las genealogías y pertenencias de linajes.

La gente de Tafí los conoce como “piedras largas” y, en contra de los dichos de la ciencia, sostienen que son parte de su “presente”[xxvi]. De hecho, por generaciones aquellas huancas fueron parte del paisaje tafinisto; lo fueron cuando llegaron los jesuitas, cuando los “descubrieron” los científicos o, algo después cuando se los apropiaron los representantes del gobierno de facto de la provincia de Tucumán en la década del 70. Pero, ya lo habían sido antes también. En línea con lo señalado por la historiadora Margarita Gentile (2008), varios de los contextos asociados a estos monolitos presentaban materialidades del tardío y Tardío – Inca local[xxvii]. Investigaciones de la última década dan cuenta de cierta persistencia del uso del montículo de Casas Viejas y sus áreas aledañas durante el segundo milenio de la EC, época en la cual se habrían efectuado nuevos entierros humanos en este lugar (cf. Gómez Cardoso et al. 2007). Atendiendo a Gentile, no podemos descartar la reutilización de espacios de valor simbólico, en este caso el montículo, pero, también, de los propios monolitos o huancas. Sus sentidos se extienden en el tiempo; se configuran en nuevos paisajes, nuevas historias que le siguen y continúan a las de los pueblos que los han erigido. Aun actualmente resuenan en el corazón de la población tafinista.

Todo paisaje tiene un aspecto colectivo que crea y recrea su historia; una historia que es dinámica, que no culmina para volver a empezar. Los monolitos o huanca del Valle de Tafí son testimonio de pujas, sentidos y contra-sentidos (Manasse 2015a). Es difícil asumirlos como representantes o partes de un pasado que fuera abortado por nuevos pueblos que pudieron haber reemplazado a los antiguos moradores del Valle; así como tampoco, testigos de un pasado indígena que tendría que haber culminado con la conquista española de estos territorios.

Para brindar mayor respaldo a estas ideas cabe referir a los hallazgos realizados hace unos años atrás en el área de Los Cuartos, al Norte del Valle de Tafí. Allí, en medio de una serie de estructuras arquitectónicas vinculadas a la residencia y a prácticas del cultivo y de rituales, identificamos un montículo oval que alcanzaba unos 1,70 m de altura en su sector meridional (Manasse 2012) (Figura 4).

A pesar de su menor dimensión tenía algunos rasgos semejantes al montículo de Casas Viejas: Por caso, una delimitación clara que definía su configuración, así como una serie de alineamientos de piedra que parecían “unirlo” – “relacionarlo” explícitamente– a otras estructuras arquitectónicas próximas que correspondían a diferentes épocas de ocupación del Valle (primer y segundo milenio de la EC). Algunas materialidades halladas en su interior se corresponden con estilos alfareros propios del primer milenio (“Tafí”, “Ciénaga”, “Candelaria” y “Condorhuasi”); aparecen prácticamente en todo el espesor del montículo, aún hasta en sus estratos más superficiales (Figura 5).

Montículo de Los Cuartos,
Nor-Este del Valle de Tafí.
Figura 4
Montículo de Los Cuartos, Nor-Este del Valle de Tafí.

 Montículo de Casas Viejas. Fotografía de
Archivo.
Figura 5
Montículo de Casas Viejas. Fotografía de Archivo.

En directa asociación aparecen materialidades mucho más recientes que hacen presuponer su uso en forma reiterada aún centurias más tarde: fragmentos de estilos alfareros “Santamariano Negro sobre Crema”, “Santamariano Negro sobre Rojo”, “Famabalasto Negro Grabado”, así como la característica cerámica tosca de esta época en Tafí del Valle[xxviii].

El montículo de Los Cuartos podría haber sido construido hace más de mil años atrás, pero, al igual que lo ocurrido en el Sur, en Casas Viejas, fue integrado al paisaje ritual más reciente, de unos pocos siglos atrás. Si su utilización hasta los tiempos de la expansión imperial inca pudo implicar un mecanismo vinculado a la construcción simbólica de autoridad y/o de apropiación del territorio, es una interpretación sobre la que aún no hemos podido avanzar[xxix]. La población diaguita, con su típica alfarería de estilo santamariano, construyó este / su territorio en continuidad con los paisajes heredados. Paisajes de distintas temporalidades que son incluidos, resignificados.

Desde al menos unos mil a mil quinientos años atrás la gente que habitaba este Valle parece haber aprovechado cada uno de sus rincones, en un marco de condiciones climáticas más favorables que las actuales. Se observan paisajes campesinos, rurales y aldeanos que, actualmente nos negamos a interpretar siguiendo un razonamiento evolucionista[xxx]. Cultivos de maíz, legumbres, calabaza, papa y también quinoa – todos típicos representantes de la agricultura de los Andes – se asociaron a las unidades domésticas donde habitaban las familias vallistas. Importantes superficies fueron transformadas por medio de la construcción de andenerías, terrazas y cuadros de cultivo en piedra. Aunque no podemos descartar el uso coyuntural de espacios sin arquitectura visible en la actualidad, en los fondos de Valle. A su vez, se observa la colonización de áreas más vulnerables por su fuerte declive y claros riesgos en la generación de procesos erosivos, llegando a trabajar laderas y quebradas con pendientes superiores al 25% para la agricultura y el manejo animal. Se fueron produciendo transformaciones muy significativas en el paisaje del Valle y de toda la región de cumbres, así como también de faldeos orientales[xxxi].

En estos tiempos descolló la producción alfarera. Su presencia se destaca como un nuevo universo de materialidades: vasijas de gran variedad de tamaños y formas serán parte del mundo cotidiano – en vida y en la muerte – de estas sociedades. Desde pequeñas piezas a manera de jarritas, hasta grandes ollas, capaces de contener más de cien litros de líquidos se encuentran en los distintos asentamientos de la época (cf. Dlugosz et al. 2010). Se las manufacturaba en su gran mayoría en el Valle utilizando bancos de arcilla locales. Su cocción se realizaba en el ámbito doméstico, logrando piezas que, por un lado se destacan por su belleza y, por otro, por su excelente rendimiento para funciones como la cocción de alimentos y la conservación de importantes volúmenes de granos, charqui, agua o chicha. Hay grandes tinajones, coloreados y con apliques modelados que podrían indicar la necesidad del almacenamiento, maceración de sustancias y elaboración de bebidas en cantidad significativa para afrontar contextos de comensalismo que involucren más de un conjunto familiar.

Más allá de posibles variaciones temporales la alfarería de esta época muestra indicios de diferenciaciones de carácter espacial que podrían dar cuenta del carácter segmentario de estos pueblos, con historias particulares (Dlugosz et al. 2010). El Valle de Tafí, como unidad geográfica de referencia, constituye un espacio que, aunque de dimensiones reducidas, hasta el día de hoy se muestra significativamente heterogéneo desde el punto de vista cultural, con diferencias en lo social, en ciertos aspectos de la vida cotidiana y de organización comunitaria de su población. Más allá de los modelos de ocupación planteados ya tiempo atrás por otros investigadores, sostenemos que no hay una sola historia, válida para todo el conjunto de varones y mujeres, no importa qué edad tengan o su procedencia, sino que existen multiplicidad de historias que conforman y constituyen el presente de cada época (cf. Scattolin 2010)[xxxii].

Estas sociedades se configuraron en relación a la tierra, las montañas, los animales, sus tinajas y tejidos. Pero es la piedra la que, junto a la alfarería tal vez, hace más visible este conjunto de poblaciones, tanto hoy como ayer. Las mismas viviendas – mayormente construidas con grandes rocas graníticas – son “piedra” en los faldeos de los cerros, en las proximidades de ríos y arroyos, junto a antiguos bosques de queñoa o en la boca de las quebradas (Vgr. Los Cuartos, La Costa, La Bolsa o Casas Viejas, por ejemplo). Ya sea que se hayan dispuesto más o menos aisladas o conformando conjuntos de recintos adosados, su forma mayormente circular podría estar emulando la de las rocas. Rocas que penetraron la tierra, como lo estarían representando también los monolitos o huancas. Es sugerente imaginar los paisajes de aquel primer milenio de la EC con esos suaves relieves del fondo de valle, plagados de manchones a manera de roquedales, pero con techos cónicos de madera de aliso y paja, denotando su pertenencia a (y participación de) esas tierras.

Con un patrón arquitectónico que caracteriza gran parte de las sociedades aldeanas tempranas de los Andes Centro-Sur, las estructuras de morfología mayormente circular o subcircular construidas con gruesos muros en piedra denotan una cierta complejidad en la presencia y vinculación con estructuras complementarias como patios, pasillos, sepulcros y depósitos. En el Valle de Tafí el diseño arquitectónico se distingue de las de otras regiones más distantes, por centralizar sentidos y actividades en un patio que funcionaría como eje de la vida cotidiana. En ese patio se llevaron a cabo prácticas mundanas junto a otras, de carácter ritual; conviven los vivos con los ancestros, el alimento que se consume y el que se deja para momentos futuros. Alrededor de estos patios se organiza la vida familiar de entonces y del antes. Así se puede observar en el Barrio Malvinas, en La Costa, en Carapunco y La Bolsa, así como en zonas más alejadas como Las Carreras y El Rincón, por ejemplo[xxxiii].

Las unidades domésticas se configuraron en testimonios del tiempo, modificando y/o ampliando de generación en generación los recintos, los espacios para habitar. Se trata de conjuntos altamente dinámicos en los que la gente fue clausurando algún recinto y habilitando, a la par, otros nuevos, como parte del devenir de sus vidas. Se crearon nuevos accesos y se generaron nuevos circuitos de circulación internos. Tal es así que se requiere aún muchas investigaciones para poder establecer cronologías a cada una de estas etapas del habitar.

Los conjuntos residenciales se emplazaban en forma íntimamente ligada a las áreas de la producción; pero esta inserción, más que una optimización en el rédito que contemple distancia y accesibilidades, puede ser pensada en términos de espacios de los que se forma parte. Se trata de una lógica andina, diferente a la occidental europea; forman parte de entramados materiales, sociales y simbólicos amplios, de carácter abierto y flexible, mediante redes de interacción que conectaron personas, objetos, ideas y lugares a una escala regional (Scattolin et al. 2015). Esas lógicas, esa trama, no se restringen al propio Valle de Tafí, sino que se extienden a otras regiones como el valle de La Ciénega, por ejemplo, localizado inmediatamente al Norte (Cremonte 1996), o la Quebrada de los Corrales, en El Infiernillo (Oliszewski et al. 2015). Hacia la zona oriental, con un ambiente signado por mayor humedad y el acceso a los bosques y selvas, hay evidencias que sugieren que estos espacios fueron corrientemente utilizados y habitados, tal como lo son en la actualidad. En todo el sector de bosques de la Quebrada Diaguita-Calchaquí hay corrales en piedra, asentamientos y piedras con morteros (García Azcárate et al. 2002). Lo mismo se puede observar para el faldeo oriental de las Cumbres de Tafí y la zona de Mala Mala (Manasse 2012). Ámbitos de mayor altura y características ambientales diferentes, con evidencias de asentamiento en los pisos ecológicos de pajonales de altura, o más abajo, de bosques uniespecíficos de alisos, dan cuenta de un amplio territorio habitado y vivido por lo que podemos considerar el mismo pueblo.

El estilo de vida del primer milenio EC, que venimos comentando constituye el nodo o fundamento de la gente de Tafí. Hubo cambios tecnológicos, incremento de la población y de los esfuerzos destinados a la producción, ampliación de los espacios habitados y, tal vez, algunas transformaciones en las relaciones dentro y fuera de la comunidad a medida que pasaba el tiempo. Toda la región de los valles serranos estaba habitada y cada una de esas poblaciones, con su propia historia, acompañaba y era también protagonista de procesos políticos, sociales y económicos regionales.

En Tafí, al igual que en áreas aledañas como el valle de Yokavil, valle Calchaquí, no se registraron evidencias de nuevos órdenes sociales y culturales que se observan sobre mediados del primer milenio de la EC para otras regiones como Ambato, Hualfín o Ancasti, por ejemplo. Las manifestaciones materiales y de paisajes peculiares que son reconocidas como propias, esas, las sociedades “Aguada”, no se observan en Tafí. Sin duda, más allá de haber tenido contactos con la gente de los valles meridionales, la gente de Tafí parece haber sostenido vínculos más estrechos con aquellas otras regiones que tampoco participaron de la “integración cultural y religiosa” Aguada (cf. Scattolin 2010; Tarragó 1989). Más, no se trata de que estas regiones hayan dejado de estar habitadas en esos tiempos. Áreas como La Bolsa, Casas Viejas, Bº Malvinas y Los Cuartos, es decir, distintas zonas del Valle de Tafí, siguieron ocupadas entre el 450 y el 850 o 900 de la EC (Manasse 2012). No contamos con información suficiente aún para cotejar la densidad de esa población, aunque sabemos que se fue incrementando con el paso del tiempo. Las unidades domésticas dan cuenta de la continuidad de su uso, registrándose cambios en las preexistentes de acuerdo a las nuevas necesidades. Es una permanente transformación: esas imponentes estructuras elaboradas en piedra se agrandan, se le agregan recintos, se anulan otros, se adecúan los accesos y se generan nuevos muros de contención externos. En una dinámica que solamente es comprensible por medio de cuidadosas excavaciones arqueológicas, estas unidades de asentamiento “siguen viviendo” a la par y con las distintas generaciones.

Arqueología: “Lo habitábamos también antes, durante y después de la invasión española…”

Lo que sucedió a lo largo del segundo milenio de la EC es importante para la construcción de derechos territoriales. La historia sostuvo por mucho (demasiado) tiempo la existencia de un hiato poblacional importante, que habría respondido a cambios climáticos y ambientales significativos (cf.Caria et al. 2001). Esta ausencia ha sido (y es) argumento para validar la apropiación de tierras por parte de conquistadores españoles primero, pero, luego también por la oligarquía tucumana.

Lo que conteció en estos tiempos forma parte de la historia profunda de los pueblos originarios que actualmente habitan estos valles interserranos. Más allá de discusiones científicas – aunque también políticas – sobre la continuidad de prácticas culturales y sociales y/o sobre la posibilidad de reemplazos poblacionales (cf. Caria et al. 2001; Núñez Regueiro & García Azcárate 1996), las primeras centurias de ese segundo milenio constituyen un pasado que es referido como propio y reclamado como tal en el marco de la construcción de las historias locales nativas. En la actualidad es parte de luchas que exigen revisar profundamente narrativas que omitieron historias o que terminan siendo poco coincidentes con los resultados más recientes de los estudios científicos (Manasse 2012).

De acuerdo a nuestras investigaciones el Valle de Tafí habría estado integrado social, política y económicamente al valle de Yokavil, en un contexto de sociedades complejas, aparentemente jerarquizadas y organizadas a modo de jefaturas o cacicazgos. Se trataría de un sector de carácter más rural con raíces históricas propias y una sociedad que articulaba intereses hacia ese Oeste vallisto– que centralizaba más o menos coyunturalmente el poder –, pero, también al Norte, con los valles de La Ciénega, Chasquivil y Anfama y al Este hacia los bosques y selvas de la yungas tucumana. Tafí habría constituido una cabecera política secundaria si nos atenemos a la información de los documentos coloniales[xxxiv]. Habrían sido familias extensas con miembros en distintas locaciones constituyendo un territorio muy dinámico y heterogéneo. Hoy podemos aseverar que, por lo pronto el Valle en su acepción más abarcativa y afín a las percepciones actuales de la gente en Tafí, fue (y sigue siendo) lugar de los pueblos diaguitas. Con asentamientos en distintas áreas del Valle, las poblaciones de las primeras centurias del segundo milenio EC lo habitaron y construyeron nuevos paisajes, pero rara vez parecen haber destruido los preexistentes; antes bien, parecen haber buscado integrarse a ellos, o sumarlos / integrarlos a los nuevos.

Con particularidades que probablemente se deban a coyunturas históricas peculiares, el asentamiento humano de estos comienzos del segundo milenio de la EC comparte la lógica espacial de los valles occidentales. Observamos unidades residenciales compuestas por recintos cuadrangulares y circulares centradas alrededor de un gran patio rectangular semihundido (Figura 6).

Se encuentran por pares o alineadas en conjuntos de tres a cinco en distintas partes del Valle, en particular en los sectores medios y distales de los conoides aluviales de los cerros tafinistos[xxxv]. Se particularizan por el uso combinado de la arquitectura en piedra y tierra, siendo, por ello, mucho menos visibles actualmente que las viviendas prehispánicas de los valles occidentales. Solo en menor medida se encuentran recintos cuadrangulares o circulares en cuya construcción prevalece algo más la piedra. Las estructuras residenciales suelen hallarse asociadas a espacios de producción agrícola. Superficies con andenerías, cuadros de cultivo, melgas, estructuras de riego y líneas de despedre aparecen vinculadas explícitamente (por medio de alineamientos de piedra) con las unidades de vivienda (Los Cuartos, La Costa y Casas Viejas) (Figura 7).

Fotografía aérea (1986).
    Unidades arquitectónicas cuadrangulares en Los Cuartos; esquina superior
    izquierda: fotografía de una de ellas
Figura 6
Fotografía aérea (1986). Unidades arquitectónicas cuadrangulares en Los Cuartos; esquina superior izquierda: fotografía de una de ellas

 Croquis que ilustra la organización
    espacial de las estructuras arquitectónicas que se observaban hace unas
    décadas atrás en Los Cuartos (Loteo 61,5KM) Manasse (2012)
Figura 7
Croquis que ilustra la organización espacial de las estructuras arquitectónicas que se observaban hace unas décadas atrás en Los Cuartos (Loteo 61,5KM) Manasse (2012)

Se observan unidades de vivienda de diferentes estilos que comparten el mismo espacio, incluso con aquellas estructuras de habitación de varias centurias atrás. Junto a los maizales, las chacras, los corrales y espacios con explícitos sentidos espirituales – rituales y, también, de función geopolítica o vinculada al control y resguardo, fueron configurando un paisaje fundamentalmente inclusivo[xxxvi].

Los estudios recientes dan cuenta de que es hacia el área centro-norte del Valle por un lado, y el centro-sur por el otro, en donde se hallaría mayor concentración poblacionalxxxvii. La primera comprende asentamientos residenciales, espacios productivos y otros vinculados a las ritualidades localizados principalmente en los abanicos aluviales de ríos como Tafí, el Blanquito, el Churqui y La Puerta, así como también en la zona de faldeos serranos. En menor densidad se encuentran evidencias en el área Norte del Cº Pelao con la zona de Ojo de Agua hacia el Este y toda la zona de La Ovejería, El Rodeo y Las Carreras con el faldeo oriental del Aconquija o Cº Grande. Otro locus claro está ubicado hacia el sur del Valle, con evidencias elocuentes en el área conocida como El Rinconcito en Casas Viejas, junto al sector sudoriental del Cº Pelao y hacia la zona del Mollar y Potrerillo, a más de algunas, en la quebrada en La Angostura.

La zona serrana septentrional del Valle presenta evidencias de la cría y el manejo de camélidos con estructuras arquitectónicas en piedra de morfología cuadrangular o adecuada a las condiciones de la topografía del lugar. El manejo ganadero se combinaba con el aprovechamiento de áreas de obtención de recursos minerales como arcillas y rocas de colores distintivos como el feldespato rosado, espacios para cultivo en forma de melgas, recintos que habrían funcionado como puestos de observación y refugio, y algunos que pueden haber estado implicados en prácticas de carácter ceremonial. Aún muy poco estudiados, los cerros tafinistos están colmados de evidencias ancestrales de distintas épocas. Tanto el área de las Cumbres Calchaquíes, las de Mala y Tafí, como el Cº Pelao – como referiré algo más adelante –, el Cº Ñuñorco y el Cº Muñoz manifiestan un uso complejo y constante en el tiempo, habiendo sido habitados en diferentes épocas del año, tal como aún se hace en la actualidad[xxxviii].

Las evidencias de los asentamientos tardíos preincaicos se encuentran principalmente en la parte baja del Valle, ocupando terrenos amplios con condiciones favorables para las prácticas productivas. No suelen ser de gran tamaño ni densidad poblacional, a diferencia de lo que se registra para el valle de Yokavil, por ejemplo. Al momento no hemos detectado ningún tipo de segregación espacial ni de jerarquización de los asentamientos de esta primera mitad del segundo milenio de la EC. Tampoco tenemos clara evidencia de una intensificación productiva notoria; sin embargo, contemplamos la posibilidad de la re-utilización de áreas de producción pre-existentes con lo que la superficie cultivada alcanzaría niveles de mayor importancia[xxxix]. Éstas se habrían ampliado durante el segundo milenio, implementando, a su vez, nuevos elementos tecnológicos y utilizando mayor variedad de cultígenos. Hay evidencias de canales de riego con artificios hidráulicos destinados a la optimización del rendimiento de los recursos hídricos, como derivadores y rompe-cargas[xl] (Manasse 2014a). Se trataría de una tecnología que afrontaría condiciones de climas áridos, en los que, las precipitaciones se producen en forma particularmente torrencial (Figura 8).

Estructuras complementarias
en un canal localizado en la Mesada de Los Teros (La Quesería 2), Los Cuartos. 1. Area de ingreso del agua al
rompecarga. 2. Compuertas de los
derivadores Norte y Este del rompecarga
Figura 8
Estructuras complementarias en un canal localizado en la Mesada de Los Teros (La Quesería 2), Los Cuartos. 1. Area de ingreso del agua al rompecarga. 2. Compuertas de los derivadores Norte y Este del rompecarga

La funebria se manifiesta compleja y heterogénea para esta época, excediendo el contexto el ámbito doméstico de las primeras centurias de la EC. No se han registrado evidencias arquitectónicas de marcas o señales que indicaran de modo destacado la existencia de contextos de inhumación. Identificamos diferentes modos de tratamiento de los muertos, algunos de ellos, semejantes a los que se conocen para el valle de Yokavil (Castellanos 2010; Ibañez 2011; Ibañez & Leiva 2015). Los cuerpos fueron mayoritariamente depositados en espacios integrados a los de los vivos; es decir, en ámbitos asociados a viviendas, áreas de producción y/o rituales. Las personas convivieron con sus muertos. Varios de ellos / ellas presentaban el cráneo con modificaciones morfológicas, práctica común en la región andina. En la Mesada de los Teros, en La Ovejería y en El Lambedero los restos humanos denotan estas intervenciones morfológicas, inmutables y altamente visibles tanto en vida, como ya muerta la persona; es decir que trascienden su vida. Su cuerpo se constituyó como un marcador de pertenencia e identidad. Estas prácticas habrían involucrado distintas esferas sociales (políticas, ideológicas, económicas) (Castellanos 2010). Las celebraciones y actividades parecerían haber sido explícitas, expuestas a la vista y participación comunitaria y, por tanto, al conocimiento y consentimiento por parte, al menos, de los pobladores más próximos en esta zona. Entre estos actos rituales se incluye el culto a los ancestros, que implica la utilización continuada del cuerpo de la persona ya muerta, trasladando algunas de sus partes[xli]. Lo observamos en la Mesada de Los Teros, con cráneos separados del resto del cuerpo, conjuntos óseos sin el esqueleto superior (Manasse 2012).

Hacia el Oeste del Valle existe uno de los pocos cementerios de estos tiempos de la primera mitad del segundo milenio EC. Se trata de El Linde, un área que no presentaba evidencias arquitectónicas de ningún tipo que pudiera indicar este lugar de inhumaciones y posiblemente haya sido utilizado por un tiempo bastante prolongado (Páez 2010). Allí se depositaron niños y restos de algunos adultos en grandes urnas santamarianas. Su localización y emplazamiento, en este caso sugieren la intención de discreción y cierto ocultamiento (Castellanos 2010). La diferencia se hace manifiesta con el cementerio de la Mesada de Los Teros. En una superficie que supera la hectárea y media registramos entierros secundarios de una cantidad de niños y de algunos adultos. Dispuestos en vasijas – tanto urnas santamarianas, como ollas de superficie cepillada con apliques modelados del rostro humano en el cuello–, los esqueletos se encontraron mayormente incompletos. En mucha menor medida algunos cuerpos fueron depositados directamente en tierra. Esta área de entierros se localizaba en directa relación espacial con las viviendas, lo que sugiere prácticas rituales y ceremonias más explícitas, expuestas a la participación comunitaria y, por tanto, al conocimiento y consentimiento por parte de los pobladores de esta zona. La diferencia entre ambos cementerios puede ser debida a prácticas que se fueron modificando en el tiempo, ya que el de La Mesada de Los Teros podría representar cambios producidos con la inminencia de la expansión imperial inca[xlii] y su relación colonial posterior luego de la invasión española.

Las evidencias de intervenciones inca-cuzqueñas son indirectas en Tafí. La arquitectura da cuenta de una continuidad en los modos de construir y de habitar de tiempos previos a la incorporación del Valle a la órbita imperial. Las evidencias arqueológicas permiten sostener que ello pudo haber ocurrido en las primeras décadas del siglo XV[xliii]. Negociaciones políticas de por medio, ciertos sectores sociales de la población local fueron reformulando su lugar o roles en función de los requerimientos imperiales. El Valle estaba habitado en su totalidad y su gente fue adecuando la organización social y de trabajo a los nuevos requerimientos. Ello implicó, por ejemplo, la creación de nuevos espacios orientados a la producción tanto ganadera como agrícola. Así, se fue aprovechando cada filo y cada mesada; se requirió una explotación más intensiva de los recursos del monte y de los valles aledaños[xliv]. Se crearon nuevos asentamientos (Oeste de Barrio Malvinas[xlv]) y se transformaron otros en uso (Mesada de los Teros, Pucará de Las Lomas Verdes). Se modificaron usos y sentidos de lugares, materialidades y prácticas de importancia para la población. Se dio particular relevancia a las prácticas de comensalismo, con fuerte tono simbólico-político desde, por ejemplo, la vajilla empleada (Páez 2010).

Es una coyuntura que revela la articulación, las negociaciones y la resistencia de la población diaguita. Asentamientos como el pucará de Las Lomas Verdes llevan su impronta: la arquitectura de los recintos, la alfarería en uso, así como las arcillas utilizadas para confeccionarla. Si bien aparecieron elementos alóctonos, como cuchillos ceremoniales (tumi) o alguna vasija elaborada fuera del Valle, el soporte fundamental es local. Incluso lugares tan emblemáticos como el montículo de Casas Viejas son parte de los espacios implicados. Es notable la intención de desarrollar prácticas cargadas de sentidos como modo de integrar a la población tafinista. Se trata de manifestaciones que remiten a roles articuladores antes que disruptores entre la sociedad nativa local y el imperio. No hay evidencias que refieran a confrontaciones, aunque sí, de resistencias (cf. Manasse 2014b), las mismas que se habrán intentado ante la invasión y conquista española.

Contamos con escasa información arqueológica para los siglos XV y XVI en adelante. Algunos hallazgos permiten abrir expectativas para la investigación de tiempos coloniales tempranos. Tanto en la zona actual de la Villa de Tafí, así como en la zona de Los Cuartos hay contextos que sugieren la actuación indígena local en tiempos de dominio español – criollo (Giulette & Vaqué 2017).

El Valle se fue llenando de ganado europeo: mulares, yeguarizos y luego vacunos. Las llamas ya no eran de utilidad en la economía que se instala desde Europa. Caballos, cabras y ovejas fueron destrozando laderas y pircas[xlvi]. Fueron consumiendo los pastos que, si bien en verano son abundantes, en invierno comienzan a escasear. El paisaje fue cambiando de manera drástica e irreversible. La gente que lo habitaba no tenía muchas alternativas; pasaba gran parte del tiempo encomendada en el llano tucumano, escapando cuando podía a su terruño. Algunos lograron quedarse y escapar de la opresión colonial.

La gente nativa formó parte del devenir de guerras y luchas intestinas; perdieron, junto a la población indígena de todo el país, su condición de originarios al ser incorporados al nuevo orden social y jurídico establecido por normativas de los procesos independentistas. Como lo señala López (2006) su integración ciudadana fue en perjuicio de la condición de amparo y posesión sobre los bienes que aun podían detentar y, concomitantemente, la disolución de lazos comunitarios. Los pueblos indígenas pasaron a ser arrendatarios de sus propias tierras.

Aun así hay registros de su participación en distintos eventos históricos que tuvieron a los Valles como protagonistas. En el llano tucumano participaron sindicalmente en contra del cierre de ingenios azucareros y también en las luchas entabladas en tiempos de la última dictadura militar en nuestro país. Los dirigentes actuales han sido activos militantes sociales en la lucha por los derechos de la población tafinista[xlvii]. Un hito social, cultural y político importante que refieren actualmente los comuneros del Valle de Tafí fue la reunión que se realizó en el salón del bailable “Lágrima de Indio” en Los Cuartos[xlviii] y se llamó “Primer Fiesta del Indio Americano”. Afuera, en el campo abierto, se había convocado a un gran “topamiento”, en donde participaba gente de todos los lugares del Valle[xlix]; adentro en el salón, mientras tanto, se habían reunido hombres y mujeres de distintas localidades de Tafí a escuchar y reflexionar sobre las condiciones imperantes (desigualdad e injusticia, falta de representación, problemas de la tierra) junto a representantes indígenas del valle de Yocavil. En la década del 70 la gente de Tafí participó del “Primer Parlamento Regional Indígena de los valles Calchaquíes”[l]. De allí en más no dejarán de reconocerse como población indígena; fueron reiteradamente sujetos a violentas represiones en el marco de sus demandas públicas por las tierras comunales (cf. Landi et al. 2010) e interpelados como “subversivos” por parte de la elite gobernante. Es con la reforma constitucional de 1994 que volvieron a ser reconocidos como naciones pre-existentes al Estado nacional. La lucha se definió en Tafí alrededor de la tierra. Sin dejar de lado otros derechos como el de la educación y la salud, es el lugar para habitar, para vivir y criar la vida la demanda principal. El contexto no es favorable: la especulación inmobiliaria es voraz y profundamente irrespetuosa de derechos adquiridos.

En la actualidad la población nativa de Tafí – en su heterogeneidad – manifiesta la voluntad y necesidad de articular intereses con el Estado argentino (municipal, provincial y nacional). En 2015 lograron una muy buena elección para concejal en el Municipio de Tafí del Valle desde el Movimiento Autónomo Social, estrictamente indígena en su configuración[li].

Una arqueología “desde y para” el presente / pasado de la gente de Tafí

Presente y pasado se unen en la percepción de la gente de los valles. Rompiendo (o abriendo) preceptos occidentales tradicionales, muchas personas fueron retomando saberes ancestrales con fuerte raigambre cultural andina. En ese marco nuestra práctica profesional fue acudiendo cada vez más a la demanda de los pueblos originarios. Los miembros de distintas comunidades encuentran en la arqueología una herramienta de reconciliación, reconocimiento y lucha; pero, también, de colonización.

En un ir y venir de intereses y conocimientos podemos referir, por caso, a estudios que estamos llevando adelante con la Comunidad Indígena de Casas Viejas: volver a identificar los monolitos extraídos violentamente en tiempos de la dictadura cívico-militar de la década de los setenta. Con comuneros y comuneras vamos trabajando en la restitución de la identidad de esas antiguas huancas arrancadas del seno de la tierra (Manasse & Ibañez 2018).

También trabajamos con la gente de Tafí, El Mollar y Casas Viejas en el reconocimiento del Cº Pelao o El Alto como territorio indígena[lii]. Se trata de un área serrana en el centro del Valle de Tafí. El registro y relevamiento efectuados permiten dar cuenta y defender territorialmente un enorme espacio destinado a la vivienda, a la producción agrícola y ganadera y prácticas rituales en tiempos previos a la invasión española pero, también en la actualidad (Figura 9)

Estructura rectangular construida sobre
    un filo de la ladera oriental del Cº Pelao (2054 msnm) que comprende una
    superficie mayor a los 600m2.Ma12 en el registro del
    Relevamiento.
Figura 9
Estructura rectangular construida sobre un filo de la ladera oriental del Cº Pelao (2054 msnm) que comprende una superficie mayor a los 600m2.Ma12 en el registro del Relevamiento.

A lo largo del tiempo, posiblemente por más de mil quinientos años, sobre los faldeos noroccidental y oriental del Alto se trabajó en el cultivo de altura; se prepararon sectores aterrazados (“El Espinal” o la “Andenería de Los Corralitos”), en ocasiones delimitados por pircas en sentido paralelo a la pendiente; con frecuencia asociados a rocas con morteros múltiples. También aparecen evidencias de cultivo en melgas (Ma23 al Oeste del Corral de Ojo de Agua). En cuchillas, filos y áreas cumbrales se observan corrales de morfología diversa, a veces aislados, pero también organizados en grupos de dos o tres (ver también Gómez Cardoso 2006). El Cº Pelao fue lugar de pastoreo de camélidos, con instalación de áreas de vivienda temporal, pero también, algunas, que podrían haber sido de carácter más permanente, como “Zocondo” en el Filo del Portezuelo o “El Filo” en el filo de los Guanco, así como también más al Norte en la Quebrada del Cementerio, por ejemplo (Montini & Manasse 2016) (Figura 10).

También fue importante lugar de prácticas rituales que se ven manifiestas en espacios de culto ancestral, como en la segunda mesada en la Quebrada del Cementerio, en donde aún al día de hoy se conserva un cráneo humano depositado en una oquedad rocosa a manera de huanca, muy semejante a lo referido por González y Tarragó (2005) para el Sector XIII de Rincón Chico (Manasse & Vaqué 2014).

Hoy el Cº Pelao, al igual que buena parte del Valle, sigue siendo territorio en pugna; varias y varios comuneros tienen causas penales pendientes por defender territorio en lugares como éste. Lo pelean desde su patrimonio ancestral y de sus prácticas actuales[liii].

Croquis y fotografía
parcial de Zocondo 1, Filo del Portezuelo. Cº Pelao.
Figura 10
Croquis y fotografía parcial de Zocondo 1, Filo del Portezuelo. Cº Pelao.

Arqueología en el Valle de Tafí: algunas miradas sobre el pasado (presente) de su gente

De la mano de saberes de la población nativa hoy contamos con indicadores que ponen en cuestión (pre)supuestos, interpretaciones y aseveraciones que a lo largo de centurias sustentaron la apropiación del/los territorio/s tafinisto/s por parte de la oligarquía tucumana. Nos propusimos abrir nuestra mirada atendiendo a esta problemática, sorteando enfoques que deslegitiman las perspectivas, conocimientos y percepciones “otras”, no necesariamente científicas.

En este artículo procuramos focalizar en dos ejes que se fueron delineando relevantes en nuestro trabajo en estos años: el Valle como territorio ancestral y la continuidad histórica de su uso y percepción como tal. El Valle – que lo es por “nombre” más que por su origen – ha sido y es un campo de disputas. La re-elitización actual de este territorio genera tensiones que expulsan población y llegaron a heridas de bala, al incendio de viviendas de la población local, destrozos en sus campos de cultivo y la destrucción, sin miramiento alguno, de evidencias ancestrales de centurias y milenios de antigüedad. Sigue plenamente vigente la asimetría, la desigualdad en el acceso a la justicia, así como en la definición política del Estado.

Desde una estructura territorial que puede verse tal vez parcialmente en las definiciones en las Carpetas Técnicas del Relevamiento Territorial Indígena (Ley 26.160), pero tiene su mejor expresión en los relatos de la gente, su movilidad y, por supuesto en sus demandas del territorio comunitario (ancestral, tradicional y colectivo). Las investigaciones arqueológicas van respaldando estas perspectivas.

La población nativa de Tafí hoy reclama desde su cada vez mayor seguridad de que siempre estuvieron en este territorio, que fueron parte del mismo; más allá de los cambios propios de cualquier sociedad. Estamos trabajando en un cuidadoso análisis de las narrativas históricas y arqueológicas. En dinámicas que no se alejan de las que observamos en nuestras investigaciones científicas, los pobladores nativos van construyendo resistencias para impedir la destrucción del/ los paisaje/s de sus abuelos, de sus ancestros. Estas familias, herederas por generaciones de las que sufrieron el avasallamiento de los invasores europeos hace centurias atrás, van retomando su vínculo con las materialidades ancestrales (al menos con aquellas que aún no han sido destruidas o alienadas completamente en actos de “patrimonialización”), y las integran a su paisaje, las defienden como elementos fundantes de su territorialidad y de su proyección como pueblo. No es sencillo, lo que hace unos pocos años fueron conquistas de los Pueblos Originarios, actualmente vuelven a ser desmanteladas paso a paso, desde los discursos judiciales, por ejemplo, y desde las acciones de desalojos y atropellos en territorio.

En este artículo procuramos exponer una mirada del “pasado – presente” de la gente nativa del Valle de Tafí en la provincia de Tucumán. Lo abordamos desde la arqueología y de la mano de los saberes de la población indígena trazamos una historia que llega a la actualidad en intereses compartidos, en urgencias y luchas. Desde este presente, el pasado estudiado desde la arqueología pierde delimitación temporal y cobra nuevos/otros sentidos.

Agradecimientos

Dejo expreso mi agradecimiento a la posibilidad detrabajar y aprender en el marco de la Universidad pública, laica y gratuita. La Universidad Nacional de La Plata fue mi lugar de formación, y la Universidad Nacional de Catamarca, desde su Escuela de Arqueología, y la de Tucumán, desde el Instituto de Arqueología y Museo, los ámbitos desde los cuales ejerzo mi profesión. Agradezco a las gentes del Valle de Tafí, comuneros, vecinos y a mi familia por el respaldo en este camino que nunca fue sencillo. Y, por supuesto, a los colegas que acompañan este andar junto a todo un conjunto de estudiantes con los que vamos modelando una manera de hacer arqueología con la que nos sentimos más a gusto.

Asimismo agradezco a los revisores de la Revista del Museo de La Plata, por sus aportes a la calidad de este manuscrito.

Notas

[i] La cantidad de pobladores del Valle de Tafí no es fácil de determinar, dado que, por ejemplo, hay una importante movilidad estacional. Siguiendo el estudio realizado por Estela Noli (2017) podemos estimar una población estable cercana a las 12.000 personas.

[ii] El valle de Tafí es el lugar donde habito desde hace ya varias décadas, factor que sin lugar a dudas tiene incidencia en el modo que miramos, estudiamos, analizamos las problemáticas y definimos nuestros objetivos científicos.

[iii] En ese tipo de relatos históricos su protagonismo comienza a decrecer con la invasión y conquista de estos territorios, desapareciendo casi por completo después de las desnaturalizaciones que dieron por fin a las rebeliones de los siglos XVI y XVII.

[iv] Gentilicio con el que se identifica a la gente nativa del valle de Tafí.

[v] “Abigarrado” en el sentido que le daba el sociólogo marxista Zavaleta Mercado (1983). Silvia Rivera Cusicanqui (2010) habla de ch’ixi, una realidad donde “coexisten en paralelo múltiples diferencias culturales, que no se funden sino que antagonizan o se complementan”. Una mezcla no exenta de conflicto, ya que “cada diferencia se reproduce a sí misma desde la profundidad del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa”. Lo ch’ixiconjuga opuestos sin subsumir uno en el otro, yuxtaponiendo diferencias concretas que no tienden a una comunión desproblematizada.

[vi] En los ejemplos referidos, serían de El Churqui, Las Carreras, Las Tacanas o El Mollar.

[vii]La sociedad criolla más urbana y las familias terratenientes han tenido consideraciones profundamente peyorativas respecto a la gente nativa de Tafí y los valles occidentales de Tucumán en general. Fueron señalados como “collas” como “indios recién bajados del cerro”, “vagos” e incapaces de llevar adelante emprendimientos de cierta complejidad.

[viii] Alfredo Bolsidirigió por muchos años el Instituto de Estudios Geográficos de la Universidad Nacional de Tucumán y fue director del Doctorado en Ciencias Sociales de esa casa de estudios.

[ix] Prefiero este término al más conocido de “gentrificación”. Hablo de una “re-elitización” dado que el proceso no es nuevo para esta región, solo que en la actualidad adopta características que se asemejan a lo descripto y evaluado críticamente para algunas ciudades europeas o del continente norteamericano y solo muy recientemente estudiado para América Latina (cf. Janoschka & Sequera 2014; Nates Cruz 2008, por ejemplo).

[x]Ver al respecto, la discusión planteada por Garnier en el texto ya citado.

[xi] Los cerros de Tafí tienen el privilegio de haber resguardado algunas de las pocas palabras cacanas que se conocen para esta región.

[xii] La información que nos ha permitido realizar estas construcciones surge de aquella lograda en el marco de más de veinte años de investigaciones científicas en el área, así como también de la capitalización de los saberes compartidos en nuestra vida cotidiana.

[xiii] Ambos ingenios dejaron de moler hace décadas, luego de la crisis de fines de la década del 60.

[xiv] Ejecución dispuesta por Ley Nacional 26.160 y sus prórrogas.

[xv] Los relatos refieren, por ejemplo, a la instalación de puestos en áreas poco controladas por parte de estancieros o empresas de explotación forestal en el faldeo oriental de las Cumbres Calchaquíes; o, también, al sostenimiento de rutas de intercambio y comercialización, que eludían la supervisión de funcionarios del estado.

[xvi] Es a esta concepción a la que referimos como Valle con la inicial mayúscula.

[xvii] El aumento de personas y familias censadas, las escisiones internas, nuevas configuraciones, etc., dan cuenta de una compleja dinámica socio-cultural y política.

[xviii] Ver, por ejemplo, Manasse (2012), Manasse & Arenas (2011).

[xix]Cf. Archivo Histórico de Tucumán, 1617. Serie A. Caja I, Exp.4, fs. 2 y3. Documentos Coloniales. Serie I, vol. 3 pp. 123 – 126.

[xx] Fue un proceso lento, más complejo que en otras zonas de la provincia de Tucumán como Amaicha del Valle y Quilmes. La resistencia ha sido muy superior y más efectiva en estas últimas regiones. Fue lerdo y difícil que la gente de Tafí volviera a embarcarse en su reconocimiento como originarios; el amedrentamiento de la última dictadura cívico - militar logró gran parte de su cometido.

[xxi]cf. Documento presentado ante la Convención Constituyente para la reforma constitucional de la provincia de Tucumán

[xxii]Somonte & Baied (2011), Adris (2013).

[xxiii]Localizada a los 26º52’12” de Latitud Sur y 65º42’39” de Longitud Oeste en territorio de la Base Los Ojitos de la Comunidad Indígena del Pueblo Diaguita del Valle de Tafí (CIPDVT).

[xxiv]Cf. Palamarczuk et al. (2007), Gómez Augier & Caria (2012) y Scattolin et al. (2009).

[xxv]“Los grabados del magnífico menhir que hoy yace derribado, pero que no ha mucho aún miraba de pie con su faz esculpida la soberbia cumbre del Ñuñorco, nos dice bien claro que esos hombres no fueron salvajes, que tenían cierto gusto para la ornamentación, que debieron conocer los metales y usar gruesos cinceles de bronce para perpetuar en la dura piedra los símbolos sagrados de su ritual fetichista.

Esos pocos datos, ya nos demuestran que estamos en presencia de los restos de una civilización perdida y antiquísima, la que por lo pronto, he supuesto contemporánea a la de Tiahuanaco” (Ambrosetti 1897: 294-295)

[xxvi]Ver Manasse (2015a), Manasse & Carrizo (2013).

[xxvii]Ver, también Gancedo (1912)

[xxviii] A unos 0,50m de profundidad se halló una tinaja con representación de un rostro humano por medio de la aplicación al pastillaje, sin pintura, con paredes levemente cepilladas que contenía en su interior un puco Famabalasto Negro Inciso en posición invertida.

[xxix] Si bien es de gran interés para la población local conocer el modo en que estos territorios se fueron configurando en las últimas centurias previas a la conquista española, el espacio fue completamente destruido para levantar una vivienda de veraneo (Manasse & Dimarco 2016). Las excavaciones efectuadas en el marco de un Estudio de Impacto Arqueológico (Sampietro 2012, 2013) carecieron del control y seguimiento sistemático que ameritan estas evidencias del pasado ancestral.

[xxx] Algunos conjuntos que se pueden interpretar como de carácter aldeano son los de Casas Viejas, La Costa 2, B° Malvinas, Carapunco, La Bolsa y el río Blanco, por ejemplo. También se observan conjuntos residenciales discretos con cierta distancia entre sí en La Costa 1, El Rodeo y El Mollar. Registramos asentamientos localizados en áreas serranas de altura – posibles puestos ganaderos -, como en el C° Pelao, el C° Muñoz y las Cumbres Calchaquíes que requieren ser investigados en mayor profundidad para ajustar su asignación / definición temporal.

[xxxi] Es necesario alertar al hecho de que varias de estas áreas han sido utilizadas a lo largo de las centurias siguientes hasta los momentos mismos de la conquista española. De allí, que no es sencillo ubicarlas con cierta precisión en el tiempo.

[xxxii] Ya en las primeras décadas del siglo XX Manuel Lizondo Borda planteaba la posibilidad de que en tiempos previos a la conquista española el Valle hubiera estado ocupado al menos por tres pueblos diferentes: “En 1617, al hacerse merced del Valle de Tafingasta, se habla no solo del cerro de Ampitahao [...sino de un] cerrillo pelado que estaba en medio de ese valle y que se llamaba Ampuqcatao, y de otro cerro llamado Panaqhao, que lo limitaba por el sur. Y estas tres designaciones de cerros, dado su final “hao” o “ao”, nos indican que en ellos hubo antes tres pueblos o parcialidades indígenas…” (Lizondo Borda 1938, p. 20).

[xxxiii]Ver, por ejemplo, lo descripto por González & Núñez Regueiro (1960), Manasse et al. (2001) y Salazar & Franco Salvi (2015).

[xxxiv]Cf.Cruz (1990-1992).

[xxxv] Localidades de La Costa 1, Los Cuartos, El Lambedero, Molle Solo y El Rinconcito, por ejemplo.

[xxxvi]Se trata de un modo de habitar estos lugares que, antes que ser “fundantes”, buscan articular lo pre-existente; antes que “limpiar” el terreno, “destruir” las construcciones de otros tiempos, ya en desuso, las fueron integrando para la construcción de estos nuevos paisajes.

[xxxvii]Cf. Manasse (2012, 2014a y b).

[xxxviii]Cf. Arenas (2017); Arenas & Chiappe Sánchez (2007);Manasse (2003, 2012); Montini & Manasse (2016); Patané Aráoz (2008).

[xxxix]Un caso elocuente sería el del cono del río La Puerta en el Este del Valle de Tafí; se trata de espacios agrícolas que, contrariamente a las interpretaciones cronológicas efectuadas por Berberián y su equipo, habrían sido construidos después que las unidades residenciales de patrón “margarita” dejaron de ser habitadas (cf.Berberián & Giani 2001).

[xl]Identificamos estos artificios en la Mesada de Los Teros (Los Cuartos) y en el Bº Malvinas (La Costa).

[xli] La presencia de esqueletos incompletos, en donde el cráneo puede hallarse separado del resto del cuerpo, así como fardos funerarios conteniendo restos del cabello o uñas, ciertas piezas textiles o figurinas, son referentes de estos ancestros en la región andina (Kaulicke 2001).

[xlii]Entre los contenedores de los restos esqueletarios se encuentran urnas santamarianas de morfología y rasgos asociados a los tiempos de expansión imperial (Manasse 2012).

[xliii]Manasse (2014b).

[xliv] Hay algunos conjuntos de estructuras arquitectónicas en piedra en el sector oriental del Alto o Cº Pelao que, por sus características constructivas y modo de emplazamiento se pueden atribuir a esta época También hay áreas con cuadros de cultivo ordenados en dameros, de acuerdo a un estilo típicamente inca en el faldeo occidental de las Cumbres de Tafí, así como en el Cº Grande o Muñoz (Manasse 2012).

[xlv]Gerardi & Manasse (2017).

[xlvi] A diferencia de los herbívoros americanos, la fauna europea arranca las pasturas, no las corta; ello significó ir despojando de cobertura vegetal a cerros y faldeos, dando lugar a terribles procesos de erosión.

[xlvii]Como lo destaco en un trabajo previo es notable que la población nativa tafinista fue buscando estrategias de organización que, acorde a las diferentes coyunturas, les permitiera avanzar en la lucha por sus derechos. Inicialmente, a fines de los ochenta, fueron los Centros Vecinales, más tarde la organización en Cooperativas, así hasta la Federación Indígena. Se observa un hilo de continuidad que denota que el espacio de lucha indígena es un punto de llegada, con una trayectoria de acción social y política de varias décadas. (cf. Manasse 2017)

[xlviii] Posteriormente fue llamada “Bailanta de la Cañada” o, más recientemente, “K-ñada".

[xlix] Es una época en la que ya se están realizando fiestas de carácter folklórico – nativo – indígena como la de la Pachamama, razón por la cual este topamiento no llamaría la atención.

[l] También aparece referido como “Primer Parlamento Indígena Juan Calchaquí” (cf. La Gaceta, 15.12.1973).

[li] La historia más reciente de los pueblos originarios del Valle son desarrollados con mayor detenimiento en Manasse (2017).

[lii] Informes inéditos presentados a las Comunidades respectivas, años 2007 a 2009.

[liii]En el Valle cada Base de las CI fue optando por distintas alternativas: algunos proponen una explotación a manera de circuitos culturales (La Banda, por ejemplo), otros buscan poner límites a la explotación turística por terceros (El Rodeo), o, también dar a conocer en medios profesionales científicos para así poder crear conciencia en el mundo intelectual (El Mollar), cf. Manasse & Vaqué (2014).

Agradecimientos

Dejo expreso mi agradecimiento a la posibilidad detrabajar y aprender en el marco de la Universidad pública, laica y gratuita. La Universidad Nacional de La Plata fue mi lugar de formación, y la Universidad Nacional de Catamarca, desde su Escuela de Arqueología, y la de Tucumán, desde el Instituto de Arqueología y Museo, los ámbitos desde los cuales ejerzo mi profesión. Agradezco a las gentes del Valle de Tafí, comuneros, vecinos y a mi familia por el respaldo en este camino que nunca fue sencillo. Y, por supuesto, a los colegas que acompañan este andar junto a todo un conjunto de estudiantes con los que vamos modelando una manera de hacer arqueología con la que nos sentimos más a gusto.

Asimismo agradezco a los revisores de la Revista del Museo de La Plata, por sus aportes a la calidad de este manuscrito.

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Notas

[i] La cantidad de pobladores del Valle de Tafí no es fácil de determinar, dado que, por ejemplo, hay una importante movilidad estacional. Siguiendo el estudio realizado por Estela Noli (2017) podemos estimar una población estable cercana a las 12.000 personas
[ii] El valle de Tafí es el lugar donde habito desde hace ya varias décadas, factor que sin lugar a dudas tiene incidencia en el modo que miramos, estudiamos, analizamos las problemáticas y definimos nuestros objetivos científicos.
[iii] En ese tipo de relatos históricos su protagonismo comienza a decrecer con la invasión y conquista de estos territorios, desapareciendo casi por completo después de las desnaturalizaciones que dieron por fin a las rebeliones de los siglos XVI y XVII.
[iv] Gentilicio con el que se identifica a la gente nativa del valle de Tafí.
[v] “Abigarrado” en el sentido que le daba el sociólogo marxista Zavaleta Mercado (1983). Silvia Rivera Cusicanqui (2010) habla de ch’ixi, una realidad donde “coexisten en paralelo múltiples diferencias culturales, que no se funden sino que antagonizan o se complementan”. Una mezcla no exenta de conflicto, ya que “cada diferencia se reproduce a sí misma desde la profundidad del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa”. Lo ch’ixiconjuga opuestos sin subsumir uno en el otro, yuxtaponiendo diferencias concretas que no tienden a una comunión desproblematizada.
[vi] En los ejemplos referidos, serían de El Churqui, Las Carreras, Las Tacanas o El Mollar.
[vii] La sociedad criolla más urbana y las familias terratenientes han tenido consideraciones profundamente peyorativas respecto a la gente nativa de Tafí y los valles occidentales de Tucumán en general. Fueron señalados como “collas” como “indios recién bajados del cerro”, “vagos” e incapaces de llevar adelante emprendimientos de cierta complejidad.
[viii] Alfredo Bolsidirigió por muchos años el Instituto de Estudios Geográficos de la Universidad Nacional de Tucumán y fue director del Doctorado en Ciencias Sociales de esa casa de estudios.
[ix] Prefiero este término al más conocido de “gentrificación”. Hablo de una “re-elitización” dado que el proceso no es nuevo para esta región, solo que en la actualidad adopta características que se asemejan a lo descripto y evaluado críticamente para algunas ciudades europeas o del continente norteamericano y solo muy recientemente estudiado para América Latina (cf. Janoschka & Sequera 2014; Nates Cruz 2008, por ejemplo).
[x] Ver al respecto, la discusión planteada por Garnier en el texto ya citado.
[xi] Los cerros de Tafí tienen el privilegio de haber resguardado algunas de las pocas palabras cacanas que se conocen para esta región.
[xii] La información que nos ha permitido realizar estas construcciones surge de aquella lograda en el marco de más de veinte años de investigaciones científicas en el área, así como también de la capitalización de los saberes compartidos en nuestra vida cotidiana.
[xiii] Ambos ingenios dejaron de moler hace décadas, luego de la crisis de fines de la década del 60.
[xiv] Ejecución dispuesta por Ley Nacional 26.160 y sus prórrogas.
[xv] Los relatos refieren, por ejemplo, a la instalación de puestos en áreas poco controladas por parte de estancieros o empresas de explotación forestal en el faldeo oriental de las Cumbres Calchaquíes; o, también, al sostenimiento de rutas de intercambio y comercialización, que eludían la supervisión de funcionarios del estado.
[xvi] Es a esta concepción a la que referimos como Valle con la inicial mayúscula.
[xvii] El aumento de personas y familias censadas, las escisiones internas, nuevas configuraciones, etc., dan cuenta de una compleja dinámica socio-cultural y política.
[xviii] Ver, por ejemplo, Manasse (2012), Manasse & Arenas (2011).
[xix] Cf. Archivo Histórico de Tucumán, 1617. Serie A. Caja I, Exp.4, fs. 2 y3. Documentos Coloniales. Serie I, vol. 3 pp. 123 – 126.
[xx] Fue un proceso lento, más complejo que en otras zonas de la provincia de Tucumán como Amaicha del Valle y Quilmes. La resistencia ha sido muy superior y más efectiva en estas últimas regiones. Fue lerdo y difícil que la gente de Tafí volviera a embarcarse en su reconocimiento como originarios; el amedrentamiento de la última dictadura cívico - militar logró gran parte de su cometido.
[xxi] cf. Documento presentado ante la Convención Constituyente para la reforma constitucional de la provincia de Tucumán
[xxii] Somonte & Baied (2011), Adris (2013).
[xxiii] Localizada a los 26º52’12” de Latitud Sur y 65º42’39” de Longitud Oeste en territorio de la Base Los Ojitos de la Comunidad Indígena del Pueblo Diaguita del Valle de Tafí (CIPDVT).
[xxiv] Cf. Palamarczuk et al. (2007), Gómez Augier & Caria (2012) y Scattolin et al. (2009).
[xxv] “Los grabados del magnífico menhir que hoy yace derribado, pero que no ha mucho aún miraba de pie con su faz esculpida la soberbia cumbre del Ñuñorco, nos dice bien claro que esos hombres no fueron salvajes, que tenían cierto gusto para la ornamentación, que debieron conocer los metales y usar gruesos cinceles de bronce para perpetuar en la dura piedra los símbolos sagrados de su ritual fetichista.

Esos pocos datos, ya nos demuestran que estamos en presencia de los restos de una civilización perdida y antiquísima, la que por lo pronto, he supuesto contemporánea a la de Tiahuanaco” (Ambrosetti 1897: 294-295)

[xxvi] Ver Manasse (2015a), Manasse & Carrizo (2013).
[xxvii] Ver, también Gancedo (1912)
[xxviii] A unos 0,50m de profundidad se halló una tinaja con representación de un rostro humano por medio de la aplicación al pastillaje, sin pintura, con paredes levemente cepilladas que contenía en su interior un puco Famabalasto Negro Inciso en posición invertida.
[xxix] Si bien es de gran interés para la población local conocer el modo en que estos territorios se fueron configurando en las últimas centurias previas a la conquista española, el espacio fue completamente destruido para levantar una vivienda de veraneo (Manasse & Dimarco 2016). Las excavaciones efectuadas en el marco de un Estudio de Impacto Arqueológico (Sampietro 2012, 2013) carecieron del control y seguimiento sistemático que ameritan estas evidencias del pasado ancestral.
[xxx] Algunos conjuntos que se pueden interpretar como de carácter aldeano son los de Casas Viejas, La Costa 2, B° Malvinas, Carapunco, La Bolsa y el río Blanco, por ejemplo. También se observan conjuntos residenciales discretos con cierta distancia entre sí en La Costa 1, El Rodeo y El Mollar. Registramos asentamientos localizados en áreas serranas de altura – posibles puestos ganaderos -, como en el C° Pelao, el C° Muñoz y las Cumbres Calchaquíes que requieren ser investigados en mayor profundidad para ajustar su asignación / definición temporal.
[xxxi] Es necesario alertar al hecho de que varias de estas áreas han sido utilizadas a lo largo de las centurias siguientes hasta los momentos mismos de la conquista española. De allí, que no es sencillo ubicarlas con cierta precisión en el tiempo.
[xxxii] Ya en las primeras décadas del siglo XX Manuel Lizondo Borda planteaba la posibilidad de que en tiempos previos a la conquista española el Valle hubiera estado ocupado al menos por tres pueblos diferentes: “En 1617, al hacerse merced del Valle de Tafingasta, se habla no solo del cerro de Ampitahao [...sino de un] cerrillo pelado que estaba en medio de ese valle y que se llamaba Ampuqcatao, y de otro cerro llamado Panaqhao, que lo limitaba por el sur. Y estas tres designaciones de cerros, dado su final “hao” o “ao”, nos indican que en ellos hubo antes tres pueblos o parcialidades indígenas…” (Lizondo Borda 1938, p. 20).
[xxxiii] Ver, por ejemplo, lo descripto por González & Núñez Regueiro (1960), Manasse et al. (2001) y Salazar & Franco Salvi (2015).
[xxxiv] Cf. Cruz (1990-1992).
[xxxv] Localidades de La Costa 1, Los Cuartos, El Lambedero, Molle Solo y El Rinconcito, por ejemplo.
[xxxvi] Se trata de un modo de habitar estos lugares que, antes que ser “fundantes”, buscan articular lo pre-existente; antes que “limpiar” el terreno, “destruir” las construcciones de otros tiempos, ya en desuso, las fueron integrando para la construcción de estos nuevos paisajes.
[xxxvii] Cf. Manasse (2012, 2014a y b).
[xxxviii] Cf. Arenas (2017); Arenas & Chiappe Sánchez (2007); Manasse (2003, 2012); Montini & Manasse (2016); Patané Aráoz (2008).
[xxxix] Un caso elocuente sería el del cono del río La Puerta en el Este del Valle de Tafí; se trata de espacios agrícolas que, contrariamente a las interpretaciones cronológicas efectuadas por Berberián y su equipo, habrían sido construidos después que las unidades residenciales de patrón “margarita” dejaron de ser habitadas (cf. Berberián & Giani 2001).
[xl] Identificamos estos artificios en la Mesada de Los Teros (Los Cuartos) y en el Bº Malvinas (La Costa).
[xli] La presencia de esqueletos incompletos, en donde el cráneo puede hallarse separado del resto del cuerpo, así como fardos funerarios conteniendo restos del cabello o uñas, ciertas piezas textiles o figurinas, son referentes de estos ancestros en la región andina (Kaulicke 2001).
[xlii] Entre los contenedores de los restos esqueletarios se encuentran urnas santamarianas de morfología y rasgos asociados a los tiempos de expansión imperial (Manasse 2012).
[xliii] Manasse (2014b).
[xliv] Hay algunos conjuntos de estructuras arquitectónicas en piedra en el sector oriental del Alto o CºPelao que, por sus características constructivas y modo de emplazamiento se pueden atribuir a esta época También hay áreas con cuadros de cultivo ordenados en dameros, de acuerdo a un estilo típicamente inca en el faldeo occidental de las Cumbres de Tafí, así como en el Cº Grande o Muñoz (Manasse 2012).
[xlv] Gerardi & Manasse (2017).
[xlvi] A diferencia de los herbívoros americanos, la fauna europea arranca las pasturas, no las corta; ello significó ir despojando de cobertura vegetal a cerros y faldeos, dando lugar a terribles procesos de erosión.
[xlvii] Como lo destaco en un trabajo previo es notable que la población nativa tafinista fue buscando estrategias de organización que, acorde a las diferentes coyunturas, les permitiera avanzar en la lucha por sus derechos. Inicialmente, a fines de los ochenta, fueron los Centros Vecinales, más tarde la organización en Cooperativas, así hasta la Federación Indígena. Se observa un hilo de continuidad que denota que el espacio de lucha indígena es un punto de llegada, con una trayectoria de acción social y política de varias décadas. (cf. Manasse 2017)
[xlviii] Posteriormente fue llamada “Bailanta de la Cañada” o, más recientemente, “K-ñada.
[xlix] Es una época en la que ya se están realizando fiestas de carácter folklórico – nativo – indígena como la de la Pachamama, razón por la cual este topamiento no llamaría la atención.
[l] También aparece referido como “Primer Parlamento Indígena Juan Calchaquí” (cf. La Gaceta, 15.12.1973).
[li] La historia más reciente de los pueblos originarios del Valle son desarrollados con mayor detenimiento en Manasse (2017).
[lii] Informes inéditos presentados a las Comunidades respectivas, años 2007 a 2009.
[liii] En el Valle cada Base de las CI fue optando por distintas alternativas: algunos proponen una explotación a manera de circuitos culturales (La Banda, por ejemplo), otros buscan poner límites a la explotación turística por terceros (El Rodeo), o, también dar a conocer en medios profesionales científicos para así poder crear conciencia en el mundo intelectual (El Mollar), cf. Manasse & Vaqué (2014).
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