Dossier
La arqueología del río Napo: noticias recientes y desafíos futuros
The archeology of the Napo River: recent news and future challenges
A arqueologia do rio Napo: notíciasrecentes e desafios futuros
La arqueología del río Napo: noticias recientes y desafíos futuros
Revista del Museo de La Plata, vol. 4, núm. 2, 2019
Universidad Nacional de La Plata
Recepción: 01 Abril 2019
Aprobación: 01 Julio 2019
Publicación: 31 Julio 2019
Resumen: La arqueología del río Napofue inicialmente conocida a través de los trabajos pioneros de Clifford Evans y Betty Meggers en territorio ecuatoriano. Estas investigaciones permitieron la formulación de una secuencia cerámica que aún continúa siendo la columna vertebral de nuestra comprensión arqueológica de la región.Sin embargo, nuevos datos arqueológicos han mejorado la reconstrucción del proceso de ocupación humana de la región en la época pre-colonial. Entre ellos se cuentan observaciones derivadas de la actividad coleccionista de misioneros, nuevas informaciones producidas por la arqueología de contrato en Ecuador y recientes datos producidos por investigaciones arqueológicas en el territorio peruano de la cuenca. En este artículo se sintetiza la información referida, se discuten los aspectos tecno-estilísticos de la cerámica arqueológica de la región,se presentan nuevos datos arqueológicos que evidencian ocupaciones de la fase Napo a lo largo de todo el curso del río por tierras bajas, y se evalúa el estado de avance del conocimiento de las ocupaciones pre-coloniales de la cuenca del río Napo.
Palabras clave: Secuencia cerámica, río Napo, Noroeste amazónico, Ecuador, Perú.
Abstract: The archaeology of the Napo Riverinitially became known through the pioneering work of Clifford Evans and Betty Meggers in Ecuador. These investigations led to the formulation of a ceramic sequence that continues to be the backbone of archaeological understandings in the region. During the last decades, however, new archaeological data have refined our understanding of the precolonial process of human occupation in the region. These data comprise, observations derived from collecting activity of missionaries, new information produced through contract archaeology in Ecuador, and recent archaeological survey data from the Peruvian territory of the basin, among others. In this article we summarize these archaeological observations, discuss techno-stylistic aspects of the archaeological ceramics of the region, present new archaeological evidence suggesting Napo phase occupations existed along the entire lowland Napo river, and assess the current state of our knowledge on precolonial occupations of the Napo River basin.
Keywords: Ceramic sequence, Napo river, Northwest amazon, Ecuador, Peru.
Resumo: A arqueologia do rio Napo: notíciasrecentes e desafios futuros. A arqueologia do rio Napo foi inicialmente conhecida por meio dos trabalhos pioneiros de Clifford Evans e Betty Meggers em território equatoriano. Essas pesquisas permitiram a formulação de uma seqüência cerâmica que continua sendo a espinha dorsal de nossa compreensão arqueológica da região. No entanto, novos dados arqueológicos melhoraram a reconstrução do processo de ocupação humana da região na era pré-colonial. Entre eles estão observações derivadas da atividade de coleta de missionários, novas informações produzidas pela arqueologia de contrato no Equador e dados recentes produzidos por pesquisas arqueológicas no território peruano da bacia. Neste artigo, a referida informação é sintetizada, são discutidos os aspectos tecno-estilísticos da cerâmica arqueológica da região, são apresentados novos dados arqueológicos que mostram as ocupações da fase Napo ao longo de todo o curso do rio por terras baixas, e se avalia o estado de avanço do conhecimento das ocupações pré-coloniais da bacia do rio Napo.
Palavras-chave: Sequência cerâmica, Rio Napo, Noroeste amazônico, Equador, Peru.
Introducción
En este artículo se presentamos una revisión del conocimiento arqueológico existente para las tierras bajas de la cuenca del río Napo. Centramos nuestra atención especialmente en, por una parte, las informaciones recabadas a partir del estudio de fuentes etnohistóricas y, por otra, la cronología y los aspectos tecno-estilísticos de las ocupaciones alfareras pre-coloniales. Específicamente, nos enfocamos en los hallazgos provenientes del territorio inmediatamente adyacente al río Napo y sus principales tributarios, desde la confluencia de los ríos Napo y Coca hasta su desembocadura en la margen izquierda del río Amazonas. El espacio mencionado se encuentra ubicado en los territorios amazónicos de Ecuador y Perú. La región estudiada (Figura 1) se encuentra comprendida dentro de un ambiente de floresta tropical, resultado de un régimen climático ecuatorial de altas precipitaciones (aproximadamente 3000 mm al año, con una variabilidad significativa a lo largo de la cuenca). En dicha región el río Napo muestra una morfología de tipo entrelazado, caracterizada por bancos de arena elípticos dispuestos como depósitos laterales o formando islas. La configuración del paisaje cuaternario es definida por la formación del mega abanico Pastaza-Napo y por el registro de un importante episodio erosivo de edad pleistocénica, que habría culminado con la génesis de un paisaje de colinas convexas en amplias áreas de la región. Es así que a mayor distancia del rio Napo se observan lomas y pliegues interdigitados por zonas bajas inundables que, evidentemente, pueden ser fuertemente afectadas por crecientes y lluvias. Actualmente grandes humedales formados sobre sedimentos depositados en el Holoceno cubren la parte media y distal de la cuenca del río Napo (Iriondo, 2012).
El cauce del río Napo a lo largo de la planicie amazónica se caracteriza por una sucesión de ensanchamientos y estrangulamientos entre 3 km y 500 m de ancho. Su caudal presenta fluctuaciones significativas y sorpresivas, generalmente reflejo de fuertes lluvias y descargas de múltiples tributarios, entre los que cabe destacar los ríos Yasuní (margen derecha), Aguarico (margen izquierda), Curaray (margen derecha) y Mazán (margen derecha). El Napo es considerado un río de ‘agua blanca’, con niveles significativamente altos de sedimentos en suspensión que se originan en los procesos erosivos del macizo andino (Laraque et al., 2009). Sin embargo, su cuenca configura un paisaje fluvial que difiere mucho del patrón clásico de várzea y terrafime más típico de la Amazonía oriental. Le es característica la presencia de terrazas aluviales bajas que pueden fácilmente quedar sumergidas por las máximas crecidas. Las márgenes del río Napo, en consecuencia, son en general inestables y susceptibles de colapsar como resultado de la erosión lateral del propio cauce (Ortiz de Villalba, 1981).
Contexto etnohistórico
El río Napo define un paisaje que fue de gran interés durante el proceso de exploración de la cuenca Amazónica por parte de colonizadores y misioneros europeos. Se trata de la ruta fluvial que siguiera Orellana y su tripulación en el siglo XVI (Carvajal 1894 [1542]) y, en sentido inverso, Pedro de Teixeira y su tripulación para alcanzar Quito desde las tierras bajas durante el siglo XVII (Acuña 1641). Posteriormente, el río se convirtió en el eje de diversas tentativas de evangelización– a veces en franca competencia – por parte de las avanzadas franciscanas y jesuíticas (de la Cruz 1900 (1653)); Chantre & Herrera 1901 [1637-1767]; Uriarte 1986 [1750-1767]). Del temprano proceso de colonización europea han quedado un conjunto de fuentes etnohistóricas en las que se registra información de asentamientos y reducciones indígenas entorno al río Napo y sus tributarios (Chaumeil & Fraysse-Chaumeil 1981). Asimismo, las fuentes presentan datos que refieren una diversidad étnica y lingüística diferente a la actual distribución de naciones indígenas en la región (Tabla 1).
Autor / Año | Río Napo aguas arriba delaboca del Aguarico | Desde la boca del río Aguarico hasta la boca del río Curaray | Desde la boca del río Curaray hasta el río Amazonas |
Carvajal 1894 [1542] | Irrimorrani | Aparia Menor | Aparia Menor |
Acuña 1641 [1639] | Encabellados Auxiras Yurufunes Záparas Yquitos | ||
Abbeville 1656 | Quillasingas | Pacamores | |
Fritz 1707 | Encabellados | Encabellados Sucumbios Abijiras | Payahuas |
Magnin 1740 | Encabellados [S. Josef de] Huates Saparas Abijiras Schimigayes Coronados | Iquiabates Payaguas Mallamaes | |
La Condamine 1743-1744 | Huattes | ||
Brentano et al. 1751 | Encabellados Ycahuates Coronados Yuriparas Simigayas Abixiras | Cungies Payaguas Ardas | |
Weigel 1769 | Ycahuates | Payaguas Yahuas | |
Bonne 1771 | [S. Josef de] Huates Abijiras | Payaguas | |
la Cruz Cano & Olmedilla 1775 | Canelos | Encabellados Icahutes [S. Josef de] Huates] Canelos Simigayas Abijiras | Cungies Payaguas Ardas |
Requena 1779 | Gaes Santes | Icaiaguates Paguallas | |
Zatta & Figli 1785 | [San Josef de] Huates Ablgiras | Payaguas Ixinores | |
Velasco 1789 | Cofanes | Payaguas Icahuates | |
Marcoy 1840-1846 | Orejones | Cotos | |
Osculati 1847 | Canelos Jasunis Cofanes Aguaricos Encabellados | Záparos Abickiras Simiguaës Encabellados Icaguatos Santa Marías Ocayas | Abichiras Aemales Ardas Maisamaes Iquitos Encabellados Oritos Payaguas Yaguas Anchuteres Chotos |
Delamare et al. 1865 | Encabellados Abiquiras | Encabellados Orejones Abiquiras Mazanes Iquitos | |
Villarejo 1946 | Secoyas Icahuates |
La expansión de la lengua quichua por la cuenca del río Napo, de acuerdo con van de Kerke & Muysken (2014), sería un fenómeno relativamente reciente. En el Napo subandino colonial del siglo XVI dominaban los grupos Quijos, de clasificación lingüística incierta (Oberem 1980)[1], que mantenía contacto con grupos Tupí-guaraní. Estos últimos habitaban las margenes del río Napo, especialmente aguas abajo de la desembocadura del río Coca. En la planicie Amazónica, especialmente al sur del río Napo, entre el río Napo y el Curaray, diversas fuentes registran “Auxiras, Yurufunes, Záparas e Yquitos” (Acuña 1641, p. 23). Al norte del río Napo, en cambio, las noticias desde el siglo XVII mencionan la gran provincia de los Encabellados (de la Cruz 1900 [1653]; Osculati 1847), hablantes de lenguas de la familia Tucano Occidental. Éstos, así como grupos afines (por ejemplo los Ancoteros), serían los originadores de los grupos Sionas y Secoyas reconocidos en la región hasta el presente[2]. Cipolletti(1997) llama la atención en que las fuentes describen estos grupos como habitantes semi-sedentarios de las regiones de floresta adyacentes al curso de grandes ríos.
Diversas noticias refieren la presencia de grupos Tupí-guaraní dispersos a lo largo del río Napo. Incluidos aquí están los Omagua-Yeté (‘Omagua verdaderos’), que mantenían asentamientos más permanentes entre las desembocaduras de los ríos Coca y Aguarico a lo largo del río Napo (Chaumeil & Fraysse-Chaumeil 1981; Cabodevilla 1998) y los habitantes de Aparia la Menor, una aldea registrada por Gaspar de Carvajal (1894 [1542]) en el curso medio del río Napo. Estos grupos tendrían un sustrato lingüístico común con los Omaguas del río Amazonas (la Aparia Mayor de Carvajal (1894[1542]), con los Cocama de la cuenca del Ucayali, con los Cocamillas del río Huallaga, y con grupos Yurimaguas del río Solimões(Michael 2014). Durante el siglo XVIII los Omagua del Amazonas occidental fueron diezmados por la acción misionera, el esclavismo, y las epidemias (Myers 1989), en tanto que los Omaguas-Yeté del río Napo (probablemente los de ‘cabezas chatas’ que Laureano de la Cruz (1900 [1653], p. 77) menciona aguas arriba de la boca del río Aguarico), acabaron refugiándose en las cabeceras de los tributarios del Napo ecuatoriano (Oberem 1967-8). Sobre los habitantes de Aparia Menor, quiénes al momento de la llegada de Orellana habrían dominado la sección inferior del medio Napo y casi todo el bajo Napo (Chaumeil & Fraysse-Chaumeil 1981; Porro 2007), no se tiene rastro en documentos posteriores al siglo XVII.
Las investigaciones arqueológicas
Las investigaciones arqueológicas en el río Napo se inician con el trabajo pionero de Clifford Evans & Betty Meggers(1968). Estos investigadores, a partir de múltiples excavaciones, análisis de materiales cerámicos y obtención de un conjunto de fechados radiocarbónicos, describieron para el sector del río Napo ubicado en territorio ecuatoriano una secuencia arqueológica que comprende cuatro fases de ocupación (Cotacocha, Yasuni, Tivacuno, Napo). Posteriormente, nuevas observaciones y constataciones provenientes de la actividad coleccionista de misioneros en la región (Ortiz de Villalba 1981; Cabodevilla 1998) ampliaron la información sobre la variedad de los estilos y la distribución espacial de la cerámica arqueológica de la región.
El auge de la industria petrolera desde las últimas décadas del siglo XX tuvo como efecto colateral la realización de un gran número de estudios de arqueología preventiva, principalmente en la región ecuatoriana del río Napo. Pese a las limitaciones de algunos de estos estudios, cuya intensidad de muestreo y nivel de detalle es dictada por las prioridades de la explotación de hidrocarburos, en su conjunto ofrecen información nueva y de relevancia para el presente trabajo. En este sentido, el trabajo de Patricia Netherly (1997) propone la existencia de un contraste básico en el patrón de asentamiento visible en la región, que se caracterizaría por la presencia de asentamientos en las zonas ribereñas (incluyendo las márgenes altas de los ríos y las colinas próximas a los mismos) y las zonas interfluviales no anegadizas. En éstas últimas, Netherly sugiere que habrían existido poblaciones numéricamente importantes, aunque no fuertemente nucleadas. Solórzano (2007a), por su parte, recopila datos de las investigaciones de arqueología preventiva en el Ecuador, confirmandola existencia de una alta densidad de sitios en regiones interfluviales. Esta arqueóloga también sugiere que existió una predilección por los espacios lagunares y plantea que las márgenes del río Napo habrían servido como asiento de poblaciones estables, capaces de adaptarse a las crecidas del río. Por su parte Arellano (2009; 2011; 2014) registra conjuntos de sitios claramente orientados a importantes tributarios al norte del río Napo ecuatoriano, y sugiere que el patrón de asentamiento regional privilegiaría la parte superior de colinas y terrazas primarias. Más recientemente, Arellano (2019) observa que los sitios arqueológicos cercanos al curso del Napo, que suelen ubicarse por encima del actual nivel de las aguas, en muchos casos presentan gruesas capas de depósitos aluviales, correlacionables con eventos de inundación asociados con el fenómeno climático “El Niño”. Estos trabajos, en suma, muestran un consenso respecto de un patrón de asentamiento diferenciado, en el que los lugares eran utilizados de manera diversificada en función de su posición a lo largo del gradiente entre los ríos principales y las zonas más altas de los interfluvios.A estos trabajos en territorio ecuatoriano se agregan investigaciones recientes de Arroyo-Kalin & Rivas (2016) en el río Napo peruano. Como detallaremos a continuación, en estas investigaciones se registran sitios arqueológicos en regiones hasta ahora poco conocidas y se indentifican nuevos ejes de variabilidad para la secuencia cerámica de la región.
Cronología y cultura material: rastros de identidades pre-coloniales
Las ocupaciones más antiguas de la cuenca del río Napo se encuentran evidenciadas por la presencia de artefactos líticos asociados con dataciones radiocarbónicas de inicios del Holoceno temprano (Constantine 2013). Entre éstas y las ocupaciones del Holoceno tardío(Tabla 2) se registra un hiato considerable, durante el cual existen indicios paleoambientales (Athens & Ward 1999) pero no arqueológicos de antiguas ocupaciones humanas. Durante el Holoceno tardío, la secuencia cerámica definida por Evans & Meggers (1968) continúa siendo el esqueleto principal que define la arqueología de la cuenca, especialmente en territorio ecuatoriano.
La fase Yasuní
Las dataciones radiocárbonicas (Tabla 2, a4) más antiguas presentadas por Evans & Meggers (1968) provienen de dos yacimientos ubicados en la margen derecha del río Napo, aguas abajo de la desembocadura del río Tiputini. A partir del estudio de la cerámica encontrada en los yacimientos, Evans & Meggers definen la fase Yasuní. Se trata de una cerámica muy erosionada, de pasta fina condesgrasante mineral y orgánico. En el repertorio de vasijas sobresalen las formas abiertas y globulares, con cuerpos simples o con carenas angulares. Se describen para las mismas la presencia de hombros redondeados, labios reforzados y rebordes labiales. Las técnicas de decoración observadas son la incisión, la puntuación y la incisión zonada (que define campos de decoración en la parte superior de la vasija), así como el ungulado (en bordes y carenas). La cronología y la presencia de decoración incisa hachuradozonada (Meggers & Evans 1961) llevó a Evans & Meggers (1968) a situar esta fase en el período Formativo.
Aparte de las observaciones de estos autores, es de interés mencionar el registro del sitio Fuerte Pantoja, ubicado en la margen izquierda del alto Napo peruano (Chamorro 2011; Murga 2013; Arroyo-Kalin & Rivas 2013). En una colina alta con una vista estratégica sobre el río Napo, a 1 km de la boca del Aguarico, se registra un depósito estratificado con presencia de cerámica. Las formas y modalidades de decoración de estos materiales son consistentes con las descripciones de la fase Yasuní. Un estudio de una muestra de estos materiales (Arroyo-Kalin & Rivas 2013) destaca la presencia de vasijas con formas carenadas manufacturada con una pasta de desgrasante casi exclusivamente mineral. Las mismas presentan bordes reforzados finos y gruesos, labios redondeados y de media ojiva interna, y el uso de una acanaladura perimetral sobre la superficie de los labios extendidos. Se observa el uso de incisiones finas paralelas y perpendiculares. En el conjunto se registran también fragmentos de una botella de doble pico y asa puente, con golletes rectos y cortos, y engobe gris oscuro bruñido (Figura 2p). El fechado por termoluminiscencia (Tabla 2, m) sugiere una ocupación que podría ubicarse entre aproximadamente 460 aC y 560 dC (Murga 2013). Otro hallazgo de botella similar es reportado por Solórzano (2007b) en la localidad de Edén, asociado con una edad calibrada de 390-540 dC (Tabla 2, k). En la región comprendida entre los ríos Napo y Coca, en el sitio Pata 1, Echeverría (1999) registra un fragmento de pico de botella con asa asociado a tiestos de paredes delgadas en un depósito fechado hacia 1200-830 aC (Tabla 2, d2). Como discutiremos más adelante, pese a las escasas evidencias, es posible encuadrar estos hallazgos en el contexto mayor de las ocupaciones del Formativo tardío en la Amazonía occidental.
Ref. | Sitio | Código de muestra | Edad 14C años AP | Edad calibrada (68.20%) | Fuente |
a1 | Nueva Armenia | P-269 | 769±51 | 1215-1280 dC | Evans &Meggers 1968 |
a2 | Nueva Armenia | P-347 | 782±53 | 1210-1280 dC | Evans &Meggers 1968 |
a3 | Chacra Alfaro | SI-330 | 1440±70 | 550-660 dC | Evans &Meggers 1968 |
a4 | Puerto Miranda Hill | SI-300 | 2000±200 | 350 aC-250 dC | Evans &Meggers 1968 |
b | Cumancaya | Y-1545 | 1140±80 | 780-990 dC | Lathrap 1970 |
c | Sangay | Beta-100537 | 1210±80 | 690-900 dC | Rostain 1999 |
d1 | Pata 1 | * | 1270±80 | 660-860 dC | Echeverría 1999 |
d2 | Pata 1 | * | 2830±140 | 1200aC-830 aC | Echeverría 1999 |
e1 | Guayabo | ** | ** | 250-630 dC | Ochoa 2007 |
e2 | Nogales | ** | ** | 420-640 dC | Ochoa 2007 |
e3 | Itayacu - zona B | ** | ** | 520-780 dC | Ochoa 2007 |
e4 | Llurimagua 1 A | ** | ** | 900-1030 dC | Ochoa 2007 |
e5 | Llurimagua 1 B | ** | ** | 1270-1320 dC | Ochoa 2007 |
e6 | Itayacu Zona C | ** | ** | 990-1160 dC | Ochoa 2007 |
e7 | Chiluiza | ** | ** | 1190-1290 dC | |
e8 | Pozo Rojo 1 | ** | ** | 1190-1290 dC | Ochoa 2007 |
e9 | Jivino Rojo 2 | ** | ** | 1180-1290 dC | Ochoa 2007 |
e10 | Conambo 1 | ** | ** | 1280-1410 dC | Ochoa 2007 |
e11 | Edén-Yuturi | ** | ** | 670-990 dC | Ochoa 2007 |
f1 | Singüe 1 | Beta-170955 | ** | 1040 dC | Aguilera 2003 |
f2 | Singüe 1 | Beta-170952 | ** | 1290 dC | Aguilera 2003 |
g | Tarapoa | * | 1030±60 | 890-1150 dC | Carrera 2003 |
h | Lago Agrio | Beta-160843 | 740±40 | 1225-1290 dC | Arellano 2009 |
i1 | San Roque | Beta-168131 | 1340±80 | 620-780 dC | Arellano 2009 |
i2 | San Roque | Beta-168133 | 1290±60 | 660-780 dC | Arellano 2009 |
i3 | Aceipa Palmeras | Beta-168135 | 1010±50 | 970-1150 dC | Arellano 2009 |
j | NO0RH-49 | * | 1000±70 | 970-1160 dC | Netherly 1997 |
k | CVE-Edén | Beta-229393 | 1620±40 | 390-540 dC | Solórzano 2007b |
l | Tumali | Beta-288357 | 960±80 | 800-1070 dC | Chacón 2011 |
Ref | Sitio | Fecha TL | Edad calendario | Fuente | |
m | Fuerte Pantoja | **** | 1408±21 a 2275±137 | 460 aC-560 dC | Murga 2013 |
La cerámica corrugada
Para Evans & Meggers (1968) el uso de decoración corrugada (también acordelada) externa en la zona superior de cuencos y ollas globulares es uno de los elementos que definen la fase Cotacocha. En la cerámica de esta fase, que es considerada por los investigadores mencionados como tardía (post-contacto), predominan el uso de pastas con arena fina como degrasante. Evans & Meggers (1968) asocian también a esta fase el uso de decoración incisa, bordes doblados o evertidos, y la ocasional presencia de bases anulares.
Las investigaciones posteriores, especialmente las informaciones provenientes de investigaciones recientes en zonas interfluviales aledañas al río Napo, permiten replantear la posición cronológica de estos parámetros tipológicos. En el territorio ecuatoriano al norte del río Napo, alcanzando la frontera con Colombia, se registran hallazgos de cuencos, así como ollas globulares y carenadas (angulares y redondeadas). Las características diagnósticas más evidentes de estas vasijas incluyen el uso del ungulado, la impresión de dedos, la puntuación zonal digito-ungulada, y la decoración falso-corrugada y acordelada (Arellano 2009, 2014). Las ocupaciones asociadas, cuya alfarería incluye la presencia de urnas funerarias y fragmentos de coladores, han sido asociadas a edades de 250-630 dC y 1280-1410 dC (Tabla 2, d1, e1-10) en diversos sitios de la región circunscrita por los ríos Coca, Napo y Eno (Echeverría 1999; Ochoa 2007). Cerámica similar ha sido descrita asociada con ocupaciones de inicios del segundo milenio de la era cristiana (Tabla 2, f1-2) en la cuenca del río San Miguel (Aguilera 2003), y con materiales datados hacia 890-1150 dC (Tabla 2, g) en Tarapoa (Carrera 2003), y hacia 1225-1290 dC (Tabla 2, h) en Lago Agrio (Arellano 2003). Se registra cerámica similar en la región interfluvial entre los ríos Coca y Napo (Bravo & Vargas), así como en sitios ubicados a ambos lados del río Napo entre los ríos Suno y Coca (Figura 2, a y b) (Arroyo-Kalin & Ugalde 2015). Al sur del río Napo, Moreira (2013) reporta fragmentos de cerámica corrugada y decoración acordelada en Parroquia Taracoa. Por su parte, Rostoker & Netherly (1996) la registran como conjunto minoritario en el sitio NOOP-1, ubicado a orillas del río Indillama, un afluente de la margen derecha del río Napo ecuatoriano. De manera similar, Ochoa (2007) detecta este tipo de alfarería como componente minoritario en el sitio El Edén, en el sector del río Yuturi, afluente de la margen derecha del río Napo. Otros hallazgos reportados incluyen el sitio San Roque (Arellano 2009) y los sitios NOORH47, NOORH 48 y Plataforma Ginta 1, ubicados en el río Dícaro, un afluente del río Yasuní (Echeverría 1995, 2001). Ochoa (2007) propone la denominación ‘tradición de decoración plástica’ para denominar regionalmente la cerámica con decoración corrugada e inciso-punteada, destacando que a lo largo del tiempo estas modalidades son cada vez más frecuentemente combinadas en una única pieza y que el uso de desgrasantes se diversifica, adoptándose la apacharama (caraipé) y el chamote hacia comienzos del segundo milenio d.C. Por su parte, Arellano (2009, 2014), propone la denominación ‘tradición corrugado/falso-corrugado’ y sugiere que sus portadores ocuparon principalmente las zonas interfluviales de la cuenca del río Napo ecuatoriano, cuyas márgenes hacia comienzos del segundo milenio de la era cristiana habrían estado controladas por ocupaciones de la fase Napo (ver infra). Hallazgos de cerámica corrugada en la Isla de los Monos, en el alto río Napo (Figura 2: c, e), y su registro en sitios ubicados en tributarios y cochas asociados al curso inferior del medio y bajo río Napo (Huamani 2013; Arroyo-Kalin & Rivas, notas de campo 2016), sugieren una extensa distribución y variabilidad de la cerámica corrugada en lagos y regiones interfluviales a lo largo de la totalidad del curso del río Napo. Como discutiremos más adelante, es posible encuadrar esta distribución en una región aún mayor de la Amazonia occidental.
Las fases Tivacuno y San Roque
La cerámica de la fase Tivacuno fue registrada por Evans & Meggers (1968) en dos sitios del bajo río Tiputini, un afluente del río Napo que desemboca en su margen derecha, aguas arriba de la localidad de Nuevo Rocafuerte. La muestra de cerámica estudiada por Evans & Meggers (1968) es pequeña pero las descripciones enfatizan la presencia de desgrasante principalmente mineral y minoritariamente orgánico, de formas reconstruidas como cuencos y ollas globulares, de decoración incisa, de engobe y pintura roja en bandas, y – excepcionalmente – de motivos pintados triangulares con pintura roja y blanca. La cerámica incluye también fragmentos retomados como afiladores y coladores. En el río Yuturi, el sitio El Edén – con presencia de urnas funerarias datadas en 670-990 años dC (Tabla 2, e11) – y otros tres sitios han sido afiliados a la fase Tivacuno(Ochoa 2003b; Ochoa 2007; Ochoa 2003a). En el muelle de Chiru Isla, Tobar (2005b) registra cerámica ‘indeterminada’ que, a juzgar por las fotografías del informe, es similar a hallazgos realizados en la comunidad de Llanchama (Arroyo-Kalin & Ugalde 2015), a menos de 2 km de los sitios tipo descritos por Evans & Meggers (1968). Las formas y modalidades de decoración de superficie de estos últimos concuerdan con las descripciones de la cerámica de la fase Tivacuno descrita por Evans & Meggers (1968). Entre los fragmentos de vasija destacan los que presentan decoración incisa fina, uso de pintura blanca y roja en bandas, y presencia del motivo de triángulo de lados cóncavos (Figura 2k), característico de la decoración que define a la fase Tivacuno (ver Figuras 22 y 23, en Evans & Meggers 1968, pp. 26-27).
Recientemente se identificaron otros cuatro sitios arqueológicos con cerámica, similar a la descrita en el párrafo anterior, en territorio ecuatoriano. Tres de los sitios se hallan en la cuenca del río Cocaya (tributario del bajo río Aguarico, Figura 2n), y uno en la localidad de Bello Horizonte (Figura 2l, m), que está en la margen derecha del río Napo, cerca de Nuevo Rocafuerte[3] (Arroyo-Kalin & Ugalde 2015). Este último es de gran interés al observarse en el mismo la presencia de un depósito melanizado estratificado que sugiere un paleosuelo antrópico enterrado bajo depósitos aluviales del río Napo. En un reconocimiento posterior, Mosquera (2016) registra la presencia de cerámica de la fase Tivacuno en el sitio NR-1, ubicado a menos de 1 km aguas abajo de Bello Horizonte, lo que posiblemente sugiere un gran sitio que ha sido fuertemente impactado por el desplome de la margen derecha del río Napo. En el Napo peruano, por último, se registra cerámica similar en el sitio Fuerte Pantoja (Chamorro 2011; Murga 2013) y en la localidad de Tempestad (Figura 2o) (Arroyo-Kalin & Rivas 2016).
Es de interés mencionar una serie de conjuntos cerámicos que son contemporáneos y podrían presentar relaciones con la cerámica de la fase Tivacuno. En la margen izquierda del río Napo, Arellano (2009, 2014) registra la fase San Roque. Se trata de un contexto fechado hacia el 620-780 años dC (Tabla 2, i1-2) cuyas vasijas incluyen cuencos, cazuelas, vasos, ollas, jarras, escudillas, platos, y urnas manufacturados con pastas que principalmente contienen desgrasante mineral. Entre los tratamientos de superficie destaca el uso de pintura roja, negro y blanco sobre engobe marrón claro, oscuro, rojo o marrón rojizo, así como también la presencia de incisión y acanalado. Arellano (2009, 2014) discute estos hallazgos en términos de dos tradiciones que denomina polícroma y bicolor. Es de destacar que la primera no es sinónimo de la Tradición Polícroma de la Amazonía, que en su definición actual incluye a la fase Napo (ver infra) pero no a la fase Tivacuno[4]. A juzgar por las ilustraciones publicadas, las formas de vasija podrían presentar algunas semejanzas con aquellas registradas para la fase Tivacuno. En el interfluvio Napo-Aguarico, Arellano (2009, 2014) también reporta cerámica de la fase Aceipa y Palmera, que presenta gran similitud con la fase San Roque en términos de formas de vasijas y uso de pintura bicrómica, asociados a una edad calibrada de 970-1150 dC (Tabla 2, i3)[5]. Arellano (2014) también menciona los sitios de San Antonio, a orillas del río Jivino, con cerámica pintada similar a la encontrada en Aceipa Palmera. En contextos arqueológicos entre los ríos Coca, Aguarico y Napo, hasta la frontera con Colombia, se registra también el uso combinado de pintura roja, negra y blanca asociada con cerámica corrugada (Carrera 2003; Ochoa 2007; Santamaría 2014). En esta región aledaña, la edad de la cerámica pintada en rojo y blanco que Echeverría (1999) describe en el sitio Pata 1 (datada hacia el 660-860 dC, Tabla 2, d1), es coherente con la temporalidad de la fase Tivacuno. Como discutiremos más adelante, estos hallazgos plantean la necesidad de reexaminar los parámetros tipológicos cerámicos de la región desde comienzos del primer milenio dC.
La fase Napo
Evans & Meggers (1968)incialmente describen la fase Napo a partir de hallazgos arqueológicos provenientes del trecho del río Napo inmediatamente aguas arriba de la desembocadura del río Aguarico, así como del estudio de piezas en colecciones y museos. Las investigaciones posteriores, incluyendo aquí los resultados de trabajos de arqueología preventiva y las informaciones producidas por la actividad coleccionista desarrollada por misioneros capuchinos del CICAME (hoy Fundación Alejandro Labaka), han complementado y extendido significativamente el conocimiento de la misma. La actividad coleccionista del CICAME, que se inicia pocos años después de la visita de Evans y Meggers, documenta a través de hallazgos aislados la presencia de cerámica de la fase Napo a lo largo de la totalidad del alto Napo ecuatoriano, así como también en el curso inferior del río Aguarico (Ortiz de Villalba 1981; Cabodevilla 1998), y también en el alto río Tiputini (Cabodevilla 2013). Noticias adicionales provienen de los trabajos de arqueología preventiva e investigaciones realizados en el Napo ecuatoriano a partir de los años 90. Entre ellos, se registra cerámica de la fase Napo de carácter intrusivo en el sitio Pata 3, cercano a la margen izquierda del río Coca (Salazar & Ochoa 2007), así como formas de vasijas tenidas como coherentes con la fase Napo en el alto río Napo (Delgado 1999). También Patricia Netherly y su equipo identifican material cerámico diagnóstico de la fase Napo en el sitio NOOP-1 del río Indillama (Rostoker & Netherly 1996). Por su parte, Arellano (2009) registra cerámica de la fase Napo como intrusiva en el sitio San Roque, margen derecha del río Napo. Arroyo-Kalin& Ugalde (2015) registran cerámica de la fase Napo en la margen norte de la Laguna Limoncocha (Figuras 2g, h), donde Iris Barry (1979) había intentado sin éxito identificar depósitos estratificados (ver también Mosquera 2016).
Aguas abajo de Limoncocha se ha registrado cerámica de la fase Napo en el sitio Yuturi 1, localidad de Edén (Salazar 2003; Bravo et al. 2007; Solórzano 2007b), y en Chiru Isla, donde Tobar (2005a, 2005b) documenta una inusual cantidad de vasijas en excelente estado de conservación. Schjellerup (1997) registra la presencia de abundantes materiales arqueológicos de la fase Napo en el área de San Antonio, margen izquierda del río Napo, aguas abajo de Nuevo Rocafuerte. Por el río Aguarico, Salazar et al.(2001) registran cerámica de la fase Napo en la comunidad de Tierras Orientales, en el medio río Aguarico, mientras que Arroyo-Kalin & Rivas (2016) reportan cerámica polícroma similar a la fase Napo en el lado peruano del curso inferior del río Aguarico.
Aguas abajo de la frontera Ecuador/Perú, Bolaños (1990) registra cerámica de la fase Napo en la localidad de Angoteros Pampa, en el medio río Napo, la que actualmente está expuesta en una vitrina dentro de la iglesia de esta localidad. Arroyo-Kalin & Rivas (2016) registran cerámica diagnóstica de la fase Napo en diferentes localidades de esta región, incluyendo los sitios Vencedores, San Rafael, y las comunidades de San Felipe y Negro Urco (Figura 1). Los hallazgos en esta última localidad (Figuras 2i, j) representan el último registro de la fase epónima a lo largo del curso actual del río Napo.[6]
En su conjunto estos datos expanden significativamente los conocimientos de la distribución de la fase Napo, extendiéndola hasta el bajo río Napo en territorio peruano. Sin embargo, su cronología en la región continúa siendo incierta: aparte de las dataciones realizadas por Evans & Meggers (Tabla 2, a1 y 2), son escasos los contextos arqueológicos de la fase Napo que han sido fechados. Entre estos últimos cabe mencionar un sello con decoración escisa del sitio NOORH-49, ubicado al sur del río Yasuni, que Netherly (1997) asigna a la fase Napo. El mismo está asociado a carbón con una edad calibrada de 970-1160 dC (Tabla 2, j). Para aproximadamente el mismo lapso, Chacón (2011) presenta una edad calibrada de 900-1070 dC (Tabla 2, m) asociada a algunos fragmentos de cerámica de filiación Napo provenientes de un sitio de la margen derecha del río Aguarico. En ambos casos, el bajo número de fragmentos diagnósticos podría sugerir una intrusión de la fase Napo en un contexto que pudo ser habitado por grupos que contaban con otros estilos alfareros.
Por otra parte, cabe llamar la atención sobre los aspectos tecno-estilísticos de la cerámica de la fase Napo, que la sitúan como uno de los representantes más occidentales de la Tradición Polícroma de la Amazonía. La cerámica Napose caracteriza por pastas con apacharama (caraipé), arena fina a gruesa, o carbón como desgrasantes. En general las vasijas son fabricadas con técnica de roletes alisados y el acabado frecuentemente incluye el pulido. A partir de los datos publicados por Evans & Meggers (1968), nuestras observaciones de campo, y el estudio de la colección del CICAME (Figuras 3, 4 y 5)[7], se puede reconocer un extenso vocabulario de tipos de vasijas y modalidades decorativas de uso doméstico, festivo-ritual, y funerario. En las vasijas de uso doméstico y festivo-ritual se observan bases planas, convexas, anulares, y en pedestal. Las paredes de las mismas pueden ser simples, carenadas o divergentes, y los bordes directos, evertidos, aplanados, cóncavos, y reforzados externamente, generando rebordes labiales planos y extendidos. Se reconstruyen platos; cuencos bajos, abiertos o profundos; ollas profundas, semi-cilíndricas, globulares, y de formas con inflexiones (en las que las carenas pueden formar rebordes laterales, ver Figuras 4d, g); tinajas de boca restringida; grandes bateas bajas; y – según Evans & Meggers (1968) – budares relativamente pequeños. Varias formas de platos y ollas tienden a rehuir la planta circular en favor de una forma base relativamente cuadrada (Figuras 3c y 4d), la que a veces es definida a través de esquinas y rebordes angulares que se proyectan.
La decoración plástica más característica de la cerámica Napo incluye el uso de trazos gruesos y finos pintadas con policromía (principalmente basada en el uso de pintura roja, blanca, y negra, además de uso ocasional del naranja y amarillo); la incisión y el acanalado (producidos con una herramienta de uno, doble, o múltiples puntas); la escisión empleada para formar composiciones que pueden ser pseudo-negativas; y las adhesión de rebordes labiales o laterales, que frecuentemente son cortados y decorados con acanalado o escisión. La incisión, escisión, y pintura se emplean sobre superficies con o sin engobe previo (que suele ser rojo o blanco). Es común el uso de combinaciones de técnicas para delimitar paneles decorativos, aun cuando la incisión, el acanalado, y la escisión son casi siempre aplicados exteriormente mientras que la decoración pintada se aplica tanto en la superficie interna como externa del recipiente. Si bien la pintura es usada para la composición de paneles decorativos (a veces precedida por incisiones leves que sirven de guía), también se le usa para pintar incisiones, acanaladuras, o zonas de escición que definen la composición. El uso combinado de la pintura y el engobe generan múltiples combinaciones de colores, tales como el blanco sobre rojo, rojo sobre blanco, negro sobre blanco, blanco y negro sobre rojo, y negro y rojo sobre blanco, además de pintura en negativo.
Las composiciones ejecutadas dentro de los paneles decorativos sobre los cuerpos de las vasijas revelan una gramática estilística compleja y abstracta que, sin embargo, incluye representaciones zoomórficas, especialmente serpentiformes. Existen dos modelos de composición bien diferenciados que – de manera similar a los sub-estilos quene y canoa de la cerámica Shipibo-Conibo (Gebhart-Sayer 1985) – pueden coexistir en una misma pieza. El Modelo de Composición I es observable en superficies internas de platos y en el exterior de urnas funerarias (Figuras 3b, c, e, g, 5a, f, h). Se caracteriza por la ocupación del total del campo decorativo (horror vacui) con polígonos irregulares de formas estereotipadas. Los mismos son definidos por trazos rectilíneos y curvilíneos de ejecución firme, formados por bandas anchas o líneas finas, pintadas simples o dobles, cuyos trazos ocasionalmente se entrecruzan. A manera de ‘líneas de forma’ (Holm 1965), dichos trazos (que a veces son estilizadas de diferentes maneras, tal que algunos detalles sugieren figuración zoomórfica) enmarcan el espacio para la ejecución de diversos elementos, incluyendo motivos abstractos ejecutados con trazo fino, polígonos en línea fina, volutas, líneas formadas por puntos, puntillado, y motivos en cruz. Estos motivos ciertamente constituyen un extenso vocabulario iconográfico (Viteri Toledo 2019), que podrían sugerir la estilización de fosfenos (Reichel-Dolmatoff 1978), reflejar motivos que hasta recientemente eran empleados en la pintura facial de grupos de la Amazonia occidental (Langdon 1992), o representar zoomorfos estilizados como fetos de caimanes y de culebras (Ortiz de Villalba 1981; Palacio 1989; Cabodevilla 1998). Las composiciones del Modelo I pueden ser pseudo-especulares o de representación desdoblada (Figura 5a), produciendo la sensación de simetría sobre el eje vertical, aun cuando los patrones completamente simétricos en este modelo de composición son escasos.
El Modelo de Composición II, observable en platos, cuencos, ollas con rebordes labiales o laterales, y tinajas está típicamente asociado con el uso de la escisión (Figuras 4a, f) con aplicación de engobe blanco, pero aparece también transportado a la decoración pintada (Figuras 3d, f, 4h). En este modelo las composiciones son a veces pseudo-negativas y la figuración frecuentemente genera líneas definidas por relieve que se enrollan, subdividen y bifurcan, nuevamente enfatizando representaciones desdobladas que ocupan la totalidad del espacio del campo de decoración. A veces los elementos de diseño forman grecas, volutas y/o escaleras (Figura 3f) que se imbrican a manera de símbolo de ying-yang (Palacio (1991) los asocia a formas fetales y al mito de los gemelos entre los pueblos Amazónicos). En algunos casos, particularmente en escudillas y platos decorados con escición, el campo de la composición exterior produce la sensación de cuadripartición a partir de la disposición alternada de los diseños bifurcados en lados opuestos de la vasija (Figura 4c). Las composiciones del Modelo II enfatizan formas ondulantes serpentiformes en las que se pueden ocasionalmente identificar estilizaciones que parecen representar ojos, fauces abiertas, barbillas de pez y patas. Es interesante observar que motivos bifurcados se registran también en sellos planos (Figura 4g), que probablemente habrían servido para decoración corporal y/o textil. Ello sugiere una relación entre la estilización de los patrones visuales de la piel de ofidios y la decoración corporal (Gallois 1992; Toral 1992; Taylor 2008; Morales Chocano et al. 2016; Viteri Toledo 2019).
Además de estos modelos de composición ‘abstracta’, se registran también hallazgos de platos decorados con representaciones naturalistas de ofidios, en los cuales la decoración pintada replica con absoluto realismo el patrón característico de la piel de la Boa constrictor. En uno de ellos (Figura 3a) es interesante observar que la decoración naturalista de la piel de la misma, que se desenrolla en espiral desde el centro del plato, es acompañada por un campo decorativo formado por polígonos irregulares ejecutados en línea fina (Modelo I). El énfasis sobre la figuración de ofidios en la decoración cerámica Napo ciertamente recuerda a otros conjuntos cerámicos de la Tradición Polícroma de la Amazonía (Schaan 2001; Barreto 2008). Ortiz de Villalba (1987, p. 14) registra la relevancia de estos motivos entre las actuales ceramistas Kichwa-hablantes del Napo ecuatoriano: “Los dibujos más bonitos son el motelo y la píshcuamarum (boa arco iris). Con estos dibujos cualquier cosa se ve bonita”. La boa arco iris y la anaconda ocupan un lugar fundamental en las cosmovisiones de tierras bajas (Roe 1982; Gebhart-Sayer 1985; Sullivan 1988).
Las vasijas directamente asociadas a contextos funerarios de la fase Napo merecen también especial atención. Se trata de urnas funerarias de tamaño relativamente pequeño que en casi todos los casos sugieren enterramientos secundarios. Existen urnas de carácter no antropomórfico con tapaderas (Figuras 4b, d, e, g) y urnas antropomórficas (Figura 5)[8]. Ambas utilizan todos los elementos decorativos pintados de la fase Napo, especialmente el Modelo I anteriormente descrito[9]. Las urnas antropomórficas – que utilizan puntualmente el alto relieve, el modelado, el apliqué, y el agregado para definir su identidad antropomórfica – pueden ser divididas de dos maneras (Figura 5). Desde el punto de vista de su abertura, existen urnas abiertas por la cabeza, urnas abiertas por la base, urnas donde la propia cabeza es la tapa, y urnas donde la cabeza actúa como boca de botella. Desde el punto de vista de la figuración antropomórfica, existe aquellas donde la misma es plasmada a través del uso de acanalado, pintura, apliqué sobre la forma de la vasija (estas últimas siempre son abiertas por la cabeza); aquellas en la que la cabeza es modelada pero los atributos del tronco (incluyendo brazos, piernas, y otros) son adosados a una vasija; y aquellas (Figura 5e) donde el uso de una forma base cuadrada y la manera de presentar las extremidades da mayor realismo a la representación del cuerpo humano (en estas últimas la cabeza completa hace las veces de tapa)[10].La posición de las figuras antropomórficas es generalmente ‘sentada en el suelo con los pies sobre la tierra’, a veces estilizando una posición en cuclillas. Sin embargo, se registran casos de urnas con piernas flexionadas y una sentada sobre un banco (Figura 5b).
Además de la cabeza[11], piernas y brazos, los elementos de la figuración antropomórfica incluyen rostros de diversas expresiones, orejas perforadas, pezones, y una identidad sexual que puede estar bien marcada, ya sea por el miembro masculino o por cobertores triangulares púbicos con un trazo vertical superpuesto (Figuras 5a, f, g, i). Entre los ornamentos adosados a los cuerpos representados – que generalmente son pintados y/o modelados – destacan trenzas; brazaletes y pantorrilleras en brazos y piernas; collares; máscaras; y diademas (en las que se observan acanaladuras y recortado). En algunos casos, las figuras representadas portan objetos, tales como discos y otros. En los casos en que se ha preservado la decoración pintada, se observa la utilización de motivos – a veces asimétricos – para la pintura facial (un reciente estudio de Viteri (2019) pormenoriza las modalidades de decoración facial y registra también importantes excepciones). La decoración pintada también utiliza composiciones formadas por polígonos irregulares delineados por bandas gruesas o finas en el tronco y extremidades (Modelo I), así como el uso de pintura para decorar brazaletes y pantorrilleras. En un caso, el tratamiento es antropomórfico-zoomórfico (Figura 5i), dado que las piernas han sido pintadas como piel de felino, probablemente en alusión a prácticas chamánicas de transformación (Roe 1982; Viveiros de Castro 1998; Wright 2013; Rosengren 2015), y los motivos pintados de los brazos modelados remiten a los patrones característicos de la piel de la Boa constrictor (Viteri Toledo 2019). Respecto a los modelajes de las pantorrilleras y brazaletes, éstos sobresalen por las evidentes alteraciones marcadas a modo de hendiduras en las pantorrillas inferior y superior, muñecas y brazos, debido a la fuerte presión ejercida por estos atuendos corporales, diferenciándose notoriamente en relación a la anatomía normal de las extremidades. Es interesante notar que estas representaciones presentan similitudes con las fotos de mujeres indígenas que tomó Silvino Simões Santos Silva a comienzos del siglo XX en el río Putumayo (Jiménez 2012).
Conclusión
Si bien la secuencia cerámica de Evans y Meggers (1968) continúa siendo un punto ineludible para los trabajos arqueológicos de la cuenca del rio Napo, las posteriores investigaciones, incluyendo datos recientes del territorio peruano del río Napo, permiten reforzar algunas hipótesis previamente discutidas y también plantear nuevas ideas. Por una parte, es de gran interés la presencia de botellas con asa puente en contextos que pueden ser asociados a las primeras ocupaciones cerámicas registradas en la región. Registros similares en la cuenca del río Napo son mencionados por Bolaños (1990), Meggers (1997) y Arellano (2013), entre otros. En el área mayor se registran artefactos similares en la Amazonia ecuatoriana (Carrera 2003; Valdez 2008) y peruana (Lathrap 1970; Ravines 1989, 1998; Morales Chocano 1992; Rivas et al. 2008). Estos hallazgos respaldan diversas sugerencias (Lathrap 1970; Morales Chocano 1992; DeBoer 2003; Arellano 2013) relativas a la existencia de un extenso horizonte de tierras bajas asociado al período Formativo tardío, cuya duración podría extenderse hasta los primeros siglos de la era cristiana. La distribución de este horizonte cultural amazónico la encontramos principalmente en los territorios de las cuencas o sub cuencas de los ríos septentrionales que desembocan en los ríos Marañón y Amazonas, entre ellos los ríos Santiago, Morona, Pastaza, Pavayacu y Nucuray, Urituyacu, Chambira, Tigre y Corrientes, Napo, así como algunos de sus tributarios. El alto y medio Napo, así como el río Santiago, podrían ser identificadas como las zonas más periféricas, orientales y occidentales, de esta distribución.
Por otra parte, hasta inicios del segundo milenio de la era cristiana existió en la región del río Napo una pluralidad de producciones alfareras que enfatizaron formas de vasijas simples y con frecuencia globulares, urnas cerámicas para inhumación de individuos, y la utilización de pintura bicolor y/o polícroma como parte de la decoración. Los estudios futuros que aborden la variabilidad de estos conjuntos probablemente documentarán una diversidad estilística mayor que puede llevar a re-evaluar el alcance de las fases Tivacuno o San Roque. Parece necesario también intensificar los estudios sobre alfarerías con decoración corrugada y falso-corrugada, especialmente considerando su extensa distribución regional en la Amazonía occidental: Lathrap (1970) describe el corrugado en la cerámica Pacacocha, Cumancaya, Cashibocaño de la cuenca del Ucayali hacia el 780-990 dC (Tabla 2b). Por su parte, Ravines (1989; 1981) y Rivas (2003) la ubican en otras regiones del territorio Amazónico peruano. Rostain (1999) y Ledergerber-Crespo (2006) la documentan en Morona Santiago, Ecuador, a lo largo del primer milenio dC (Tabla 2c). Guffroy (2006) vincula la cerámica corrugada a la expansión de la familia lingüística Jivaro. Esta propuesta, que puede ser razonable a nivel regional, resulta difícil de defender a una escala espacial mayor, especialmente considerando que actualmente tanto las alfareras de grupos canelo-kichwa del Ecuador como las alfareras Shipibo del Perú (ambas famosas por su variada gama de cerámica pintada) emplean el corrugado como elemento decorativo de la cerámica de uso doméstico.
Por último, la problemática de la fase Napo – reconocida como el miembro más occidental de la Tradición Polícroma de la Amazonía (Meggers & Evans 1983) – llama a redoblar nuestros futuros esfuerzos de investigación. Dada la extensa distribución regional de esta tradición, diversos autores han sugerido una relación entre sus portadores y la expansión de grupos hablantes de lengua Tupí-guaraní a comienzos del segundo milenio de la era cristiana (Lathrap 1970; Meggers & Evans 1983; Brochado & Lathrap 1982; Myers 1989; Palacio 1989; Cabodevilla 1998; Belletti 2015). En la Amazonía occidental esta propuesta recibe respaldo de la distribución etnohistórica de los grupos de lengua Tupí-guaraní (Nimuendajú 1987; Porro 1981; Chaumeil & Fraysse-Chaumeil 1981), específicamente los pueblos Omagua y Cocama (kukama-kukamiria), que coincide relativamente con la ubicación de diversos conjuntos de la Tradición Polícroma de la Amazonía (Lathrap 1970; Meggers & Evans 1983; Brochado & Lathrap 1982; Myers 1989). Nos queda, sin embargo, especificar con mayor nitidez si la distribución de la fase Napo permite definir diferentes parcialidades o ‘provincias’ Omagua separadas por áreas de despoblado (DeBoer 1981), o bien delimitadas por la presencia de otros grupos étnicos (Cipolletti 1997; Rivas et al. 2008). En relación a esta segunda alternativa, el mosaico interétnico entre estos y otros pueblos indígenas es reiterado en diversos registros etnohistóricos que podrían remontarse al siglo XVII, por ejemplo: “las Encabelladas hacen loza más fina y delicada que las Omaguas; pero son éstas más hábiles para piezas grandes, como cántaros y tinajas. Unas y otras saben dar á la loza un barniz permanente, vistoso y fino, de manera que se limpian las piezas con mucha facilidad”(Chantre & Herrera 1901, p. 68).
Los recientes hallazgos adjudicados a la fase Napo en el medio y bajo río Napo, en territorio peruano, podrían tomarse como las primeras evidencias arqueológicas que remiten a los tempranos registros de Aparia la Menor informados por Gaspar de Carvajal en el siglo XVI. O bien podrían documentar una continuidad con las ocupaciones más evidentes de la fase Napo en territorio ecuatoriano, que eventualmente puede asociarse a noticias sobre los Omagua-Yeté de la misma época. Sea de una u otra manera, estos hallazgos amplían considerablemente la extensión espacial de la fase Napo por el río epónimo, expandiéndola aguas abajo hasta las cercanías de los hallazgos de cerámica de la Tradición Polícroma de la Amazonía de la localidad de Orán, a 25 km de la actual desembocadura del río Napo (Rivas & Myers 2004). Sin embargo, recientes prospecciones en la sección inferior del bajo río Napo peruano no han permitido hasta ahora documentar vestigios que podamos afiliar con la Tradición Polícroma de la Amazonía en un tramo final de 180 km, entre la localidad de Negro Urco y la desembocadura del río Napo[12]. Sólo volvemos a detectar cerámica cuya decoración permite sugerir una relación con la Tradición Polícroma de la Amazonía en las comunidades de Aisana y Roca Eterna, aguas arriba de Orán, en una región de tierra firme situada sobre la margen izquierda de la antigua boca del río Napo. Su ubicación sobre la margen del paleocauce del río Napo invita a prestar mayor atención a la evolución aluvial del río Napo a lo largo del Holoceno tardío (Ortíz de Villalba 1981; Arroyo-Kalin & Rivas 2016; Arellano 2019).
Más que confirmar la presencia de las parcialidades registradas someramente en la crónica de Gaspar de Carvajal, la distribución extensa de la cerámica de la Tradición Polícroma de la Amazonía en el río Napo sugiere un antiguo territorio o un corredor de expansión de grupos portadores de esta tradición (¿de habla Tupí-guaraní?). El mismo pudo haberse extendido por la casi totalidad del curso del río Napo en tierras bajas, con interrupciones de otros grupos alfareros. Pensamos que ésta y otras ideas sobre las dinámicas y rutas de desplazamientos de las antiguas poblaciones de lenguas Tupí-guaraní podrán ser examinadas durante futuras investigaciones arqueológicas en el noroeste amazónico.
Notas
[1] La literatura arqueológica asocia los grupos Quijos del Napo subandino a la cerámica arqueológica de la fase Cosanga-Píllaro o Panzaleo (Porras 1975; Cuellar 2006; Yépez 2008; Arellano 2013).
[2] Las noticias de misioneros sugieren una preferencia por los grupos encabellados para las labores misioneras, especialmente en relación a los Abiciras, posibles ancestros de los Waorani actuales.
[3] Podría corresponder al sitio N-P-4, registrado por Evans & Meggers (1968).
[4] Arellano (2009, 2011, 2014) discute estos hallazgos en términos de dos tradiciones, que denomina bicolor y polícroma. La primera tradición incorpora la fase Yasuní (2011, p. 124) y una cerámica pintada con diseños geométricos (rojo o negro sobre un engobe naranja o marrón oscuro) que aparece en las proximidades del río Aguarico posterior a la Tradición Polícroma (2011, pp. 96, 125). Para Arellano, la Tradición Policroma incorpora la cerámica San Roque, que antecede cronológicamente a la fase Napo. Hemos preferido no usar esas denominaciones para evitar su confusión con la Tradición Polícroma de la Amazonía.
[5] Es interesante destacar que en las fases definidas por Arellano (2009) se registran sellos cilíndricos con utilización de técnica de escisión. Netherly (1997, p. 50) también registra un sello con decoración escisa en el sitio NOORH-49, ubicado al sur del río Yasuni, que está asociado a una edad calibrada de 970-1160 dC (Tabla 2, j).
[6] Morales Chocano et al. (2016) documentan vasijas de la fase Napo que presumiblemente provienen del territorio peruano de la cuenca del río Napo. Es también de interés consignar que en el Museo de Culturas Indígenas Amazónicas de la ciudad de Iquitos se encuentra expuesta una urna funeraria de la fase Napo que habría sido hallada en el sitio Valencia, ubicado en el río Corrientes.
[7] Nos basamos aquí en el estudio, actualmente en curso, de esta colección. El acceso a la misma, incluyendo informaciones de proveniencia y fotos, ha sido gentilmente facilitada por la Fundación Alejandro Labaka y el Museo de Arqueología y Centro Cultural Orellana (MACCO).
[8]Viteri (2019, p. 124) también registra urnas zoomorfas e híbridas.
[9] Viteri (2019, pp. 131-135) observa que algunas urnas antropomorfas demarcan campos para la parte frontal, la parte posterior, y las extremidades de las urnas, mientras que las urnas no figurativas suelen presentar un único campo de representación pictórica.
[10]Porras (1987) sugiere que estas últimas estarían asociadas a la fase Yasuní pero desconocemos los criterios que fueron utilizados para realizar esta asignación.
[11]Cabodevilla (1998) sugiere que las formas de las cabezas de algunas urnas evocan el tipo de deformación craneana registrada entre los Omaguas.
[12] Hemos registrado hasta la fecha un total de 15 sitios arqueológicos (incluyendo 3 sitios ribereños del río Mazán, 2 sitios ribereños de ecosistemas de cochas, 1 sitio ribereño de isla, y 9 restantes próximos a las riberas del mismo río Napo) en dicho tramo. El registro de materiales en superficie entre la desembocadura del Mazán y la del Napo muestra cerámica con algunos elementos que consignamos a continuación: vasijas enterradas con borde exterior extendido y decoración con gruesas líneas incisas paralelas (“\\//\\//”) sobre borde reforzado; uso de pintura blanca sobre engobe rojo; uso de pintura roja con líneas blancas; decoración corrugada, incluyendo ungulado; uso de apacharama (caraipé) como desgrasante.
Agradecimientos
Especiales agradecimientos a Julio Rubin y Mariano Bonomo por su invitación a participar en este volumen. También nuestros especiales agradecimiento a María Fernanda Ugalde (Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Ecuador), Fernando Mejía y Mauricio Velasco (Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador - INPC), Miguel Ángel Cabodevilla, Juan Carlos Andueza y Milagros Aguirre (Vicariato del Aguarico, Ecuador y Fundación Alejandro Labaka), Héctor Vargas y Carlos Duche (Fundación SumakAllpa), Eduardo Neves (Universidade de São Paulo, Brazil), StéphenRostain (CNRS) y Maritza Ramírez Tamani y Luis Angulo Paredes (Dirección Desconcentrada de Cultura de Loreto, Perú) por el apoyo brindado durante nuestros estudios. Asimismo, agradecemos a los amigos que apoyaron los trabajos de campo y estudio de materiales: José Oliver (UCL Institute of Archaeology), Manuel Coquinche (Nuevo Rocafuerte, Ecuador), WílgerBosmediano Vaquero y Arbildo Del Águila Del Castillo (Iquitos, Perú). También extendemos nuestros agradecimientos la Alcadesa Anita Rivas (cantón Francisco de Orellana, Ecuador), el Alcalde Franklin Cox, el vice Alcalde Luis Cordobilla, el Jefe de Planificación, José Jiménez (Cantón Aguarico, Ecuador) y la Alcaldesa Adela Jiménez Mera (Provincia de Maynas, Perú; período 2015-8) por haber facilitado nuestras actividades de campo. Una estadía en el Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana (MACCO), Ecuador, fue facilitada por Alvaro Gundín y Ximena Freire, a quiénes expresamos también nuestra especial gratitud. Todas las visitas a emplazamientos arqueológicos fueron autorizadas por los habitantes de las comunidades, contándose también con la anuencia previa de la Federación Interprovincial de Comunas y Comunidades Kichwas de la Amazonia Ecuatoriana. El presente artículo actualiza algunas de las informaciones presentadas anteriormente por nosotros (Arroyo-Kalin & Rivas 2016) en el libro ‘Cerâmicas Arqueológicas da Amazônia’, editado por C. Barreto, H. Lima & C. Jaimes, a quienes agradecemos su gentil autorización para reorganizar y complementar nuestras ideas a través de este artículo. Agradecemos el apoyo de la British Academy (SG121843), del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador (autorización 160-2013 a María Fernanda Ugalde), y de la Dirección Desconcentrada de Cultura de la Provincia de Loreto, Perú (plan operacional de Santiago Rivas). Finalmente agradecemos las sugerencias realizadas por los revisores de la Revista del Museo de La Plata, que enriquecieron el manuscrito.
Agradecimientos
Especiales agradecimientos a Julio Rubin y Mariano Bonomo por su invitación a participar en este volumen. También nuestros especiales agradecimiento a María Fernanda Ugalde (Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Ecuador), Fernando Mejía y Mauricio Velasco (Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador - INPC), Miguel Ángel Cabodevilla, Juan Carlos Andueza y Milagros Aguirre (Vicariato del Aguarico, Ecuador y Fundación Alejandro Labaka), Héctor Vargas y Carlos Duche (Fundación SumakAllpa), Eduardo Neves (Universidade de São Paulo, Brazil), StéphenRostain (CNRS) y Maritza Ramírez Tamani y Luis Angulo Paredes (Dirección Desconcentrada de Cultura de Loreto, Perú) por el apoyo brindado durante nuestros estudios. Asimismo, agradecemos a los amigos que apoyaron los trabajos de campo y estudio de materiales: José Oliver (UCL Institute of Archaeology), Manuel Coquinche (Nuevo Rocafuerte, Ecuador), WílgerBosmediano Vaquero y Arbildo Del Águila Del Castillo (Iquitos, Perú). También extendemos nuestros agradecimientos la Alcadesa Anita Rivas (cantón Francisco de Orellana, Ecuador), el Alcalde Franklin Cox, el vice Alcalde Luis Cordobilla, el Jefe de Planificación, José Jiménez (Cantón Aguarico, Ecuador) y la Alcaldesa Adela Jiménez Mera (Provincia de Maynas, Perú; período 2015-8) por haber facilitado nuestras actividades de campo. Una estadía en el Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana (MACCO), Ecuador, fue facilitada por Alvaro Gundín y Ximena Freire, a quiénes expresamos también nuestra especial gratitud. Todas las visitas a emplazamientos arqueológicos fueron autorizadas por los habitantes de las comunidades, contándose también con la anuencia previa de la Federación Interprovincial de Comunas y Comunidades Kichwas de la Amazonia Ecuatoriana. El presente artículo actualiza algunas de las informaciones presentadas anteriormente por nosotros (Arroyo-Kalin & Rivas 2016) en el libro ‘Cerâmicas Arqueológicas da Amazônia’, editado por C. Barreto, H. Lima & C. Jaimes, a quienes agradecemos su gentil autorización para reorganizar y complementar nuestras ideas a través de este artículo. Agradecemos el apoyo de la British Academy (SG121843), del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador (autorización 160-2013 a María Fernanda Ugalde), y de la Dirección Desconcentrada de Cultura de la Provincia de Loreto, Perú (plan operacional de Santiago Rivas). Finalmente agradecemos las sugerencias realizadas por los revisores de la Revista del Museo de La Plata, que enriquecieron el manuscrito.
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Notas