Dossier
Entre La Pedrera y Araracuara: la arqueología del medio río Caquetá
Between La Pedrera and Araracuara: the archeology of the middle Caquetá river
Entre La Pedrera e Araracuara: a arqueologia do médio rio Caquetá
Entre La Pedrera y Araracuara: la arqueología del medio río Caquetá
Revista del Museo de La Plata, vol. 4, núm. 2, 2019
Universidad Nacional de La Plata
Recepción: 01 Abril 2019
Aprobación: 01 Julio 2019
Publicación: 31 Julio 2019
Resumen: La arqueología del medio río Caquetá, en la Amazonía colombiana, se conoció recién en los 1970s a partir de los resultados de proyectos de investigación pioneros en Araracuara y La Pedrera. Estas investigaciones identificaron secuencias cerámicas diferentes en cada localidad, documentaron una gran cantidad de petroglifos y, por primera vez, registraron suelos antrópicos negros y pardos en el Noroeste Amazónico. Investigaciones posteriores enfatizaron el estudio de archivos ambientales (arqueobotánicos y geoarqueológicos) y registraron ocupaciones pre-cerámicas del Holoceno temprano y medio. Éstas son particularmente importantes debido a que los datos arqueobotánicos asociados sugieren que las poblaciones de la región cultivaron tempranamente una variedad de plantas comestibles, varias de ellas domesticadas en otras regiones. Sin embargo, la arqueología del medio río Caquetá todavía presenta una serie de interrogantes importantes respecto de las ocupaciones del pre-cerámico y de los extensos sitios de habitación de grupos alfareros. Con respecto a estos últimos, es particularmente importante evaluar hasta qué punto estas ocupaciones se pueden enmarcar en las grandes tradiciones cerámicas conocidas para la Amazonía y la cuenca del Orinoco. En este artículo resumimos la información existente sobre la arqueología del medio río Caquetá y presentamos nuevos datos preliminares producidos en los últimos años, ello con el objetivo de evaluar el estado de nuestros conocimientos y fomentar el desarrollo de futuras investigaciones arqueológicas en la región.
Palabras clave: Arqueología del río Caquetá, Noroeste Amazónico, Pre-cerámico, Cultivo de plantas del Holoceno temprano, Intensificación agrícola, Suelos antrópicos, Holoceno tardío, Colombia.
Abstract: the archeology of the middle Caquetá river. The archaeology of the middle Caquetá River, in the Colombian Amazon, only became known in the 1970s through the results of pioneering research projects in Araracuara and La Pedrera. These investigations identified different ceramic sequences at both locales, documented a large number of petroglyphs, and for the first time recorded black and brown anthropic soils in the Northwest Amazon. Subsequent research emphasized the study of environmental archives (archaeobotanical and geoarchaeological) and recorded early and middle Holocene preceramic occupations. The latter are particularly important because associated archaeobotanical data suggest these populations cultivated a range of edible plants, several of them domesticated in other regions. The archaeology of the middle Caquetá River region, however, still holds a number of important questions about both pre-ceramic occupations and the extensive habitation sites of ceramic groups. As regards the latter, it is particularly important to evaluate the extent to which these occupations can be affiliated as part of the broad ceramic traditions known for Amazonia and the Orinoco basin. In order to evaluate the state of our knowledge and encourage the development of future archaeological research in the region, in this article we summarise existing information about the archaeology of the middle Caquetá River and present new preliminary data produced in recent years.
Keywords: Archaeology of the Caquetá river, Northwest Amazon, Pre-ceramic, Early Holocene, Plant cultivation, Agricultural intensification, Anthropic soils, Late Holocene, Colombia.
Resumo: a arqueologia do médio rio Caquetá. A arqueologia do médio rio Caquetá, na Amazônia colombiana, só foi conhecida na década de 1970 a partir dos resultados de projetos de pesquisa pioneiros em Araracuara e La Pedrera. Estas pesquisas identificaram diferentes sequências cerâmicas em cada localidade, documentaram uma grande quantidade de petroglifos e, pela primeira vez, registraram solos antrópicos pretos e marrons no noroeste da Amazônia. Pesquisas posteriores enfatizaram o estudo de arquivos ambientais (arqueobotânicos e geoarqueológicos) e registraram ocupações pré-cerâmicas do Holoceno inicial e médio. Estas são particularmente importantes porque os dados arqueobotânicos associados sugerem que as populações da região cultivaram precocemente uma variedade de plantas comestíveis, várias delas domesticadas em outras regiões. No entanto, a arqueologia do médio rio Caquetá ainda apresenta uma série de questões importantes sobre as ocupações do pré-cerâmico e os amplos sítios de ocupação de grupos cerâmicos. Com relação a estes últimos, é particularmente importante avaliar em que medida essas ocupações podem ser enquadradas nas grandes tradições cerâmicas conhecidas para a Amazônia e a bacia do Orinoco. Neste artigo resumimos a informação existente sobre a arqueologia do médio rio Caquetá e apresentamos novos dados preliminares produzidos nos últimos anos, com o objetivo de avaliar o estado de nosso conhecimento e incentivar o desenvolvimento de futuras pesquisas arqueológicas na região.
Palavras-chave: Arqueologia do rio Caquetá, Noroeste Amazônico, Pré-cerâmico, Cultivo de plantas do Holoceno inicial, Intensificação agrícola, Solos antrópicos, Holoceno tardio, Colômbia.
Introducción
El río Caquetá-Japurá es un importante afluente del río Amazonas que inicia su recorrido en la Cordillera de los Andes, en territorio colombiano, y desemboca en el río Solimões, en territorio brasilero, drenando cerca de 290.000 kilómetros cuadrados. Tras dejar atrás el piedemonte andino, el cauce del río Caquetá serpentea por un paisaje de tierras bajas interrumpido por mesetas y colinas rocosas, expresiones locales del Escudo de las Guayanas. Estos generan desniveles importantes que dan lugar a zonas de raudales, algunos de los cuales se constituyen en barreras biogeográficas que también impiden la navegación. En su curso superior, se registra una significativa variación longitudinal de su canal, el que en general es sinuoso y localmente entrelazado, para luego dar lugar a un cauce confinado por macizos de arenisca (Figura 1). Aguas abajo de Araracuara, el curso del Caquetá vuelve a ser sinuoso pero presenta meandros mayores e islas fluviales de gran tamaño (Eden et al. 1982). En comparación con el curso inferior del río en territorio brasilero (donde se le conoce como río Japurá), el río Caquetá presenta numerosas formaciones rocosas y depósitos de piedras, al punto que a comienzos del siglo XX el Padre Tastevin (1923) especula que los habitantes de Tefé (poblado brasilero ubicado en la margen derecha del río Solimões, debajo de la desembocadura del río Japurá) se veían obligados a que ascender hasta La Pedrera para obtener piedras de afilar. Los estudios palinológicos en la región del curso medio del río Caquetá sugieren que la actual vegetación, dominada por una floresta tropical densa no estacional y una vegetación arbórea menos densa asociada a afloramientos de arenisca, es similar pero no exactamente análoga a la que existió en la región desde comienzos del Holoceno (Behling et al. 1999).[1]
En este artículo nos proponemos reseñar informaciones ya conocidas y presentar datos recientes sobre los vestigios arqueológicos identificados entre La Pedrera, localidad ubicada inmediatamente aguas arriba de la frontera con Brasil, y Araracuara, lugar donde el raudal epónimo ofrece una barrera infranqueable para la navegación. La región (Figura 2) es también conocida como el medio río Caquetá, en contraposición al curso del río Japurá en Brasil y a la región del Alto Caquetá. Los registros documentales relativos a esta región se inauguran con noticias de la penetración española durante siglo XVII. Acuña (1641, p. 21) comenta que el Caquetá era “muy afamado entre los naturales, por las grandes Provincias de Gentiles, que sustentan sus orillas. Este río tiene muchos brazos [habitados] por dilatadas naciones, y volviéndolos a incorporar en el principal hace multitud de islas, habitadas todas de infinitos Bárbaros”, una descripción que sin duda remite al río Japurá, para entonces erróneamente considerado como un afluente del bajo río Negro. De hecho, la primera representación geográfica fiel del curso del medio río Caquetá, resultado del trabajo de Francisco Requena y la IV Partida de Limites, data de 1788.
Las informaciones etnohistóricas sobre los habitantes de la región de nuestro interés son extensas a la vez que fragmentarias (Llanos & Pineda 1982; Pineda 1987b). Dejan múltiples indicaciones sobre la identidad, características culturales, y ubicación geográfica de diferentes grupos indígenas. En general, las fuentes más tempranas y los exploradores científicos (Martius 1867) anteriores al proceso cauchero (fines del siglo XIX) describen el río como densamente habitado. En contraste, a comienzos del siglo XX, Whiffen (1915) nos da noticias de comunidades relativamente dispersas. Es importante considerar que la diversidad étnica que este último observa en la región, retratada por el uso de lenguas de las familias lingüísticas Carib, Bora, Arawak, Makú y Tukano, nos muestra su estado tras experimentar los efectos de las prácticas esclavistas alentadas por los holandeses (Maroni 1988 [1738], pp.128-9), los resgates portugueses, y la explotación cauchera (Franco 2012; Pineda 1987a). La presencia misionera y la drástica transformación de las etnias indígenas se acelerará hacia finales de la década de 1930, cuando se funda la colonia penal de Araracuara. La misma se mantuvo activa hasta los 1970s, habiendo pasado por ella más de 500 prisioneros (Useche 1998). En la actualidad la región se enfrenta a la presencia de la guerrilla colombiana (las FARC), el cultivo de coca para producción de drogas ilícitas, y la extracción de minerales, principalmente oro.
Las rocas grabadas del río Caquetá
Ya desde los primeros reconocimientos científicos se tienen noticias de múltiples manifestaciones de arte rupestre en la región, principalmente grabados realizados sobre rocas cercanas a los raudales del río Caquetá y sus tributarios. Los primeros registros escritos sobre estos grabados provienen de von Martius (Spix &Martius 1831), quién describe varias rocas grabadas y algunas esculpidas entre La Pedrera y el Raudal de Araracuara. Von Martius estima que tales grabados serían bastante antiguos (en función de su relativo desgaste) y les considera como realizaciones relativamente toscas. Como anota Koch-Grünberg ([1907] 2010), posteriormente en Beitraige…(1867) cambia de opinión y les valoriza, proponiendo que algunos tendrían una función propiciatoria para las actividades de pesca y caza, y otros habrían sido grabadas por ‘astutos chamanes’ o por una cultura ya extinta. Algunos de los paneles de La Pedrera serán posteriormente descritos por Tastevin (1923), quién ofrece algunos apuntes sobre las formas de figuración del cuerpo humano y su sexo (inclusive intentando relacionarlos con bocetos realizados por indígenas Carijona), propone similitudes entre algunos grafismos y máscaras ceremoniales (para entonces ya conocidas a través del trabajo de Koch-Grünberg), y especula que los grabados habrían sido ejecutados antes de la llegada de los pueblos Tukano a la región.
Mayor detalle nos ofrece Elizabeth Reichel, quién levanta 14 sitios de petroglifos entre La Pedrera y el raudal de Araracuara (Figura 2), registrando importantes diferencias intra-regionales. Esta arqueóloga describe el modelo de figuración de este extenso corpus de representaciones como “frontal, plana y sin expresión de movimiento ni de acción. Hay figuras aisladas y otras que forman conjuntos, pero no hay rasgos diferenciales que las distingan” (von Hildebrand 1975, p. 305). La técnica predominante es el picoteado con golpes continuos con otra piedra hasta lograr una hendidura. Destacan la presencia de motivos antropomorfos con cuerpos lineares u ovalados, la mayor parte de ellos tridáctiles, algunos con cabezas desde la que salen líneas a maneras de adornos de plumas. También grafismos de caras sonrientes y de motivos más abstractos que con frecuencia incorporan espirales y grecas. Reichel describe también grafismos que son considerados por comunidades indígenas como representaciones de trampas para peces. En el sitio Gago enfatiza la estilización de figuras zoomorfas y la presencia de rostros humanos representados de diferentes maneras, con frecuencia enmarcados, a veces remitiendo a máscaras o, inclusive, a danzantes con máscara. También motivos en los que espirales, puntos y líneas en ángulo recto y diagonal son parte de diseños que forman marcos rectangulares. En Araracuara registra tres grandes conjuntos, cada uno con una alta concentración de diseños, que incluye motivos de “espirales, círculos concéntricos, figuras curvilíneas y representaciones de caras semicirculares, circulares, semi-ovaladas y en forma de candado (se ha dicho que parecen figuras de cabezas con sombrero)” (ibid., p. 316), además de una alta densidad de caras sonrientes (Figura 3)[2].
Para Reichel, entonces, los petroglifos de la región se constituyen en un “arte figurativo (no realista ni naturalista en nuestros términos culturales) bastante evolucionado, que estaría transmitiendo imágenes simbólicas quizá referentes a una cosmología compuesta de conceptos muy elaborados, fruto de una larga tradición” (ibid.). Registra que diversas etnias de la región incorporan los mismos en sus mitologías, sin por ello identificarse como autores de los mismos, y estima que su antigüedad es mayor que un par de siglos.
Por su parte, Fernando Urbina (1982, 1991) estudia los petroglifos del río Caquetá aguas arriba de Araracuara. Este autor registra más de 2.000 grabados, entre los cuales aproximadamente 150 muestran figuras humanoides relacionadas con figuras serpentiformes, las que relaciona con mitos de origen de la anaconda canoa (característicso de los grupos Tukano orientales) que, por su parte, le sugieren referencias a un proceso de ocupación que se origina en el río Amazonas. Este estudioso también observa que en la figuración en muchos de ellos se representa el movimiento, comenta que la mayor parte de los petroglifos quedan cubiertos por las aguas del río la mayor parte del año, y menciona similitudes estilísticas con el arte rupestre de Brasil y Venezuela.
En síntesis, aun cuando en su conjunto los grabados del río Caquetá presentan una significativa variabilidad interna, parecen constituir un corpus “con ciertos rasgos distintivos y con otros comunes a otros lugares de Colombia y el continente, los cuales solo son posibles de precisar luego de hacer un estudio exhaustivo comparativo de los petroglifos que se hallan en el país. Sería necesario localizarlos y describirlos dentro de un contexto significativo de la evolución de las culturas indígenas”(von Hildebrand 1975, p. 309). En este sentido, su papel en los modelos locales de territorialidad e historia mitológica indígena es importante, como lo ejemplifica la concepción de los Yukuna, un pueblo Arawak del bajo Caquetá y Apaporis, respecto del chorro del Gago: "cuando la piedra era blanda, cuando vino Yuruparí y se reunió con los pescados tomando yajé; los pescados pintaban esto por todo el río” (von Hildebrand 1975, p. 309). Por otro lado, son escasos los elementos que permiten vincularlos directamente a las evidencias de ocupación que reseñaremos a continuación
Las ocupaciones alfareras de La Pedrera
Antecedentes importantes para referirnos a las evidencias de habitación en La Pedrera son los hallazgos registrados aguas abajo, en las márgenes del río Japurá. Ya a comienzos del siglo XX Koch-Grünberg describe la presencia de un antiguo cementerio de urnas en el alto río Japurá mientras que hacia 1920 el Padre Tastevin da noticias de una gran abundancia de vestigios arqueológicos en el Raudal de Cupati, próximo a La Pedrera. En los 1950s, el arqueólogo Peter Hilbert (1962, 1968) realiza las primeras excavaciones sistemáticas en la región del río Japurá. A unos 50 km abajo de la desembocadura del río Apaporis, en el sitio arqueológico Mangueiras (que ya había sido mencionado por Koch-Grünberg), Hilbert describe la presencia de una ocupación asociada con la Tradición Polícroma de la Amazonía sobrepuesta a una ocupación más antigua. Los materiales cerámicos de esta última le permiten definir la fase Japurá, caracterizada por la utilización prioritaria del caraipé (corteza quemada de Licania sp.) como desgrasante, así como un fuerte énfasis en el modelado de bordes para efectos de decoración, el uso de apliques, y la adición de adornos zoomorfos, antropomorfos, o abstractos. Una fecha radiocarbónica sobre fragmentos de carbón proveniente de dos cortes estratigráficos asociados con cerámica Japurá (Tabla 1, P-588), sugiere una temporalidad en torno a los siglos VII-VIII dC. Hilbert registra que los vestigios de la fase Japurá se observan en sitios arqueológicos pequeños desde la frontera con Colombia hasta la localidad de Macupirí (sobre el río Mapari), a partir de la cual se hacen cada vez más evidentes conjuntos cerámicos de la tradición Polícroma de la Amazonía[3].
Las investigaciones estratigráficas en el lado colombiano de la frontera son inauguradas por Elizabeth Reichel(von Hildebrand 1975,1976), quién describe en La Pedrera (Figura 2, E-10) la presencia de cantidades significativas de cerámica depositada en un suelo oscuro, el que reconoce como análogo a las terraspretas descritas por Hilbert. Cerca del Internado de la misión Capuchina, y en Puerto Córdoba (Figura 2, D-9), unos 15 kilómetros aguas arriba, Reichel identifica varios sitios cuya cerámica presentan semejanzas evidentes con la fase Japurá de Hilbert: uso del caraipé, carbón, arena y tiesto molido como desgrasantes, y decoración modelada con incisiones en asas y apéndices, así como la incorporación de adornos modelados. Reichel registra también el uso de incisiones anchas pandas, pintura negra o roja sobre blanco, baños habano y rojo, ahumado, así como algunos casos de pintura negativa. El material lítico asociado incluye instrumentos tallados y hachas de piedra pulida. Reichel (apud.Herrera 1987) presenta dataciones radiocarbónicas (Tabla 1, SI-6375 y SI-6374)[4] que muestran ocupaciones pre-coloniales en los siglos VI-VIII y XII-XIII dC. En el río Apaporis, Reichel & von Hildebrand registran otros sitios e identifican una cerámica que también enfatiza una decoración inciso modelada y con adornos biomorfos, con una variación estratigráfica en el desgrasante: caraipé y/o chamote en los niveles superiores y cauxí en los inferiores. Realizan también estudios en el río Mirití Paraná y sus afluentes, registrando sitios arqueológicos con una cerámica simple, que usa caraipé y/o chamote como desgrasante, pero presenta escasa decoración.
Más recientemente, la virtual ausencia de informaciones sobre recursos alimenticios asociados con las ocupaciones pre-coloniales de La Pedrera ha instigado un programa de investigaciones dirigido por Gaspar Morcote y sus colaboradores (Morcote-Rios et al. 2013). Las excavaciones de este programa caracterizan los sitios de La Pedrera como manchas de suelos antrópicos de 3 a 5 hectáreas, con un horizonte melanizado que varía entre 70 y 120 cm de espesor. En el sitio Curare, corte 1 (Figura 2, D-7; Figura 4), el estrato superior registra abundantes restos de peces, tortugas y pequeños roedores, así como una alta densidad de restos botánicos, incluyendo carbones, fitolitos y semillas. Los datos arqueobotánicos evidencian una amplia gama de especies que habrían sido usadas a lo largo de ambas ocupaciones: Mauritia flexuosa (canangucha), Euterpe precatoria (asaí), Oenocarpus bataua (seje), Oeonocarpus bacaba (milpesito), Astrocaryum chambira (chambira), Attalea maripa (palma real), Lepidocaryum tenue (puy), y especies del género Bactris. Se registran también fitolitos de cultivares como Manihotes culenta (mandioca), Zea mays (maíz) y Cucurbitaceas (calabaza), así como diversas especies de frutales, tales como Annona sp., Inga edulis (helado frijol), Theobroma cacao (cacao), Theobroma grandiflorum (copoazú) y Ananas comosus (piña), junto a varios taxones herbáceos, indicadores de áreas alteradas, y Licania sp. (materia prima del caraipé).
Las características de los artefactos arqueológicos identificados en estas investigaciones recientes complementan las anteriores observaciones de Hilbert & Reichel. En el Corte 1 del sitio Curare, entre los 10 y 40 cm de profundidad, se registra una alta densidad de fragmentos de cerámica que utilizan preferencialmente el caraipé como desgrasante y enfatizan una decoración modelada de características semejantes a la fase Japurá. Bajo los mismos, entre 70 y 120 cm de profundidad, se registra una cerámica caracterizada por el uso del cauxí como desgrasante (secuencia similar a la antes mencionada en el río Apaporis). En este último componente se registran cuencos decorados con líneas geométricas burdas y pintura roja, además de vasijas cuadrangulares, ollas globulares, budares y platos decorados.
Pese a la acumulación de informaciones de diferentes proyectos, no resulta sencillo definir con claridad los parámetros cronológicos de estas ocupaciones. Una fecha radiocarbónica asociada al depósito superior del corte 1 en Curare (Tabla 1, Beta 273275) sugiere un evento en los siglos XVII-XIX dC, lo que es indefendible para la cerámica de la fase Japurá. Por otra parte, una fecha radiocarbónica (Tabla 1, Beta 273276) asociada a la base de la ocupación inferior, donde se evidencia cerámica con cauxí, sugiere que la actividad alfarera podría iniciarse hacia los siglos XIV-XII aC, lo que resulta incompatible con la cronología obtenida por Reichel en La Pedrera. Morcote y colaboradores (2013) han sugerido que la edad de los materiales de filiación Japurá del corte 1 de Curare puede estimarse a partir de las excavaciones en la otra margen del río Caquetá, en Puerto Córdoba (Figura 2, D-9; Figura 4), donde una fecha radiocarbónica (Tabla 1, Beta 273955) sugiere una ocupación durante los siglos XIV-XV dC. Sin embargo, dos dataciones radiocarbónicas estratigráficamente asociadas a materiales de la fase Japurá (Tabla 1, Beta 252506 y Beta 252507) sugieren una edad entre los siglos XIX y XVI aC, o sea más antigua que la base del corte 1 en Curare. El equipo de Morcote también registra cerámicas de filiación Japurá en dos excavaciones adicionales: en el corte 2 de Curare (Figura 2, D-8; Figura 4; Figura 5), ubicado a 150 metros del corte 1, donde podrían estar mezclados con materiales de estilos que también enfatizan una figuración zoomorfa y antropomorfa pero con modelado e incisiones lineales más burdas; y en el corte 3 de Curare, a escasos 25 m del corte 2, asociadas a dataciones (Tabla 1, Beta-273277, Beta-273278) que apuntan al cuarto o sexto milenio aC, por tanto sugiriendo una asociación estratigráfica cuestionable. Por último, las excavaciones de este equipo en las cercanías de la pista de aterrizaje de La Pedrera (Figura 2, E-10) proveen evidencias de ocupaciones (Tabla 1, Beta-273953 y Beta-273954) entre los siglos IV-III aC y al XIII-XIV dC.
En síntesis, la presencia de extensas áreas de suelos antrópicos y los fechados asociados con las ocupaciones alfareras de la región de La Pedrera parecen sugerir procesos de habitación de gran profundidad temporal. Consistente con otras secuencias arqueológicas de la región mayor (e.g. Neves et al. 2014), las informaciones sobre los estilos cerámicos sugieren que determinados atributos tecno-estilísticos se preservan y transforman a lo largo de más de dos milenios. Aun cuando ello dificulta el uso de estos atributos como fósiles-guía para desarrollar una cronología, también permite sugerir que en La Pedrera tal vez hubo una dilatada continuidad de la ocupación humana durante la época pre-colonial.
Las ocupaciones de Araracuara y Peña Roja
Un segundo foco de investigaciones en el río Caquetá va desde el raudal de Araracuara hasta la comunidad de Peña Roja, que está ubicada a unos 50 km aguas abajo. En el raudal de Araracuara (Figura 2, A), observaciones realizadas por Gonzalo Correal en los años setenta sirvieron de puntapié inicial para las excavaciones dirigidas por Warwick Bray, Leonor Herrera, y un equipo británico-colombiano (Eden et al. 1984; Herrera et al. 1980-1), esfuerzos que fueron continuados en los años ochenta por los trabajos de prospección y excavación liderados por Luisa Fernanda Herrera, Santiago Mora, Inés Cavalier y Camilo Rodríguez (Herrera et al. 1992b; Mora 1991, 2003). Ya en el nuevo milenio, el equipo de Gaspar Morcote doblegó esfuerzos para continuar las investigaciones en Peña Roja (Morcote-Ríos et al. 2014). Estos esfuerzos han permitido identificar conjuntos arqueológicos que documentan la presencia humana en la región durante el Holoceno temprano, los siglos finales del Holoceno medio, y los últimos dos milenios del Holoceno Tardío
Ocupaciones del Holoceno temprano y medio
El sitio arqueológico Peña Roja (Figura 2, C-5) está ubicado en la comunidad del mismo nombre, que queda localizada sobre la margen izquierda del río Caquetá. En una terraza aluvial algo más alta que el nivel de las crecidas promedio, estratificado bajo un componente alfarero asociado con ocupaciones del primero y segundo milenio dC (ver Ocupaciones del Holoceno Tardío), las excavaciones realizadas por la Fundación Erigae (a cargo de Luisa Fernanda Herrera, Santiago Mora, Inés Cavalier y Camilo Rodríguez) detectaron una ocupación pre-cerámica que data desde comienzos del Holoceno (Tabla 2). Se estima que dicha ocupación ocuparía un área de aproximadamente 1.300 metros cuadrados. Los restos artefactuales de Peña Roja incluyen la presencia de gran cantidad de instrumentos líticos de variada morfología: manos, machacadores laterales y polares, azadas rectangulares con cintura y sección biconvexa, percutores, manos, molinos, placas alisadas y rugosas, placas de pigmento (Llanos Chaparro 1999), así como abundantes restos de carbón vegetal y de semillas carbonizadas (Mora 2003). En toda la secuencia son abundantes los vestigios carbonizados de especies de palmas que hasta hoy se observan en la región.
Con base en cambios artefactuales y arqueo-botánicos, Mora y colaboradores (ibid.) definen dos etapas de ocupación. La primera se asocia con abundantes restos de semillas carbonizadas y carbones, artefactos líticos en chert y cuarzo lascados por percusión directa, y artefactos líticos como morteros, placas, percutores, y manos de moler. Una segunda etapa se caracteriza por una disminución de los porcentajes de carbón, un conjunto lítico diversificado en el que aparece también las azadas, y la presencia de fitolitos de Cucurbita spp., Lagenaria siceraria y Calathea allouia. Las evidencias de este segundo momento pre-cerámico convierten a Peña Roja en el registro amazónico más antiguo de plantas cultivadas de domesticación extra-Amazónica (Piperno & Pearsall 1998), claramente asociado a instrumentos aptos para la recolección y/o procesamiento de raíces o tubérculos.
La hipótesis de que los antiguos habitantes de Peña Roja eran parte de un temprano horizonte de cazadores-colectores que practicaban el cultivo, tal vez de manera itinerante, es una de las evidencias más importantes para comprender la antigüedad de los procesos de domesticación del paisaje en la cuenca (Arroyo-Kalin 2010b). Dicha hipótesis ha sido recientemente confirmada por los resultados de los estudios de granos de almidón, que registran la presencia de Xanthosoma en una azada y una mano de molienda asociada con la ocupación pre-cerámica (Morcote-Ríos et al.2014). Los estudios de semillas carbonizadas, por su parte, revelan que los ocupantes consumieron gran cantidad de semillas y/o frutos comestibles o útiles de palmas (Oenocarpus bataua, Mauritia flexuosa, Euterpe precatoria, Attaleara cemosa, Attalea insignis, Anaueria brasiliensis, Astrocaryum aculeatum, A. ciliatum) y árboles (Caryocar cf. glabrum y Brosimum guianensis, ambos de posible uso medicinal y alimenticio). Considerando la fenología de las especies identificadas, Morcote y sus colegas han sugerido que este tipo de recursos podrían haber suplementado la captura de peces durante la estación más seca, y complementado el consumo de tubérculos documentado por los estudios de microfósiles.
Un segundo lugar de interés para entender el proceso de ocupación temprano de la región es el sitio Abeja, localizado sobre la colina estructural de Araracuara, a unos 140 m sobre el nivel río Caquetá (Figura 2, A-1). Estratificado bajo un paleosuelo en la que se registra una ocupación alfarera tardía (Figura 6), datos arqueobotánicos y radiométricos has sido interpretados como evidencia de la presencia humana en los siglos finales del Holoceno medio. Específicamente, en los sedimentos de los horizontes 2AB y 2B1, a aproximadamente 85-100 cm de profundidad, Mora y sus colegas (1991) identifican la presencia de polen de maíz y yuca, junto con abundantes restos microscópicos de carbón e indicadores palinológicos de condiciones relativamente húmedas. Los estudios de fitolitos también corroboran la presencia de microfósiles de maíz en estos sedimentos (Piperno & Pearsall 1998). Carbones asociados estratigráficamente con estos vestigios han sido fechados en el cuarto milenio aC (Tabla 2, GrN 14987; GrN 13733). Estos investigadores denominan a esta ocupación la fase Tubaboniba y sugieren que indica la presencia de grupos incipientemente agrícolas hacia finales del Holoceno medio.
Aun cuando hay noticias de hallazgos de cerámica con desgrasante de fibras vegetales, que incluiría posibles platos, soportes para vasijas, y recipientes globulares con reborde labial (Mora et al. 1988, ff3 y ff4), la publicación más conocida sobre el sitio Abeja sugiere que la fase Tubaboniba no presenta asociación con artefactos arqueológicos (Mora 1991). Llanos Chaparro (1999) llama la atención respecto de que algunos de los materiales líticos asociado con la ocupación alfarera de Abeja muestran semejanzas con los vestigios identificados en el contexto pre-cerámico de Peña Roja, lo que podría sugerir que la ocupación pre-cerámica en Abeja se inicia ya en la base del horizonte que define la ocupación alfarera. Por otro lado, no es imposible que microfósiles de esta última se hubiesen re-depositado gracias a procesos de bioturbación, quedando así asociados estratigráficamente a fragmentos de carbón más antiguo. Futuras investigaciones en este sitio podrán verificar la presencia de señales antrópicas más robustas y así fortalecer las evidencias de una ocupación humana durante el Holoceno medio.
Ocupaciones del Holoceno tardío
Las investigaciones arqueológicas en la región comprendida entre Araracuara y Peña Roja han identificado una gran cantidad de vestigios arqueológicos asociados a ocupaciones alfareras. Con frecuencia los mismos están depositados en una matriz de suelos negros o pardos de origen antrópico. Estas características han sido relacionadas con ocupaciones intensivas y sedentarias o bien con la intensificación de prácticas agrícolas en tiempos pre-coloniales. El primer registro escrito sobre su presencia parece provenir de von Martius, que describe su primer ascenso a la colina de Araracuara de la siguiente manera: “después de caminar un cuarto de hora llegamos a una zona alta en la cual caminamos el doble de tiempo [media hora] por un bosque tupido, saliendo a una llanura abierta con árboles bajos y arbustos. No se veían rocas por ningún lado, una densa capa de humus negro cubre el suelo” (Spix & Martius 1831, p. 1258, traducción nuestra).
La descripción de von Martius es consistente con el sitio Abeja antes mencionado, cuya ocupación alfarera se concentra en un grueso paleosuelo oscuro ubicado un par de kilómetros al norte de la actual pista de aterrizaje de Araracuara (Figura 2, A-1; Figura 6). En un área de 6 hectáreas, Mora y colegas (1991) registran evidencias arqueológicas de dos plantas de habitación, una de las cuales presenta un espacio empleado para la preparación de alimentos (pequeña área de sedimentos más oscuros). Las fechas radiocarbónicas asociadas dan cuenta de una dilatada y extendida ocupación desde los siglos V-VI hasta el siglo XIII dC (Tabla 3), tras lo cual el lugar habría sido abandonado. Estos investigadores consideran que el grueso paleosuelo de color pardo que caracteriza la ocupación se habría formado a partir de viviendas, huertas caseras y campos de cultivo, lo que sugeriría una población densa y una ocupación estable. Estiman, por tanto, que “la utilización del lugar se realizaría mediante la mejora de los suelos de forma regular con los deshechos originados por las diferentes actividades humana” (1990, p. 31).
Se han realizado una serie de estudios arqueo-botánicos en el sitio Abeja. Incluyen la identificación de macro-restos botánicos (Attalea, Oenocarpus sp., Lepidocaruym sp., Zea mays, Manihot sp., Capsicum chinenses, Theobroma bicolor, Bactris gasipaes, Sapotaceae y Anonaceae) y de polen extraído de los sedimentos de la excavación (Herrera et al. 1992a; Mora 1991), junto a un reciente estudio de fitolitos (Morcote-Ríos 2018). Este último (Figura 7; Figura 8) identifica una alta frecuencia de fitolitos de Licania sp. (materia prima del caraipé), Manihot, Cucurbitacea, Palmae, y una baja frecuencia de Zea mays asociado con la ocupación alfarera. Por encima del horizonte antrópico, también registra un aumento efímero del maíz y, hacia la superficie, una presencia de palmas, Manihot y Cucurbitaceas. Morcote asocia este patrón a una disminución de la presencia humana en el lugar durante los siglos recientes, información que es consistente con observaciones micromorfológicas (Figura 9-A), las que registran una concentración significativa de carbón >2mm a lo largo de todo el horizonte antrópico, pero sólo detectan fragmentos microscópicos de cerámica a los 50 cm de profundidad (Veal 2017). El estudio de microfósiles muestra la presencia de una alta densidad de diatomeas en todo el depósito estudiado.
Los vestigios arqueológicos asociados con estas ocupaciones, que Mora et al. (1991) denomina la fase Méidote, son de especial interés. El material lítico incluye machacadores polares y laterales, manos y percutores, placas rugosas (interpretadas como ralladores de yuca), y azadas triangulares de extremo agudo y sección triangular (Llanos Chaparro 1999). Los materiales cerámicos incluyen vasijas domésticas y cuencos con labios extendidos decorados con técnica de apliqué y pintura roja, así como soportes cerámicos y ollas con borde evertido o reforzado exteriormente, en general utilizando arena, caraipé y ceniza como desgrasante (Mora1991). La cerámica del sitio Abeja, sobre la que se ha publicado una descripción preliminar basada en una muestra de 15% del conjunto recuperado, ha sido considerada como diferente de la de los restantes sitios arqueológicos que trataremos a continuación, comenzando con los de la propia colina de Araracuara (Eden et al. 1984; Herrera 1981, 1987; Herrera et al. 1980-1)[5].
El sitio Playa de Araracuara (Ara 15), ubicado en la margen izquierda del río Caquetá (Figura 2, A-2), define una secuencia cerámica cuyo componente más tardío se observa en diversos sitios de esta región, desde la propia colina de Araracuara hasta la localidad de Peña Roja. En Playa de Araracuara, la secuencia de ocupación es caracterizada por dos fases con cerámica (incluyendo fragmentos de budares y de vasijas), líticos (incluyendo artefactos de piedra tallada y piedra pulida) y carbón. El componente superior, asociado a un paleosuelo antrópico de color oscuro, ha sido fechado hacia XIII-XIV dC (Tabla 3 Beta-1506); el inferior, por su parte, presenta fechas radiocarbónicas que sugieren ocupaciones en los siglos I-IV (Beta-1503) y VIII-X dC (Tabla 3, Beta-1508). La cerámica del componente superior define el estilo Nofurei, que se considera un miembro de la Tradición Polícroma de la Amazonía (Figura 10). El componente inferior, por su parte, incluye un pequeño conjunto de fragmentos de cerámica que reconstruyen vasijas globulares sin decoración, algunas con engobe carmelito o rojizo. Esta cerámica define el estilo Camani[6].
La secuencia cerámica Camani/Nofurei es registrada en el sitio Pista de Aterrizaje (ARA 3/4), ubicado en la meseta de Araracuara (Figura 2, A-3), a escasos 5 km del sitio Abeja, y que ha sido estudiado por diversos equipos de investigación. Inicialmente fue reconocido por Herrera et al.(1980-1), quiénes a través de sondeos y recolecciones superficiales mapearon la presencia de dos ocupaciones superpuestas en una matriz de suelo negro antrópico. Posteriormente Ángela Andrade y Pedro Botero (ver Andrade 1986) realizaron un estudio de los suelos de este lugar, que permitió confirmar la secuencia: Andrade (1986) identifica cerámica de ambos estilos, Nofurei y Camani. Dos fechas radiocarbónicas le permiten sugerir una antigüedad considerable para la cerámica Camani: la más reciente (Tabla 3, Beta-6950) es congruente con las informaciones presentadas por Herrera et al. (1980-1), mientras que la más antigua (Tabla 3, Beta-6949) sugieren una ocupación durante los siglos X-IX aC. Los trabajos de Andrade & Botero permiten también definir la presencia de suelos pardos y negros en una extensión significativa: 6 ha en el caso de los primeros (lo que es comparable con el sitio Abeja) y 26 ha en el caso de los segundos. Andrade sugiere que los suelos negros se originarían a partir del descarte de residuos orgánicos de la vivienda y la huerta casera mientras que los suelos pardos serían correlato de las áreas de cultivo alejadas de las viviendas. Por tanto, sugiere que los suelos antrópicos, que muestran una “mayor difusión hacia comienzos de la era cristiana. Este hecho se podría relacionar con la introducción de la agricultura intensiva a la Amazonía” (1986, p. 61).
Otras investigaciones en la misma área de suelos antrópicos fueron emprendidas en paralelo por León y Vega (1983). En la misma localidad que investigó Andrade, su estudio mapea seis unidades de suelos, tres de las cuáles –que cubren 14.5 ha– tiene influencia antrópica. Manchas discontinuas de suelos negros y pardos –con una profundidad promedio de 40 cm– sumarían 6.59 y 7.9 ha respectivamente. Los estudios edafológicos registran concentraciones comparables de fósforo en suelos negros y pardos, así como bajas concentraciones de materia orgánica y un pH variable (3.5 a 4.6 en el caso de los suelos negros y entre 4.7 y 5 en los suelos pardos). El estudio de León & Vega (1983) ofreció antecedentes importantes que sirvieron de base para las posteriores investigaciones de los arqueólogos de la Fundación Erigae (Cavelier et al. 1995; Herrera et al. 1992b; Herrera et al. 1992c; Mora 1991, 2003; Mora et al. 1988, 1990).
En relación a los hallazgos arqueológicos, las excavaciones de la Fundación Erigae registran diferencias en las proporciones y cantidad de material arqueológicos en ambos tipos de suelo, habiendo abundante carbón, escasa cerámica, y gran cantidad de líticos (cuarzo, chert, diabasa – lascas utilizadas, núcleos y material de desecho) en los suelos pardos, y una menor cantidad de carbón, escasas semillas carbonizadas, cerámica y menor cantidad de restos líticos en los suelos negros. La cerámica muestra un uso predominante del caraipé como desgrasante, engobes café-rojizos, y decoración con incisiones. Entre las formas se encuentras ollas de borde evertido, vasijas subglobulares con borde recto y reforzado, budares, cuencos y vasijas pequeñas. Se observa el uso de pintura roja, blanca, o blanca sobre roja, formando diseños característicos de la cerámica Nofurei. Sin embargo, estos autores (Herrera et al. 1992c) se plantean interrogantes respecto a la secuencia cerámica propuesta por las excavaciones Bray& Herrera a finales de los 1970s (Herrera et al. 1980-1), especialmente respecto de la fase Camani, debido a la presencia de cerámica con atributos Nofurei asociados a ocupaciones datadas hacia el siglo IV-VI dc (Tabla 3, Beta-21894).
Los estudios de semillas carbonizadas, por su parte, registran la presencia del Astrocaryum (cumare), mientras que los palinológicos documentan el predominio de una vegetación de bosque con palmas junto a la presencia de Zea mays y Manihot en los suelos negros; ello contrasta parcialmente con la presencia de polen de similares cultivares asociados con una vegetación de gramíneas en los suelos pardos. Un estudio de los fitolitos (Figura 7; Figura 11) de un perfil de suelo negro realizado recientemente por Morcote-Ríos (2018) confirmó la presencia de frecuencias bajas de maíz, yuca, y Curcurbitaceas en sedimentos antrópicos sin presencia de cerámica y con una frecuencia notable de lascas de cuarzo y carbón microscópico. Pese a la baja densidad de artefactos cerámicos, el estudio micromorfológico de la misma columna (Veal 2017) registra la presencia de fragmentos microscópicos de cerámica (con desgrasante de caraipé) entre 50 y 20 cm, por encima de un hiato donde no se registra carbón y donde el estudio de fitolitos detecta una alta frecuencia de Licania sp. Los sedimentos asociados a la ocupación alfarera presentan una presencia somera de fitolitos de platanillo (P. guyanense) y un notorio aumento en la frecuencia de fitolitos de maíz. Hacia la superficie, el conjunto arqueobotánico revela el dominio de fitolitos de palmas (del grupo Astrocaryum-Bactris, asaí (E. precatoria), bataua (O. bataua)), hierbas y – en menor medida – cultivares, lo que nuevamente sugiere la reutilización de una antigua área de suelos de ocupación (en la que continuaron existiendo frutales) como área de cultivo.
La distribución de los materiales culturales y manchas de suelo de coloración variable lleva a Luisa Fernanda Herrera y co-investigadores (1992a) a sugerir que las viviendas eran rotadas en un área restringida, siendo los suelos negros correlato del uso alterno de un espacio como vivienda y como zona de cultivo. La presencia de Zygnemataceas, propia de zonas inundadas, es interpretada como evidencia de la adición intencional de limos aluviales a estos suelos a partir del siglo VIII dC (Tabla 3). Sin embargo, el análisis micromorfológico (Veal 2017) no provee evidencias microscópicas (granulométricas o mineralógicas) que permitan apoyar esta reconstrucción.
Otros sitios arqueológicos de la región amplían la muestra conocida de ocupaciones asociadas con la fase Nofurei (Herrera et al. 1980-1). En la margen opuesta del río Caquetá, en las inmediaciones del antiguo internado de la localidad de Puerto Santander, el sitio Ara 7 Internado Viejo (Figura 2, A-4) registra vestigios cerámicos de la fase Nofurei y otros materiales –incluyendo morteros cerámicos y hachas de piedra pulida– depositados en rasgos (pozos) visibles a partir del raspado de superficie. Una fecha radiocarbónica sobre carbón sitúa estas ocupaciones hacia los siglos XV-XVII dC (Tabla 3, Beta-1510)[7].
En una visita reciente de Arroyo-Kalin & Morcote-Ríos a la región, pudimos también registrar en esta localidad la presencia de un horizonte antrópico caracterizado por una densidad alta de carbón microscópico (<63 um) en la fracción arcillosa, fragmentos microscópicos de cerámica, y una retención significativa de materia orgánica. A partir de las observaciones geoarqueológicas concluimos que el desarrollo de este depósito quedó truncado por un proceso rápido de deposición coluvionar (Figura 12A). Las observaciones micromorfológicas también permitieron dividir el horizonte antrópico en dos segmentos: la parte inferior evidencia arcillas iluviales características de un horizonte B (Figura 9-B). Esta segmentación se encuadra con la definición de zonas a partir del estudio de fitolitos (Figura 13), que muestra en el segmento inferior un incremento moderado de la presencia maíz y yuca, así como Licania sp. y hierbas, junto a una alta frecuencia de palmas. En el segmento superior el estudio de fitolitos muestra un notable aumento de Zea mays, Astrocaryum y Cucurbitaceas, presencia somera de guadúa y platanillo, y una disminución en los restos de Manihot sp. En su conjunto, las observaciones de Puerto Santander sugieren la formación de un horizonte antrópico diferenciado de un horizonte B subyacente (evidenciado por la presencia de arcillas iluviales) en el que se registra una vegetación de palmas y algunos cultivares. En un momento posterior, el horizonte enterrado registra evidencias de una ocupación densa e intensiva que va aparejada con un aumento significativo en el uso del maíz.
También sobre la margen derecha del río Caquetá, a unos 20 km aguas abajo de Puerto Santander, se localiza un yacimiento arqueológico próximo al raudal de La Sardina (Figura 2, B-5). El sitio epónimo presenta un suelo negro antrópico que se extiende desde la estrecha llanura aluvial hasta unos 400 m tierra adentro. A partir de las excavaciones en este sitio se infiere la presencia de un gran asentamiento con una ocupación espacialmente continua, niveles significativos de enriquecimiento químico, y presencia de cerámica Camani y Nofurei (Eden et al. 1984;Herrera 1987; Herrera et al. 1980-1). El estudio de Veal (2017) confirmó la presencia de un horizonte antrópico superficial con fragmentos de cerámica, una densidad alta de carbón microscópico (<63 um) en la fracción arcillosa, una retención significativa de materia orgánica, y fragmentos microscópicos de cerámica (Figura 9-C). Las observaciones granulométricas confirman que dicho depósito recibe importantes aportes aluviales. El estudio de fitolitos (Figura 14) realizado por Morcote-Ríos (2018) muestra una alta densidad de fitolitos de Zea mays y Manihot sp. junto con la presencia palmas de los géneros Astrocaryum y Bactris, así como de asaí, seje y burití, arboles como Licania sp., y Guadua sp. (todos de vegetación arbórea que está presente en el sitio actualmente).
El conjunto de sitios alfareros ubicados en las proximidades de Araracuara resalta la existencia de áreas de suelos antrópicos en diferentes compartimentos geomorfológicos y con una variabilidad significativa. Los fechados radiocarbónicos sugieren ocupaciones temporalmente dilatadas (Tabla 3) mientras que los materiales cerámicos sugieren una unidad estilística a lo largo de una extensa secuencia en todos los sitios conocidos, con la excepción de Abeja. Aun cuando nuestros recientes estudios geoarqueológicos y arqueobotánicos no respaldan la hipótesis de mejoramiento de los suelos con sedimentos aluviales, sí sugieren que la parte superior de las áreas antropizadas fueron utilizadas, luego de formadas, para el cultivo de especies que incluyen Zea mays, Manihotes culenta y árboles frutales.
Los datos arqueológicos provenientes de las excavaciones del componente alfarero de Peña Roja, ubicado 50 kilómetros aguas abajo (Tabla2, C6), proveen importantes informaciones adicionales sobre la existencia de otros conjuntos alfareros, la modificación antrópica de los suelos, y la utilización de las plantas en tiempos precolombinos. Por encima de la ocupación pre-cerámica, Peña Roja presenta un extenso horizonte de suelo negro antrópico (Figura 12B) que cubre un área de 3,2 ha. La ocupación alfarera está estratificada en los primeros 35 cm de este depósito y, considerados los resultados de múltiples proyectos, presenta fechas entre los siglos I-II y XV-XVII dC (Tabla 4). En el suelo antrópico negro se observan carbones y fragmentos de semillas carbonizadas en porcentaje muy inferiores a la ocupación temprana (Mora 2003), lo que lleva a Morcote y colegas (2014) a sugerir que fueron empleadas otras técnicas de procesamiento y desecho de los recursos de las palmas. Estos autores estiman además que los grupos del Holoceno tardío no enfatizaron demasiado la selección y consumo de frutales silvestres, a excepción de las palmas[8].
Respecto de la ergología, los materiales líticos de Peña Roja incluyen instrumentos, desechos de talla, pigmentos minerales, y azadas triangulares similares a las descritas en el sitio Abeja. La cerámica enfatiza el uso del caraipé y/o cuarzo como desgrasante e incluye fragmentos de budares, platos, y vasijas globulares carenadas con características decorativas que son consistentes con el estilo Nofurei (Figura 15). Pese a la extendida ocupación alfarera, las informaciones existentes sobre la cerámica no registran vestigios consistentes con el estilo Camani definido por Herrera et al. (1980-1). Por otra parte, el equipo de Morcote también registra fragmentos de cerámica que remiten a otras tradiciones tecno-estilísticas. Entre ellos llama la atención formas reconstruidas a partir de múltiples fragmentos que sería posible encuadrar en la tradición labio-inciso.
Discusión y perspectivas
En su conjunto, las informaciones arqueológicas asociadas a ocupaciones del Holoceno temprano y medio en la región del curso medio del río Caquetá ofrecen importantes perspectivas sobre la antigüedad de la presencia humana en la región. Aun cuando puede llamar la atención la antigüedad de estos vestigios, es importante destacar que están aproximadamente en la misma franja temporal que otras evidencias Amazónicas (Lombardo et al. 2013; Magalhães 2016; Roosevelt et al. 1996; Sánchez Mosquera 1998). De hecho, la ocupación pre-cerámica de Peña Roja es aproximadamente contemporánea con otras evidencias del noroeste Amazónico y del medio Orinoco, incluyendo campamentos estacionales (Barse 1990; Neves 2013) y aleros rocosos con grabados y pinturas rupestres (Correal et al. 1990; Ribeiro 1999). Más que la antigüedad propiamente dicha, entonces, lo singular de Peña Roja es el registro de cultivares no amazónicos durante el primer tercio del Holoceno (ver Aceituno et al. 2013). Junto a la presencia de artefactos especializados, este registro sugiere que poblaciones móviles dedicadas a la pesca y colecta de frutos de árboles y de palmas adoptaron tempranamente prácticas de cultivo que podríamos asemejar a una horticultura itinerante. Tratándose de cultivos alóctonos, queda suponer que dichas poblaciones deben haber sido parte de extensas redes de información que les habrían permitido compartir especies y conocimientos asociados al cultivo de plantas ya desde los inicios del Holoceno (Tabla 2).
En relación al sitio Abeja, el registro comparado a nivel de la cuenca Amazónica respalda una potencial antigüedad de prácticas de cultivo utilizando Zea mays y Manihotes culenta (Arroyo-Kalin 2010a; Maezumi et al. 2018; Watling et al. 2018). Sin embargo, en el estado de avance actual de la arqueología Amazónica resulta difícil defender la presencia de una ocupación humana exclusivamente a partir de la presencia de microvestigios fósiles. El reciente intento de verificar esta situación a partir de los estudios de micromorfología y microfósiles de Arroyo-Kalin & Morcote-Ríos no permitió aislar indicaciones de una antigua superficie de ocupación bajo el horizonte antrópico de la fase Méiodote. Durante nuestro muestreo, no obstante, tampoco pudimos identificar el lugar exacto desde donde fueron tomadas las muestras que posteriormente definen la fase Tubaboniba, por lo que una confirmación o descarte de esta ocupación debe esperar nuevos estudios en la región.
Las ocupaciones del Holoceno tardío en la región comprendida entre La Pedrera y Araracuara presentan características de gran interés en el contexto mayor de las ocupaciones alfareras de la cuenca Amazónica. Eden y colaboradores (1984), Reichel & von Hildebrand (von Hildebrand & Reichel 1987, p. 149), Andrade (1986, 1988), y Herrera, Mora y colaboradores (1992b) sugieren que desde la segunda mitad del primer milenio dC se produjo un crecimiento poblacional significativo, probablemente de la mano de procesos de intensificación agrícola, que llevó aparejado la formación de suelos antrópicos en la región. Hemos visto que los materiales cerámicos asociados a estas ocupaciones varían regionalmente. Aquellos registrados en La Pedrera puede ser afiliados a la fase Japurá descrita por Hilbert y, por tanto, relacionada con conjuntos cerámicos provenientes de diversos hallazgos en regiones más occidentales de la Amazonía, especialmente del Trapecio del Amazonas de la Amazonía (Bolian 1972, apud. Herrera 1987), río Ucayali (Lathrap 1970) y río Chambira (Morales Chocano 1992), todos ellos clasificados como estilosBarrancoide de la Amazonía. También puede ser relacionada con múltiples hallazgos de la Amazonía brasileira, especialmente los conjuntos cerámicos de la tradición Pocó-Açutuba, que se manifiestan desde el bajo río Negro hasta el bajo Amazonas, y en afluentes tales como los ríos Madeira, Nhamundá, Trombetas, Tapajós, y Tocantins (Neves et al. 2014). La cronología de esta tradición continua en discusión, aceptándose hoy con cautela las fechas más antiguas descartadas por Hilbert & Hilbert (1980), especialmente a la luz de la secuencia cerámica del Lago Amanã (Costa 2012). En esta localidad, ubicada a unos 600 km aguas abajo de La Pedrera, hay dataciones (Beta-321193, Beta-321194) esencialmente coherentes con las más antiguas obtenidas en La Pedrera y también dataciones para cerámica afiliada a la tradición Pocó-Açutuba (Tabla 1, Beta-321192, Beta-294194, Beta-294195) que identifican un período durante la primera mitad del primer milenio aC. Las dificultades para controlar la cronología asociada con las ocupaciones de la fase Japurá en La Pedrera, e inclusive la posibilidad de que los conjuntos descritos se relacionen con más de una fase o de ocupaciones discontinuas, demuestran la urgente necesidad de realizar nuevos estudios arqueológicos en esta localidad.
Por su parte, las investigaciones en sitios de la región entre Peña Roja y Araracuara nos ofrecen importantes informaciones adicionales sobre las sociedades indígenas del Holoceno tardío. Junto a la presencia de suelos antrópicos y la evidencia ambiental de un régimen mixto de cultivo de cultivares basados en la yuca y el maíz, además de árboles frutales y palmas, las ocupaciones de esta región muestran que, a partir del primer milenio aC, existieron diversas tradiciones alfareras en la región. Específicamente, en una perspectiva temporal, durante el primer milenio existieron grupos caracterizados por diferentes estilos cerámicos (Méiodote temprano, estilo Camani, fase Japurá) sobre los que al parecer acaba imponiéndose el estilo Nofurei en una región localizada entre las las áreas de ocupación Méiodote y Japurá tardío. Diversos autores han sugerido que ello podría evidenciar el surgimiento de fronteras culturales (Mora 1991; Myers 2004). La cerámica Nofurei, que ha sido clasificada como parte la Tradición Polícroma de la Amazonía, muestra diferencias importantes respecto de las fases Napo, Tefé y Guarita, que le son ‘vecinas’, especialmente en las formas de vasijas y modos de decoración plástica y de uso de pintura. Cabe preguntarse si el marcado énfasis en el uso de la decoración escisa empleando diseños desdoblados similares a los de la fase Napo (ver Arroyo-Kalin & Rivas 2016 y este volumen) es resultado de una derivación Barrancoide/Poco-Açutuba fuertemente influenciada (en términos estilísticos) por la expansión de grupos de la Tradición Polícroma de la Amazonía. Planteamos aquí, como una hipótesis a investigar en través de trabajos futuros, que la expansión de estos últimos grupos durante la segunda parte del primer milenio dC pudo haber influenciado estilísticamente y empujado a grupos de tradición alfarera Pocó-Açutuba/Japurá hacia el raudal de Araracuara.
Es en este contexto que cobran singular importancia las informaciones que podemos derivar del registro de arte rupestre de la región. Santos-Granero (1998) ha sugerido que los pueblos amazónicos de lengua Arawak practican una ‘escritura en el paisaje’ que plasma sus concepciones cosmológicas e historia en el mismo. Pese a que en el contexto por él estudiado no serían relevantes las manifestaciones de arte rupestre (1998, ff21), resulta evidente que las rocas grabadas de la región del medio Caquetá se constituyen en verdaderos ‘topogramas’ que han adquirido su actual configuración como resultado de actividades transformativas pretéritas, de seres humanos o sobrenaturales. El corpus de arte rupestre petrograbado del río Caquetá se suma a los hallazgos de una región más extensa, que incluye el noroeste Amazónico, regiones del medio-alto Orinoco, y las Guayanas (Koch-Grünberg 2010; Riris & Oliver 2019; Scolfaro et al. 2013; Williams 1985), con los que existen múltiples similitudes. En este sentido, los comentarios de Reichel (2012) sobre los Tanimuka y Yukuna, en orden a que los mitos y la historia oral se refieren a la creación de los ecosistemas locales por seres sobrenaturales y ancestros, cuyos ‘actos fundacionales’ quedan marcados en aspectos topográficos, la trayectoria de los ríos, la forma del relieve, y las inscripciones en petroglifos, son sin duda extensibles a la mayor parte de los pueblos indígenas de esta extensa región. Para los pueblos indígenas del noroeste Amazónico, por tanto, los petroglifos parecen constituir ejes significativos que marcan un territorio en el que se plasma (o que en sí mismo es) un complejo sistema cosmológico. En ese sentido, presentan un enorme potencial para comprender la historia de ocupación de estos territorios y las relaciones que existen entre los pueblos indígenas hablantes de diversas lenguas (Cayón & Chacón 2013; Trendare et al. 1999). Antes hemos citado la concepción de los Yukuna, que asocian los grabados sobre las ‘piedras blandas’ con la llegada de Yuruparí(von Hildebrand 1975). Esta concepción se extiende a otros casos de pueblos de lengua Arawak del noroeste Amazónico (Xavier 2012). Aun cuando el mito de las ‘piedras blandas’ es pan-amazónico (Valle et al. 2018), es difícil rehuir la implicancia de que algunos de estos petroglifos podrían asociarse a la expansión de los grupos de esta familia lingüística, que en el noroeste Amazónico son canoeros, pescadores y horticultores por excelencia. La tarea de ampliar nuestra comprensión de la variabilidad regional y significado de estas manifestaciones, sin embargo, es una tarea futura.
Agradecimientos
Especiales agradecimientos a JulioRubin y Mariano Bonomo por su invitación a participar en este volumen. Nuestras investigaciones recientes fueron facilitadas por un UCL Santander Research Catalyst Award. Extendemos nuestros especiales agradecimientos a José Oliver, Warwick Bray, Jeison Chaparro Cárdenas, Marc van der Linden, Julian Garay, GarryMariner, y a los amigos indígenas del Caquetá que hicieron posible nuestras investigaciones en la región. Agradecemos también las útiles sugerencias de los revisores de la Revista del Museo de La Plata, que enriquecieron significativamente el manuscrito.
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Notas
Información adicional
Cómo citar: Arroyo-Kalim, M. Morcote-Rios, G. Lozada-Mendieta,N & L, Veal (2019) "Entre La Pedrera y Araracuara la arqueología del medio río Caquetá" Revista del Museo de La Plata 4(2), pp. 305-330. https//doi.org/10.24215/25456377e079