Dossier
Arqueología y ríos de las Tierras Bajas de América del Sur
Arqueología y ríos de las Tierras Bajas de América del Sur
Revista del Museo de La Plata, vol. 4, núm. 2, 2019
Universidad Nacional de La Plata
Recepción: 01 Julio 2019
Aprobación: 15 Julio 2019
Publicación: 31 Julio 2019
Resumen: El presente dossier de la Revista del Museo de La Plata reúne catorce artículos que muestran el estado actual del conocimiento arqueológico en veinte ríos que han sido protagonistas de la larga historia indígena de las Tierras Bajas sudamericanas (Figura 1). Estos cursos corren por ocho países: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. En el volumen están representadas las dos mayores cuencas hidrográficas de América del Sur, la del Amazonas y la del Plata, que entre ambas abarcan más de diez millones de kilómetros cuadrados. Se aborda tanto la arqueología del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, como también la del Ribeira de Iguape, con dimensiones mucho menores. Se sintetiza la arqueología de ríos que, al atravesar cientos o miles de kilómetros generalmente sin grandes barreras físicas, funcionaron como activos corredores norte-sur-norte –Araguaia, Tocantins, Paraguay, Paraná y Uruguay–, oeste-este-oeste –Caquetá, Napo, Pastaza, Salado (de la provincia de Buenos Aires), Dulce, Salado (de Santiago del Estero), Pilcomayo y Bermejo– o en ambos sentidos como el Upano. Se incluyen cursos que surcan el norte tropical del continente, como el río Magdalena, hasta el sur frío y árido de la Patagonia, con los ríos Chubut, Negro y Colorado.
Los ríos de las Tierras Bajas han sido espacios claves para entender problemas suprarregionales de la antropología de América del Sur, tales como: el poblamiento americano, la cronología y dispersión de innovaciones tecnológico-culturales como la arquitectura en tierra, la alfarería o la agricultura de la mandioca y el maíz, las migraciones y expansiones de poblaciones indígenas y familias lingüísticas, la interacción de grupos cazadores-recolectores entre sí y con horticultores, el surgimiento de la complejidad social y las desigualdades hereditarias, entre otros. Teniendo en cuenta estos problemas generales, en el último World Archaeological Congress (WAC-8, Kyoto) surgió la idea de organizar este dossier entre el Instituto Goiano de Pré-História e Antropologia da PontifíciaUniversidade Católica de Goiás y la División Arqueología del Museo de La Plata, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata. Se sugirió a las autoras y los autores invitados abordar el estado del arte de las investigaciones arqueológicas en cada uno de los ríos o cuencas en las que trabajan, según algunos de los siguientes ejes: a) los procesos de formación de sitio y la transformación humana del paisaje fluvial; b) la existencia o no de adaptaciones fluviales; c) la caza, la pesca y la recolección: tecnologías originarias y estrategias de obtención de los recursos acuáticos. Los ríos en la producción agrícola; d) los ríos como marcadores de fronteras culturales y a la vez generadores de interacción social. Los ríos como vías naturales que guiaron la movilidad pedestre y la navegación y e) significados simbólicos y actividades rituales efectuadas en los ríos como, por ejemplo: áreas preferenciales para entierros humanos, los recursos acuáticos y la identidad de género, iconografía, entre otros temas.
El presente dossier de la Revista del Museo de La Plata reúne catorce artículos que muestran el estado actual del conocimiento arqueológico en veinte ríos que han sido protagonistas de la larga historia indígena de las Tierras Bajas sudamericanas (Figura 1). Estos cursos corren por ocho países: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. En el volumen están representadas las dos mayores cuencas hidrográficas de América del Sur, la del Amazonas y la del Plata, que entre ambas abarcan más de diez millones de kilómetros cuadrados. Se aborda tanto la arqueología del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, como también la del Ribeira de Iguape, con dimensiones mucho menores. Se sintetiza la arqueología de ríos que, al atravesar cientos o miles de kilómetros generalmente sin grandes barreras físicas, funcionaron como activos corredores norte-sur-norte –Araguaia, Tocantins, Paraguay, Paraná y Uruguay–, oeste-este-oeste –Caquetá, Napo, Pastaza, Salado (de la provincia de Buenos Aires), Dulce, Salado (de Santiago del Estero), Pilcomayo y Bermejo– o en ambos sentidos como el Upano. Se incluyen cursos que surcan el norte tropical del continente, como el río Magdalena, hasta el sur frío y árido de la Patagonia, con los ríos Chubut, Negro y Colorado. A continuación se comentan los artículos contenidos en el dossier siguiendo un sentido, norte-sur/oeste-este.
El artículo de Carlos E. López es sobre la arqueología del curso medio e inferior del río Magdalena. En el texto aborda la historia de los trabajos arqueológicos en el área, tanto académicos como preventivos (o también llamados de arqueología de contrato). El autor analiza la sectorización de la cuenca del Magdalena que es fundamental para entender las correlaciones entre los datos paleoambientales y las ocupaciones humanas. En relación con las primeras ocupaciones menciona que “aún hay muchas incertidumbres sobre el periodo inicial del cuándo, cómo y quiénes llegaron por primera vez al norte de Suramérica e ingresaron por el paleovalle del Magdalena. Aún no son contundentes los datos sobre los modos de vida tempranos, en particular si estuvo basado en cacería especializada o fueron cazadores-recolectores-pescadores o forrajeros”, en contraste con los datos más concretos disponibles para la vecina Venezuela. Luego, López discute los períodos agroalfareros en distintos sectores del curso, aportando la siguiente información: a) para el sector del Bajo Magdalena en el Formativo Temprano se observa principalmente la explotación de recursos costeros, en el Formativo Medio el cultivo de plantas en aldeas y en el Formativo Tardío el surgimiento de sociedades complejas y b) en el Magdalena Medio y las planicies septentrionales del Alto Magdalena se destacan para momentos tempranos los contextos funerarios y el desarrollo de la metalurgia, mientas que para momentos tardíos se registran enterramientos dentro de las viviendas, así como cementerios separados de las áreas habitacionales. A partir de esta estructuración témporo-espacial, el autor vincula las cronologías existentes, los patrones de asentamiento, la cultura material, el paleoambiente y el simbolismo de las poblaciones del pasado. En palabras del autor, el valle del río Magdalena constituye “un escenario de muy alta biodiversidad con paisajes cambiantes en el tiempo. A escala aún mayor, la localización central de la macro-cuenca Cauca y Magdalena, entre el Pacífico biogeográfico y las tierras bajas de la Amazonía-Orinoquía, –además de su conexión directa con la costa Atlántica–, permite entender la complejidad de las dinámicas biofísicas y los desarrollos e intercambios culturales a través del tiempo”.
El artículo de Manuel Arroyo-Kalin, Gaspar Morcote-Ríos y Natalia Lozada-Mendieta trata sobre el río Caquetá medio, localizado en la Amazonía colombiana. Realizan una caracterización ambiental del área, de los petroglifos, la diversidad de la cerámica y los suelos antropogénicos. A su vez, destacan la presencia de sitios arqueológicos precerámicos, ubicados cronológicamente entre el Holoceno temprano y medio, que son “particularmente importantes debido a que los datos arqueobotánicos asociados sugieren que las poblaciones de la región cultivaron tempranamente una variedad de plantas comestibles, varias de ellas domesticadas en otras regiones”. Los autores analizan el registro arqueológico utilizando las siguientes cinco unidades temáticas: Las rocas grabadas del río Caquetá; Las ocupaciones alfareras de La Pedrera; Las ocupaciones de Araracuara y Peña Roja; Ocupaciones del Holoceno temprano y medio y Ocupaciones del Holoceno tardío. Para cada una de estas unidades se discuten los sitios arqueológicos más importantes, su localización en el paisaje, estratigrafía, cronología, cultura material, datos arqueobotánicos, entre otros. Destacan la génesis de los suelos antrópicos (negros y pardos), a partir de análisis geoquímicos y de la discusión de propuestas previas. El artículo expone la complejidad arqueológica del río Caquetá medio, que según Arroyo-Kalin y colaboradores “presenta una serie de interrogantes importantes respecto de las ocupaciones del pre-cerámico y de los extensos sitios de habitación de grupos alfareros. Con respecto a estos últimos, es particularmente importante evaluar hasta qué punto estas ocupaciones se pueden enmarcar en las grandes tradiciones cerámicas conocidas para la Amazonía y la cuenca del Orinoco”. El río Caquetá (Amazonía colombiana), así como el río Napo (Amazonía peruana y ecuatoriana), también incluido en esta publicación, son algunos de los principales formadores del Amazonas, tratado en el artículo de Eduardo Neves. De este modo, los artículos del dossier se complementan y aportan su visión desde distintos lugares de la cuenca amazónica (Figura 2), aumentando nuestros conocimientos sobre la diversidad cultural, lingüística y biológica de las poblaciones humanas que vivieron durante milenios en las márgenes del río más grande del planeta.
Manuel Arroyo-Kalin y Santiago Rivas Panduro presentan una síntesis sobre los sitios arqueológicos ubicados en las proximidades del río Napo, entre las confluencias de este curso con el río Coca, aguas arriba, y con el río Amazonas, aguas abajo. Es un área definida por características específicas del entorno natural en la Amazonía ecuatoriana y peruana. El río Napo es de suma importancia cuando se analizan, por ejemplo, los desplazamientos poblacionales pretéritos en América del Sur, ya que como subrayan los autores este curso funcionó como una ruta que articuló los Andes con el Amazonas y fue crucial en el transcurso de la exploración europea de la cuenca. En relación con el segmento ecuatoriano del río, Arroyo-Kalin y Rivas Panduro resumen la evidencia sobre los patrones de asentamiento en áreas ribereñas e interfluviales, señalando que las márgenes del curso fueron ocupadas por grupos humanos adaptados a los eventos de inundaciones. Los autores señalan el hecho de que en el segmento peruano del Napo se detectaron asentamientos en lugares poco conocidos, escapando de alguna manera al patrón espacial identificado previamente para Ecuador. Con relación a las ocupaciones más antiguas, están representadas por artefactos líticos con una cronología de ca. 11.000 años AP, mostrando luego un hiato ocupacional hasta los registros del Holoceno tardío. Para este período caracterizan los conjuntos arqueológicos de los grupos agricultores a través de las fases Yasuní, Tivacuno, San Roque y Napo y analizan variables tales como la distribución del registro, los fechados radiocarbónicos y aspectos tecno-estilísticos y usos de la cerámica. Entre los temas que aún se están investigando en el área, el artículo resalta particularmente a la fase Napo, reconocida por Betty Meggers y Clifford Evans como la representante más occidental de la Tradición Polícroma de la Amazonía. Así, los autores sostienen que “Dada la extensa distribución regional de esta tradición, diversos autores han sugerido una relación entre sus portadores y la expansión de grupos de hablantes de lenguas Tupí-guaraní a comienzos del segundo milenio de la era común”, lo cual los invita a profundizar sus investigaciones en el área bajo estudio.
Stéphen Rostain y Geoffroy de Saulieu presentan una completa síntesis de la arqueología de los ríos Pastaza y Upano, remarcando ya desde el título que son “dos ríos tropicales que conectan los Andes a la Amazonía”. Realizan una revisión crítica de la información empírica existente, sobre la que se apoyaron propuestas previas, y avanzan sobre los temas aún pendientes en la agenda de investigación. El artículo muestra que el papel de ejes de integración andino-amazónica de los dos cursos no es uniforme sino que varió con el tiempo. La comunicación fluida entre ambos universos sucedió sobre todo durante las ocupaciones formativas y de los desarrollos regionales, que estuvieron integradas dentro de extensas redes de intercambio y rutas comerciales que incluyeron la circulación de cultígenos, como el maíz. Estas redes estuvieron conectadas por los tramos navegables de los ríos y, principalmente, por caminos cavados en las laderas montañosas para conectar los distintos asentamientos. En el Upano se registra una profunda transformación del paisaje, evidenciada no solo por los caminos sino también por la construcción de complejos de montículos artificiales de tierra (conocidos localmente como tolas), plazas y canales. Luego, entre los siglos VI-VIII parece haber un reemplazo poblacional con la aparición de nuevas tradiciones cerámicas dominadas por el tratamiento de superficie corrugado. Estos cambios se los vinculan con un evento catastrófico: la erupción del volcán Sangay que, con su potente actividad y la depositación de una espesa capa de cenizas, habría provocado la desaparición de las comunidades urbanas del Upano. Esto habría contribuido a una menor interacción con el altiplano andino y a un consecuente desarrollo local con una impronta amazónica, identificándose la instalación de los posibles antecesores de los indígenas actuales de la Amazonia ecuatoriana. Incluso, la información etnohistórica señala que durante la Colonia el río Pastaza, más que un vector de circulación de ideas, bienes y personas, constituyó un límite entre grupos etnolingüísticosjivaro-candoshi y zaparoanos. Como argumentan los autores en su artículo, ambos ríos fueron importantes en la estructuración del espacio, pero no jugaron un rol clave en los patrones adaptativos. De esta manera el área estudiada posee la particularidad de ser una “Amazonia de caminos más que de ríos”.
En el artículo sobre el río Amazonas Eduardo Neves analiza la ocupación humana en el Amazonas desde el Pleistoceno final, enfatizando que no hay “una tradición única que pueda estar vinculada a estas primeras ocupaciones, al menos a partir del examen de las industrias líticas asociadas”. En relación con los conjuntos líticos, menciona los estudios tecnológicos realizados en los sitios arqueológicos de Abrigo do Sol y Pedra Pintada, en la sierra de Carajás y en la cuenca del río Madeira, uno de los formadores del Amazonas; a estos se le agregan los sitios de Peña Roja y San Isidro en Colombia y otros ubicados en el Planalto de la Guyana. Respecto a las primeras manifestaciones cerámicas, el autor se refiere al menos a cuatro “centros de producción”, distribuidos en un arco discontinuo que va desde la costa de Ecuador hasta la costa del estado de Maranhão en Brasil. En referencia a las ocupaciones sedentarias destaca las tradiciones Pocó-Açutuba y Polícroma de la Amazonía (en especial la fase Marajoara que, por variaciones en la decoración, recibe denominaciones específicas en Brasil, Colombia, Perú y Ecuador). Entre las particularidades arqueológicas se subraya el hecho que, en el bajo Amazonas –área delimitada por la desembocadura del río Xingú con el río Amazonas y la ciudad de Parintins–, no hay alfarería polícroma, sino aquella asociada con las tradiciones de Incisa y Punteada y con la fase Koriabo. Neves también examina las transformaciones del paisaje a lo largo del tiempo: “existen hoy biomas en el Amazonas que han sido modificados por actividades humanas en el pasado, a través de complejas actividades de manejo que ahora estamos empezando a comprender, aunque la intensidad y la escala de estos cambios sigue siendo objeto de debate”. El artículo expone la diversidad natural y cultural de la Amazonía de manera integrada, utilizando también la evidencia arqueológica de otros dos ríos que se describen en esta publicación: Napo y Caquetá.
En el siguiente artículo se aborda la ocupación precolonial de la cuenca del río Araguaia por parte de Julio Cezar Rubin de Rubin, Rosiclér Theodoro da Silva, Maximiliano Bayer, Maira Barberi, Jordana Batista Barbosa, Daniela Dias Ortega, Vitória Pimenta Estrela, Joanne Esther Ribeiro-Freitas y Sibeli A. Viana. Se analizan los antecedentes arqueológicos regionales, la información brindada por proyectos de arqueología preventiva, gran parte inédita y restringida a informes internos, así como los resultados de las excavaciones de los sitios arqueológicos Cangas I y Lago Rico, resultantes de proyectos de investigación académica. Los autores destacan la diversidad cultural y ambiental del área, con énfasis en los sitios de la llanura aluvial y las terrazas del río Araguaia y sus afluentes. Establecen analogías entre sitios líticos, lito-cerámicos y cerámicos, ampliando los conocimientos sobre la cultura material del área. También es importante la correlación entre los sitios de lito-cerámicos Cangas I y Lago Rico, ubicados respectivamente en la terraza aluvial de la margen derecha del río Araguaia y en la base de una pendiente cerca del río do Peixe, por lo tanto, se insertan en diferentes unidades del paisaje pero con cronologías semejantes y asociados a la tradición Uru. El artículo enuncia hipótesis sobre sobre la apropiación y la construcción del paisaje, la adaptación y la preservación de los sitios arqueológicos en un paisaje aluvial dinámico marcado por procesos de erosión-depositación intensos en los cuales los cambios en los canales fluviales están bien documentados. Incluye además información de la isla del Bananal, adonde se registran sitios precoloniales, fechados y datos paleohidrológicos, los cuales corroboran que la llanura aluvial experimentó transformaciones significativas a lo largo del tiempo. Según las palabras de los autores, la ocupación pretérita de la cuenca del río Araguaia es “poco conocida”, pero posee una gran complejidad debido a la diversidad cultural y los diferentes paisajes del área.
El artículo de Lucas Bueno, Juliana Betarello y Fernanda Lima sintetizan la arqueología del valle del río Tocantins a partir de un recorte temporal que cubre el final del Pleistoceno y el comienzo del Holoceno, contando con 137 fechados relevados. En el texto los autores elaboran hipótesis sobre procesos diferenciales de asentamiento entre el curso medio e inferior del río. La primera hipótesis discutida se refiere a la antigüedad humana en el curso, señalando que la cantidad y calidad de las edades en torno a los 12.000 años AP apoyan una ocupación marcada del valle fluvial a partir de ese momento. Mencionan también que el fechado obtenida de ca. 13.000 años AP debe tomarse con cautela, ya que se necesitan estudios en detalle. La segunda hipótesis se relaciona con la existencia de un posible límite cultural entre el Tocantins medio e inferior que, según los autores, coincide con un cambio pronunciado en las características ambientales, influidas a su vez por las variaciones climáticas del Holoceno. La tercera hipótesis se basa en el Holoceno temprano y medio e involucra problemas vinculados con la movilidad, la demografía y la territorialidad. Sobre este tema, resaltan la dificultad de integrar los resultados de las investigaciones paleoambientales con los de la arqueología, algo mencionado por otros autores del dossier. Al final del artículo, se menciona que “el río Tocantins es un río de muchas historias”, hecho evidenciado por los datos presentados, pero, se debe enfatizar que la forma con que abordan el ambiente del valle en sus tramos alto, medio y bajo, la cronología de las ocupaciones y la cultura material asociada permiten al lector corroborar o no las hipótesis planteadas, formular otras e incluso generar nuevas preguntas de investigación. El río Tocantins se une al río Araguaia y forman la cuenca Tocantins-Araguaia, constituyendo una unidad fundamental para abordar la ocupación humana de América del Sur, siempre teniendo en cuenta cada río con sus particulares paisajes y registros arqueológicos.
El artículo del río Ribeira de Iguape, elaborado por Marisa CoutinhoAfonso, se basa en más de un siglo de investigaciones desde diferentes perspectivas teórico-metodológicas. Presenta una síntesis de los sambaquis (llamados concheros en castellano), de los sitios con conjuntos líticos y cerámicos y de los abrigos con pinturas rupestres. Caracteriza así la diversidad cultural de las ocupaciones humanas que poseen una señal clara en la zona desde el límite Pleistoceno-Holoceno (aproximadamente 10.000 años AP), lo cual refuerza la importancia de este río para entender la historia ocupacional de Sudamérica antes de la llegada de los europeos. Trata la antigüedad de los sambaquis fluviales y marinos y sus procesos de construcción, la relevancia de la Provincia Espeleológica del Valle de Ribeira para la arqueología, el registro arqueofaunístico y bioantropológico. Con relación a los entierros humanos, menciona que los estudios craneométricos indican “un vínculo biológico entre los individuos del sambaquis fluvial del valle de Ribeira y los de la costa central y sur de São Paulo, así como con los de la costa de Paraná”. Asimismo, según la autora, el río Ribeira de Iguape podría haber favorecido el contacto entre las regiones altas y bajas, favoreciendo de esta manera la interacción social entre los ocupantes de los concheros ubicados en la costa atlántica y aquellos de los concheros fluviales. También señala que para avanzar en los estudios del área se necesita mayor cooperación entre especialistas de arqueología, biología y geología, así como más fechados radiocarbónicos y coordenadas geográficas precisas de los sitios, un problema recurrente especialmente para aquellos hallados antes de la década de 1990. El artículo constituye una referencia para nuevas investigaciones en un área con una prolongada ocupación humana, una importante diversidad de asentamientos datados y una buena colección de materiales arqueológicos.
Guillermo Lamenza, Susana Salceda y Horacio Calandra abordan la arqueología de los ríos Pilcomayo, Bermejo y Paraguay con una mirada desde el Chaco Austral. El artículo nos muestra cómo estos cursos vincularon a sociedades indígenas con trayectorias históricas muy diversas que vivieron en la vertiente oriental de las tierras altas andinas y en las tierras bajas de la llanura chaqueña. En el caso de los valles andinos, allí vivieron poblaciones de filiación arawak y otras sociedades agropastoriles con marcado grado de sedentarismo, sistemas de irrigación, arquitectura en piedra y tierra. La dinámica poblacional de este sector inmerso en amplias redes comerciales fue alterada por el establecimiento de fortalezas incaicas, como la de Oroconta en el Pilcomayo, y por la llegada de los chiriguano-guaraníes desde el Paraguay. Los incas y los guaraníes representaban dos mundos contrastantes, el andino y el amazónico, con mecanismos de conquista y expansión poblacional, economías, organizaciones socio-políticas y cosmovisiones muy distintos. En el caso de la llanura chaqueña, es una región de Sudamérica con una arqueología poco conocida y relegada hasta no hace mucho tiempo, debido a que se considerada que su ocupación era muy reciente, su cerámica era simple y por la baja preservación de una ergología dominada por materiales perecederos. El trabajo de Lamenza y colaboradores busca revertir esta situación histórica y nos muestra que en el Chaco argentino las sociedades indígenas se orientaron hacia la vida ribereña desde hace más de 2000 años atrás. Poblaciones que basaron su economía en la pesca, la caza y la recolección se asentaron en los bordes de lagunas y ríos, albardones y elevaciones con aportes antrópicos para superar la cota máxima de las inundaciones. Algunos de los sitios arqueológicos coinciden con emplazamientos actuales de comunidades wichí y quom, mostrando procesos sociales que tienen una larga duración y llegan hasta la actualidad.
Constanza Taboada sintetiza la información arqueológica para los ríos Salado y Dulce en su recorrido en diagonal por la llanura de Santiago del Estero, donde se conforma entre ambos cursos la fértil Mesopotamia santiagueña. Al igual que en el caso anterior, los dos ríos se originan en la zona montañosa andina y funcionaron como vectores de circulación de poblaciones y bienes entre los valles del Noroeste Argentino (NOA) y la llanura santiagueña dentro del ambiente chaqueño. El trabajo busca superar la visión tradicional que relaciona la historia indígena de estos cursos solo con el NOA para ampliar las comparaciones con el litoral del Noreste argentino. En el río Salado, y después en el Dulce, aparece antes de los mil años antes del presente la modalidad de ocupación de albardones naturales y montículos construidos en zonas inundables por desborde. Además de los montículos, en momentos tardíos, se registran canales para el encauce de las aguas y represas artificiales para almacenarla durante momentos secos. Según muestran las crónicas coloniales se aprovecharon grandes depresiones adyacentes a las aldeas para la pesca y, una vez secas, para el cultivo de maíz. Este nuevo modo de instalación de aldeas sobre montículos, la transformación del entorno fluvial, la pesca y caza combinada con la recolección y la agricultura y los entierros en urna se asocian con las tradiciones cerámicas Sunchituyoj y Averías que coexistieron en la llanura chaco-santiagueña y llegaron hasta el período Colonial. Las descripciones que hacen los cronistas españoles mencionan una alta densidad demográfica, con grandes pueblos cercados con empalizadas, situados a pocos kilómetros unos de otros, donde se criaban aves y camélidos en corrales y campos de cultivo de maíz. Varios de los asentamientos prehispánicos del Salado no solo continuaron habitados durante la Colonia, sino que fueron intervenidos y reorganizados como pueblos de indios.
El artículo de Juan Carlos Castro presenta una síntesis actualizada de la arqueología del río Uruguay y sus principales afluentes en sus recorridos por Brasil, Argentina y Uruguay. Muestra como este río fue una de las principales rutas fluviales del sudeste de Sudamérica tanto para el poblamiento pleistocénico inicial hace más de 12.000 años como para la posterior ocupación Taquara-Itararé, Goya-Malabrigo y Guaraní durante el Holoceno tardío. Desde el inicio de la ocupación humana, el río Uruguay fue una vía de penetración hacia el interior del continente y un eje que guió la expansión poblacional de los jé y de los guaraníes. Las ocupaciones humanas más antiguas se concentran en la margen izquierda de su cuenca media, en el sudoeste de Brasil y el noroeste de Uruguay. Entre los artefactos líticos asociados a este período, se destacan las características puntas cola de pescado que comparten semejanzas tecnológicas y estilísticas con las recuperadas en los sitios paleoindios de Pampa-Patagonia y de otras partes de América del Sur. En su trabajo el autor caracteriza el registro de la entidad arqueológica Taquara-Itararé, vinculada con los antecesores de las poblaciones indígenas históricamente conocidas como jê del sur. Estos grupos alfareros tenían una economía mixta que combinaba la caza y la recolección con distintos cultivos (e.g., maíz, zapallo, batata, mandioca, porotos, maní) y el manejo agroforestal asociado principalmente con la explotación del piñón de la araucaria (Araucária angustifólia). Los asentamientos incluyeron la construcción de grandes casas subterráneas, estructuras monticulares de forma anular (llamados en portugués de aterros anelares) y otros montículos con un claro fin ceremonial y funerario. Estas estructuras arquitectónicas, que involucraron movimientos masivos de tierra, tienen su mayor expresión sobre todo en el planalto brasileño, en el este del estado de Santa Catarina, noreste del de Rio Grande do Sul y la provincia argentina de Misiones. Con este y otros claros ejemplos tratados en su texto, Castro plantea la necesidad de descartar definitivamente la visión tradicional instalada por Julian Steward a mediados del siglo XX de que la región bajo estudio fue “área marginal” habitada por grupos humanos que subsistían con la caza y la recolección de los recursos que les proveía la naturaleza.
El trabajo de Mariano Bonomo,Violeta Di Prado, Carolina Silva, Clara Scabuzzo, Agustina Ramos van Raap, Carola Castiñeira, Milagros Colobig y Gustavo Politissintetiza el estado actual de las investigaciones arqueológicas en el curso inferior y medio del río Paraná (Figura 3). El artículo pone especial énfasis en el área donde trabaja este equipo de investigación, en el Delta del Paraná. Se tratan las modalidades de asentamiento sobre montículos, la existencia de una economía mixta con prácticas hortícolas a pequeña escala, la tecnología cerámica y las diversas prácticas mortuorias de Goya-Malabrigo. Los montículos, conocidos en Argentina, Uruguay y el sur de Brasil con el nombre de cerritos, aparecen en el río Paraná hace 2000 años y siguen siendo estratégicos para vivir hoy en día en su sector insular. Los estudios geoarqueológicos indican la existencia de una verdadera ingeniería constructiva involucrada en levantar, consolidar, acondicionar y mantener las estructuras monticulares en las que se desarrollaron actividades domésticas, hortícolas y funerarias. Las evidencias bioantropológicas muestran que en estos montículos se llevaron a cabo diversas prácticas mortuorias que incluyeron entierros primarios en distintas posiciones, secundarios en paquetes funerarios simples y múltiples, posibles cremaciones y hallazgos de huesos aislados y acumulaciones con unidades anatómicas de distintos individuos. Los sedimentos arcillosos no solo se emplearon en la elevación de los montículos, sino que también se aplicaron sobre los cuerpos humanos enterrados y sobre todo sirvieron para elaborar diversos recipientes, herramientas de manufactura cerámica, adornos corporales, pesas para red, torteros para hilar fibras y para representar la variada fauna del entorno fluvial, especialmente a las aves. Los huesos de los animales consumidos en los asentamientos dan cuenta de la explotación de una amplia gama de recursos (abundantes peces, mamíferos –entre los que se destacan el coipo, y en segundo plano los cérvidos y el carpincho– aves y moluscos). Los macro y microrrestos botánicos identificados en distintos sitios confirman la recolección y el procesamiento de vegetales silvestres (vainas de algarrobo, frutos de palmeras y arroz silvestre) y domesticados (maíz, zapallo y porotos) en sitios con materiales atribuidos tanto a Goya-Malabrigo como a los guaraníes que arribaron después a la región. Finalmente, el artículo analiza la expansión guaraní según los datos arqueológicos, los cuales comprenden solo una parte de un proceso histórico de mayor duración y que tiene una continuidad evidente en las crónicas europeas, las posteriores etnografías y las tradiciones orales e implicancias en el presente.
El artículo María Isabel González y Magdalena Frère sintetiza más de treinta años de investigaciones arqueológicas sobre las sociedades cazadoras, recolectoras y pescadoras que, durante el Holoceno tardío, vivieron en el río Salado de la provincia de Buenos Aires. Se resumen los estudios acerca de la utilización prehispánica de la fauna, la flora y los minerales en este ambiente fluvial de la región pampeana, así como las secuencias de abastecimiento, manufactura, uso, reparación, descarte y reciclado de artefactos líticos, óseos y/o cerámicos. Como se muestra en el trabajo, los sectores elevados de la Depresión del Salado fueron utilizados para la instalación de campamentos donde se aprovecharon las arcillas de las márgenes del río y de las lagunas asociadas para elaborar contenedores y se explotaron intensivamente coipos, cérvidos, peces, aves acuáticas y los recursos del bosque de tala (Celtis tala). Para la caza, se emplearon arcos y flechas, armas de mano y boleadoras y para la pesca, redes. Además de las prácticas cotidianas, se llevaron a cabo actividades rituales que fueron vinculadas con el hallazgo de figurinas modeladas en arcilla, pipas con sustancias psicoactivas (i.e. 5-hidroxidimetiltriptamina), adornos personales hechos en hueso y piedras semipreciosas. Las autoras reconocen la existencia de redes ampliadas de interacción social para lo cual fueron fundamentales los numerosos pasos bajos que permitieron atravesar el río. En el entorno del río Salado las rocas duras están ausentes y por ello para la producción de herramientas líticas debieron ser transportadas materias primas por cientos de kilómetros desde las sierras bonaerenses, como también desde el litoral marítimo pampeano y el río Uruguay. Para la producción de cuentas y bienes de prestigio se usaron materiales extrarregionales (crysocolla, amazonita, serpentina y muscovita) procedentes de lugares localizados a más de 500 km. En los asentamientos del Salado además se registran restos de grandes vasijas guaraníes que habrían ingresado por intercambio y que tuvieron aquí su límite sudoeste de distribución. La Depresión del Salado, en la porción meridional de la cuenca del Plata, no sólo funcionó como un límite para la circulación de bienes de origen guaraní, sino que además diferenció a las poblaciones indígenas pampeanas, ya que más al sur de este río no se explotaron intensivamente los recursos ribereños y dulceacuícolas, tal como sucedió en otras regiones septentrionales que se trataron arriba o en los ríos del norte de la Patagonia.
El artículo de Luciano Prates, Gustavo Martínez y Juan Bauista Belardi sintetiza la información arqueológica sobre los ríos Colorado, Negro y Chubut, las tres cuencas más importantes de Norpatagonia que conectaron los bosques andinos, los desiertos y mesetas, los ambientes estuáricos y la costa atlántica. Se evalúan los modos de explotación de los diversos recursos terrestres, fluviales y marinos, su rol en los sistemas de asentamiento, la circulación de materias primas y las prácticas mortuorias. El área presenta ocupaciones humanas desde el inicio del Holoceno en el curso superior del río Colorado. Un punto interesante del artículo es que muestra que los habitantes prehispánicos de la Patagonia continental no solo fueron los cazadores de guanacos que se cristalizaron en el presente etnográfico de los tehuelches. Hacia los cursos medios e inferiores de los ríos estudiados, donde las planicies fluviales se hacen más anchas y productivas, ocurrió una explotación intensiva de los recursos ribereños: peces (principalmente percas), aves acuáticas (e.g. anátidos), roedores (e.g. coipo), almejas y gasterópodos de agua dulce. Además, en el litoral atlántico se aprovechó la fauna marina y en los lagos cordilleranos se emplearon canoas monóxilas como medio de transporte. Otro aspecto destacado por los autores es que las tres cuencas fluviales han sido utilizadas recurrentemente como espacios mortuorios, hecho evidenciado por la alta concentración de inhumaciones primarias, secundarias, osarios y áreas formales de entierro. El registro arqueológico regional a su vez señala la existencia de fluidos contactos con la vertiente occidental de la cordillera, lo cual explica por ejemplo el hallazgo de cerámica procedente de la Araucanía chilena. Los motivos del arte rupestre y los grabados sobre huevos de Rheidae, los moluscos de origen marino, las cañas coligüe y las materias primas líticas, en especial las obsidianas, señalan la continua circulación de ideas compartidas y el traslado de bienes a una escala interregional, integrando al área dentro de amplias redes que incluían a poblaciones indígenas asentadas a ambos lados de la cordillera, en el sur de Cuyo, las sierras de San Luis y las pampas Seca y Húmeda.
La conexión con otra gente, con lugares distantes desconocidos y bienes foráneos parece ser el elemento recurrente en todos los textos y para lo cual fue esencial el movimiento constante del flujo de los ríos. Sus corrientes de agua atravesaron sin barreras las Tierras Bajas sudamericanas e integraron los Andes con el centro del continente y la costa atlántica. Estos ríos regularon los desplazamientos humanos desde fines del Pleistoceno y hasta el presente, sirvieron para la dispersión de innovaciones tecnológicas como la alfarería, la arquitectura en tierra y la agricultura del maíz y la mandioca, condicionaron la disponibilidad de espacios habitables y cultivables con sus crecidas, se emplearon como límites para separar los territorios de distintas poblaciones, brindaron los recursos esenciales para la alimentación, la tecnología y el simbolismo y fueron el escenario natural para el desarrollo de una de las mayores diversidades etno-lingüísticas del mundo.
Agradecimientos
Los editores del dossier desean agradecer a todos los autores que aceptaron la invitación y participaron con compromiso de esta propuesta generada desde el Sur sobre la arqueología de los ríos de las Tierras Bajas sudamericanas. A su vez, fueron claves las evaluaciones que hicieron cada uno de los dos revisores que examinaron en detalle cada artículo y la colaboración con las pruebas de imprenta de Rocío Torino, Rodrigo Angrizani, Deborah Broitman, Isabela da Silva Müller y Vitórica Pimenta Estrela. A los editores de la Revista del Museo de La Plata, Alfredo Carlini y Edgardo Ortí zJaureguizar, por aceptar y acompañar esta propuesta de dossier y a Amalia Luy, ya que gracias a su constante ayuda y esfuerzo este volumen se hizo posible.
Referencias
Bonomo, M. & J.C R de Rubin (2019) “Arqueología y ríos de las Tierras Bajas de América del Sur”. Revista del Museo de La Plata 4(2), pp. 265-274. https://doi.org/10.24215/25456377e077